Jean Baptist, El Cuate y Fermín Rivera, voluntarios pero frustrados ante los toros de Ordaz
Antes del paseíllo, un grupo se manifestó contra la fiesta taurina frente a la Plaza México
Lunes 7 de marzo de 2011, p. a50
Pesados y cornalones, escasos de celo ante los caballos y con las pezuñas atornilladas a la arena durante el tercio de muleta, los toros del hierro queretano de Ordaz, que dieron razón de ser a la decimonovena y, ahora sí, penúltima corrida de la temporada 2010-2011, frustraron las aspiraciones del francés Jean Baptist, del resucitado tapatío Alberto Espinoza El Cuate y del joven potosino Fermín Rivera, pero no las ilusiones del público, que en vista del cartel llegó a la Plaza México sin albergar ninguna.
Antes del paseíllo, algunos animalistas protestaron fuera del embudo por la represión que el sábado sufrieron sus correligionarios en Oaxaca, donde la policía los golpeó para dispersarlos cuando se manifestaban contra Pablo Hermoso de Mendoza. Contra el mito de que en aquella entidad Benito Juárez prohibió las corridas porque era antitaurino, un historiador puso las cosas en su sitio.
La verdad, explicó, es que durante el siglo XIX las fiestas de toros en México a menudo se transformaban en actos políticos sumamente explosivos. Cuando Juárez necesitaba agitación popular, por ejemplo, contra los invasores franceses, fomentaba la organización de corridas. Y cuando quería pacificar las vetaba. Como estadista sabía que las expresiones colectivas del arte de Cúchares eran ante todo un instrumento de control social, nada más.
Al margen de estas consideraciones, y mientras los animalistas se alejaban del pozo de Insurgentes, los verdaderos liquidadores de la fiesta brava en el Distrito Federal, es decir, las autoridades locales, el empresario, el ganadero y los locutores especializados en darles coba a todos ellos, pusieron en escena la función más aburrida del serial de otoño-invierno que ya mero termina.
Con sus 30 años recién cumplidos, vestido de carbón y oro, Jean Baptist hizo lo que pudo ante Medio Siglo, negro bragado calcetero y paliabierto de 575 kilos, al que le trazó algunos buenos derechazos en redondo y mató con una ración de tres cuartos de acero en buen sitio.
Ante Obispo, negro bragado bien puesto de pitones y 495 kilos, pero sin fuerza ni transmisión, lo despachó mientras la gente se refugiaba en palcos y lumbreras para huir de la lluvia y los relámpagos. La amenaza de tormenta había aparecido en el cielo cuando, con un gastado terno verde limón y oro, y repuesto por completo de la herida que hace dos años lo desangró en El Relicario de Puebla, Alberto Espinoza El Cuate sufrió una voltereta ante Compadre, cárdeno bragado y cornimontado de 490, que desarrolló sentido pero no logró herirlo.
Y pese a que le echó hartas ganas a Bonachón, sobrero de Villa Carmela que remplazó a Legado, quinto cajón del encierro, que se despitorró al acometer al caballo, El Cuate sólo salió a saludar al tercio para refrendar el cariño que, a cambio de su entrega, le tiene la afición chilanga.
Después de irse en blanco con Asunto, negro bragado y cornichico de 512, Fermín Rivera, sobrino del finado Curro, creyó vislumbrar el triunfo ante Siemprevivo, hermoso y alegre cárdeno nevado de 542, que sin embargo se apagó en el tercio final como sus hermanos.
Los que se llevaron la tarde fueron los caballos percherones del tiro de arrastre, que al escaparse de los mulilleros a media corrida dieron 12 vueltas al ruedo, a galope tendido, evocando las apasionantes carreras de cuadrigas en la Roma de Ben Hur.