Recuerda a las rivales que venció y se quedaron en el camino
Domingo 13 de marzo de 2011, p. a19
Es sábado por la mañana y la boxeadora Mariana Juárez acaba de despertar como la nueva campeona del mundo en la división mosca. La noche anterior arrebató el título a la italiana Simona Galassi, en un combate en el que tardó tres asaltos para darse cuenta de que si no soltaba los brazos los jueces nunca la verían como vencedora. Cuando recordó lo que su mánager, Daniel Zaragoza, le había enseñado en el gimnasio, ya no hubo quién detuviera sus combinaciones de dos y tres golpes, ni quién esquivara los ganchos que conectó con insistencia al abdomen de la rival. Así venció a Galassi: con ello se convirtió en la nueva campeona mundial, hazaña que le dejó sabor a culpa.
Al terminar la pelea, vio el rostro de la ex monarca descompuesto por los golpes. Galassi estaba de pie, con la vista fija en la gente que subió en tropel al cuadrilátero, con los labios apretados. Mariana vio a una mujer que quería demostrar fortaleza, pero que en el fondo estaba destrozada.
La vergüenza de ganar, festejar a costa de la desgracia de otra persona, culpa que le impidió celebrar aquello por lo que tanto luchó en 13 años de carrera sobre los encordados. El padre de Galassi se acercó a La Barbie y la felicitó. Ella sólo sintió un nudo en la garganta.
En la vida deportiva se necesita una dosis de amnesia para dejar atrás los tropiezos personales y las desgracias ajenas, pero Mariana Juárez no puede dejar de pensar en cada una de las rivales con las que peleó y que se quedaron en el camino. Todas las promesas que, tal vez, se frustraron por la mala fortuna de enfrentar a una boxeadora apodada La Barbie.
Es feo, porque pienso que eran chicas que iban bien y entonces llego yo y les arruino el futuro... ¿Por qué tengo que cargar con esa culpa si yo también he pasado malos momentos y me levanto?
Recuerda a Yvonne Chávez, una púgil con quien peleó en dos ocasiones; en una de ellas la golpeó tanto que parecía que un ojo estaba a punto de reventarle. Cuando la vio un día después de ese combate, el 30 de abril de 2004, Mariana no pudo evitar el llanto. Le dije que no pasaba nada, que sólo son golpes y esos sanan
.
Tampoco olvida que a Sandra Hernández le quitó el campeonato nacional, el 17 de julio de 2007, una peleadora a la que sólo le duró el gusto de ser monarca dos meses, pues en la primera defensa La Barbie le arrancó el cinto.
Es feo
, repite. No sé cómo soy boxeadora si tengo corazón de pollo
.
Nadie le regaló nada a Mariana. Desde que empezó a pelear en la primera función de boxeo femenil, hace más de 10 años, luego de medio siglo de una ley que prohibía a las mujeres practicar este deporte, todo fue batallar; casi siempre en condiciones adversas.
Por eso, la noche que consiguió el título mundial absoluto ante Galassi, subió con miedo al cuadrilátero. Con temor a perder todo y dejar en la precariedad a su hija Natasha, de cuatro años de edad; a volver a los días de la nada.
Siente que esa victoria no es sólo de ella, sino de muchos. Ella peleó –asegura– por todas aquellas boxeadoras que no pudieron lograr sus sueños, por la gente que está detrás de otras y pocas veces son reconocidas, por las mujeres, por los vecinos que ven en el éxito de la heroína del barrio el suyo propio.
Me gusta que mucha gente se vea reflejada en mí; eso me da melancolía
, dice casi en susurros. Me gusta que me vean como su campeona, aunque a veces no traiga ni un peso en la bolsa
.
Ayer por la mañana, Mariana Juárez se miró al espejo. Lo que vio reflejado es el rostro magullado de una mujer que ha peleado contra los prejuicios y la discriminación en un deporte que se consideraba exclusivo de los hombres. “Recordé los días en los que soñaba con ser campeona del mundo y me dije: ‘bueno, ya lo hice”’. Mucha vida le ha pasado por encima para conseguirlo; lo que sigue es seguir en la pelea.