uando comencé a aburrirme que fue antes de iniciarse la que sería la penúltima corrida de la temporada invernal de corridas de toros, me refugié en la lectura de la poesía de Octavio Paz. El buqué de la poesía de nuestro premio Nobel subía por la escala de la atmósfera y se perdía en las nubes que amenazaban lluvia. Octavio Paz no fue Dios, fue simplemente un gran pensador de nuestra época, porque los dioses no hablan. Y ese es el gran drama del ser humano y fuente de nuestras inhibiciones. La pérdida de nuestro deseo de ser dioses. Nos queda como a Octavio Paz el juego de las palabras, lo que en él era en verso o en prosa; su poesía. Esa poesía que fue el descubrimiento de una dimensión temporoespacial para jugar con las palabras, llenarlas de luz o desaparecerlas, gracias al ritmo en que se desplazaban, abrían camino, rompían defensas y buscaban al otro, adentro y afuera. Separarse y reunirse, desde una dimensión del tiempo y el espacio en que la palabra se ligaba y se desligaba para volverse a ligar. La poesía de Paz se adelantó a su época integrando las ciencias sociales a dicha poesía. Dueño de unas palabras que por su ritmo y apertura están llenas de belleza y de verdad. Belleza que es vida y es muerte. Separación e identidad.
Paz creaba las palabras, a todas horas, todo el tiempo las puertas del año que se abren, como las del lenguaje a lo desconocido
. De un comunicarse como anoche me dijiste mañana
. Ese perseguir enloquecedor a una mujer, regresión a lo interior, donde late íntimamente el ser creció en mi mente un árbol/ creció hacia adentro / sus raíces son venas / nervios sin ramas
. Acércate, ¿me oyes?
Enfrascado en la poesía de Paz veía pasar los toros de Ordaz, similares a los del común denominador de toda la temporada. La única diferencia al igual que los de hace ocho días de Villacarmela, es que estos eran más ofensivos por sus cornamentas cornalonas y desagradables, pero igual de deslucidos, débiles y algunos rodando por el ruedo. La agradable sorpresa fue el constatar la torería de El Cuate Espinosa, y de la cual me había comentado en la mañana mi amigo Lumbrera, que lo había visto torear en Mérida, toros de 700 kilos. Asimismo fue agradable registrar las ganas de ser de Fermín Rivera, estrellarse con los toritos de Ordaz.