ostalgia de esas noches de cante, rumor antiguo y sonar de agua de las fuentes. Alegrías, jaleos y bulerías, a contrapunto de las malagueñas y seguidillas, que eran vibraciones en la carne que no conocía ni frenos ni límites, en la búsqueda de un solo placer, los dos en uno, en delirios animales, de palomos cachondeando arrullos; ruiseñores en eróticas posturas; gallos en gallardas altanerías de quiquiriquis; lustrosos lenguajes de pavo simple, y arranques de negro toro, toro negro, terciopelo, rematados en la exhibición de opulenta cola de pavo real; sacrificio culpígeno, para la expiación de una culpa antigua, pasión que cegaba y enloquecía.
Brutalidad que traidoramente acechaba los ayes y jipios que rasgaban las entrañas; ausencia y dolor. Abandonos, cantes, lamentos, deseos que levantaban el vapor de representaciones que comenzaban a hervir como ronco hervidero, y se despren-dían del fondo y subían y pugnaban por salir, volvían a caer, promovían nuevas representaciones, tornaban a deshacerse, estallaban comprimidas y quebraban la cárcel que las aprisionaba, ocupando un espacio que no era de nadie, inasible y enloquecedor, habitación de lo siniestro, confrontación con la insatisfacción.
Deseo alrededor de lo que fuera, y con quien fuera, hasta hacer converger allí un área protegida de toda interferencia de ambivalencias, o fuerzas encontradas, de fusión con ella. Deseo angustioso de estar donde sea y puedan confluir recuerdos, experiencias, vivencias, historias, que se unan, en espacios en los que se reconstruya y articule el deseo, ese deseo, no por insatisfacible, menos buscado, que se nos va, y al que tratamos de concentrar.
Memoria ineliminable que resurge, se reconstituye, perennemente atormentada, por el dilema de la mezcla de nuestras dos vidas corrientes y la liberación según el principio del caos exaltado y aterrorizante que nos separa, nos divide, nos descompone y nos envía en la búsqueda de ese espacio de amor ilusorio, que esconde la crueldad, la violencia que ingenuamente queremos eliminar una y otra vez.
Nostalgia de aquellas noches de juerga, en que se nos escapaba el ser y tratábamos de aferrarlo, con los jipios y los jaleos, antes de desvanecernos, y esperar que reaparecieras, en ese juego de la vida que es el aparecerse, desvanecerse, en el que a veces, ni siquiera sabemos qué queremos, pero sí que algo falta. Infinita e indefinida trama de deseos en que debo encontrarte esas partes que necesito, mientras las necesite, como antes necesité a la primera, pues sólo tú me procuras ese placer, que nadie me sabe dar, pero que no me basta, necesito algo más, sin saber qué es, ese más
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Duelo, que es pesada carga de las relaciones estables, a partir de las cuales debo proseguir la búsqueda de ese “algo“ inalcanzable, que trata de atrapar el cante, en el rumor de la voz, que se va, buscando sin encontrar y es lamento e intento de vocalización, que llama quien sabe a quién y cuándo y en dónde, y es indispensabilidad de ella, que no es ella y si es ella, es revelación, que aparece para desaparecer.