Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La religión del futuro
L

os procesos religiosos dan sorpresas. Porque como las sociedades, son complejos y no lineales ni totalmente predecibles. Aunque lo religioso no gobierne la vida pública de la mayoría de las naciones contemporáneas, de todas maneras está presente en las vidas de las personas y les lleva a construir su cotidianidad.

Por décadas durante el siglo XX los sociólogos predijeron la creciente secularización de las sociedades y la declinación de la religión. Suponían que los avances educativos y tecnológicos desplazarían la dimensión de la espiritualidad a reductos poco privilegiados por el bienestar socioeconómico. Esas explicaciones basaban sus observaciones en las crisis de las instituciones religiosas y su cada vez menor influencia en los horizontes valorativos y pragmáticos de las personas.

Mientras las instituciones religiosas entraron en un ciclo de debilitamiento, lo religioso se reconstituyó con movimientos populares que fueron ganando terreno incluso en la institucionalidad religiosa que experimentaba graves crisis. Por ejemplo, el pentecostalismo que se diseminó a partir de su implantación en los márgenes de la sociedad estadunidense, y liderado por un predicador itinerante afroamericano en la primera década del siglo XX, poco a poco tuvo avances hasta transformarse en la corriente dominante en el cristianismo evangélico contemporáneo.

La renovación carismática católica, muy influida en sus desarrollos por el movimiento pentecostal evangélico, pronto desbordó los controles de la jerarquía que deseaba normar el desarrollo de la experiencia. En América Latina grupos que iniciaron como carismáticos católicos tomaron el camino de la independencia y se constituyeron en agrupaciones de corte evangélico, a juzgar por el núcleo de las creencias que difunden.

La revigorización del evangelicalismo global ha cambiado su centro del norte a los países del sur. Los flujos migratorios a Europa y Estados Unidos provenientes de África, Asia y América Latina están cambiando el rostro del predominante protestantismo blanco. De la misma manera, en el caso de Estados Unidos el catolicismo se ha revivificado por los flujos de inmigrantes latinoamericanos, que llevan su fe al corazón de una sociedad que los margina y hasta los considera destructivos del ethos anglosajón, como lo expresó Samuel P. Huntington.

Las expresiones religiosas se han diversificado y su control, por así llamarlo, tiene muchos polos. No se vislumbra una reconcentración del poder en la administración de los bienes simbólicos de salvación en pocas manos, ni el verticalismo puede autoconsiderarse que tiene el espacio libre para ejercer su gobierno sin los cuestionamientos de feligreses crecientemente participativos.

El fundamentalismo, su vertiente integrista, que busca generalizar a las sociedades el núcleo de sus creencias religiosas, no va a cesar en sus intentos de confesionalizar la vida pública. Sin embargo, uno de sus diques son los propios creyentes que entienden sin problemas que la ética derivada de unas ciertas convicciones religiosas no debe, ni puede, imponerse a quienes no comparten el núcleo identitario confesional. En este sentido, entre los bienquerientes del Estado laico se encuentran no nada más los que conciben la laicidad como una barrera contra las intentonas de los integristas, sino que en sus filas también se encuentran quienes desde una convicción religiosa están a favor del Estado laico porque es la garantía de que los distintos credos y sus partidarios puedan expresarse con libertad, a la vez que respetan la libertad de la adscripción religiosa de los demás.

Las dos fuerzas religiosas que más adeptos ganan en el mundo contemporáneo son el protestantismo conservador (el cristianismo evangélico) y el Islam. Los dos movimientos tienen en su seno tendencias integristas, que anhelan, y se movilizan, para dominar la vida pública. Sus militantes conciben a los otros y otras como objetos de su dominio, infieles a los que es necesario imponerles creencias y éticas por su propio bien. En esta óptica no importan los proyectos y sentires de los tenidos por impuros, sino lo central es lo que se busca sean normas generales dictadas por un corpus divino administrado por una jerarquía intocable.

El mercado religioso, en realidad un súper mercado, incorpora nuevas productos todos los días. El árbol de las creencias siempre está reverdeciendo. Tiene ramas que son exóticas para los acostumbrados a determinados frutos, que son los normales. La globalización está en todos los órdenes de la vida social, y el religioso no puede estar exento de ese desarrollo.

El futuro religioso de nuestro país será de mayor diversificación. Las cifras que aporte el Censo de 2010 van a ir en esa dirección. La Iglesia católica continuará como la que concentra más adeptos, o más personas que dijeron identificarse con ese credo. Pero no sería sorprendente si el porcentaje de población que se reconoce con esa institución religiosa es de 80 por ciento o un poco más, cuando hace 20 años prácticamente fue de 90 por ciento.

De alguna manera la diversificación religiosa muestra un rostro de la democratización cultural de las sociedades, evidencia procesos de apertura personal y grupal. Los nostálgicos de una supuesta identidad religiosa monolítica, que por otra parte nunca ha existido, no se sentirán cómodos en un ambiente de intensa competencia religiosa, Pero la cuestión no es, ni será, de gustos sino de realidades, que se transforman en un abanico multicolor.