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Hugo Gutiérrez Vega
LA POESÍA GRIEGA CONTEMPORÁNEA (VIII DE X)
La sinceridad del grito de auxilio es estremecedora: “Acuérdate de mí.” La poesía lucha contra el olvido y, en medio de la desolación, pedimos que alguien nos recuerde, pues somos en los otros, “lo demás es soledad de soledades, vanidad de vanidades que dijo el Eclesiastés”, afirmaba Machado.
Una Atenas de barrios multitudinarios, mediterránea y balcánica, cosmopolita y andrajosa, llena de personajes pintorescos y de ritos urbanos decretados por la ortodoxia o por la voluntad de afirmar los rasgos de una identidad hecha de contrastes, mestiza y contradictoria, se disfraza y rodea el precario refugio del poeta escondido: “En aquella tarde verde/ la muerte hizo de mi patio su objetivo/ desde mi ventana muerta/ con mi ojo de terciopelo/ la veía rondar/ giraba y se convertía en vendedor de rosquillas/ giraba y se convertía en vendedor de lotería/ y los niños no sospechaban nada/ jugaban con pistolas y chillaban/ ella siguió rondando y acercándose/ después se alejaba y desaparecía/ y otra vez regresaba/ al final se enfureció/ y empezó a aullar/ se pintó los ojos y las uñas/ hinchó los pechos/ y se puso a hablar con voz aguda/ a actuar como una mujer// entonces se fue definitivamente/ murmurando:/ –Hoy no tuve suerte/ volveré mañana.”
Poesía dura, directa y llena de símbolos personales u originados en la larga tradición de su pueblo, la de Sajturis. Intercambiamos notas y una vez lo vi pasar de lejos rumbo a su refugio. Llevaba prisa, pues era ya la atardecida y tenía que cruzar el espejo.
Tasos Livaditis nació en 1921 y murió en 1988. Miembro del Frente de Liberación Nacional, luchó contra la ocupación alemana e ingresó en el Partido Comunista al que renunció después de la invasión de Checoslovaquia, para integrarse en el llamado Partido Comunista del Interior, de tendencia eurocomunista.
Livaditis pertenece a una generación de poetas de izquierda desencantados, primero por las revelaciones sobre Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, después por la invasión de Hungría y, en 1968, la invasión de Checoslovaquia. Muchos de ellos abandonaron al viejo Partido Comunista para ingresar al eurocomunismo, pero la mayoría se encerró en el exilio interior o, desde posiciones independientes, mantuvo una actitud crítica frente a los partidos y las ideologías. Livaditis afirmó: “He alcanzado el más inhumano de los gritos para afirmar mi creencia en el hombre”, y Anagnostakis señalaba una dura obligación de los comunistas: “Tenemos que decirles a nuestros hijos toda la verdad.”
La poesía de Livaditis, desde Batalla al filo de la noche y el Manual de eutanasia, es de una sinceridad estremecedora y tiene un personalísimo sentido del humor que atempera sus tendencias confesionales. El desencanto de su generación, recogido en esta poesía siempre urgente, no tiene acentos melodramáticos sino una tenue y humilde ironía: “Un viejo se detuvo en la esquina cuando empezó a llover/ Lamentable, ruinoso viejo, como hecho de un montón de papeles arrugados/ que ya empiezan a mojarse bajo la lluvia/ Dios mío, los papeles se deshacen –un paraguas idiotas,/ no ven que ese hombre se disuelve./ Papeles de viejas cartas de amor,/ de diarios, envíos infantiles dirigidos a Dios,/ papeles de desahucio, de embargos, de juicios criminales,/ facturas de viejas deudas, desvaídos manuscritos/ de poetas olvidados.// Y la lluvia, siempre tranquila, silenciosa,/ envolviendo el mundo en un manto gris y desgarrado/ como una mano amputada que van a sepultar./ Tranquila, humilde lluvia, llena de perdón.”
Crítico de poesía de varias revistas, Livaditis, estricto, pero generoso, ofreció su apoyo y dio orientaciones a los jóvenes escritores. Nunca usó tonos magistrales y sus comentarios y sugerencias tenían el sabor del autosarcasmo presente en toda su obra de creación.
(Continuará)
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