El ritmo de la emergencia no es el mismo de los políticos
, deploran
Jueves 13 de enero de 2011, p. 3
Puerto Príncipe, 12 de enero. En Corail, una llanura yerma donde hace nueve meses se inauguró el programa estrella
de la reubicación de los cerca de millón y medio de desplazados que perdieron sus casas en el terremoto del 12 de enero de 2010, las tiendas de campaña que un día fueron blancas, olorosas a plástico nuevo, hoy son jirones grises, remendados con lonas más gruesas, amarrados con cordeles de mil colores. Ruinas de vinil. Son miles. Exactamente 11 mil, alineadas en hileras interminables, sobre una superficie de grava que hierve bajo el sol de mediodía.
El campamento parece desierto. Pocas sombras se mueven entre las estrechas callejuelas sin sombra; son sobre todo mujeres que acarrean baldes de agua. La vida parece suspendida a esta hora ingrata de sol quemante y tolvaneras. Salvo un pequeño niño de panza redonda, casi bebé que ha aprendido demasiado pronto a caminar y sostiene en las manos unos zapatos enormes para él. Aparentemente ha perdido la orientación en medio de la nada. Como un rayo aparece la madre, una adolescente como gacela, que lo alza en vilo y lo pone a la sombra.
Corail, en el municipio de Croix de Bouquet, no es más un proyecto estrella
, sino un punto casi olvidado en una geografía inhóspita. Algunas organizaciones no gubernamentales, como Oxfam, y agencias de la ONU como Unicef y Organización Internacional para las Migraciones (OIM), siguen asistiendo las necesidades mínimas. Pero hoy es una prueba viva de que en el periodo posterior al sismo todavía no se logra nada en la reconstrucción de viviendas permanentes para los damnificados que perdieron su techo y que, con su millón 300 mil, suman casi 15 por ciento de la población haitiana.
Reconstrucción, fuera de la agenda
Quizá el mayor fracaso en la gestión de la ayuda humanitaria está representado en la nula reconstrucción de viviendas. Lo que ocurre es que el ritmo de la emergencia no es el mismo ritmo de los políticos, que están pensando en otras cosas
, expresa uno de tantos profesionistas haitianos que desde el primer minuto pusieron sus ideas y su vocación para volver a poner a su país de pie. Cosa que no ha pasado.
Según la OIM, que ha intervenido en el tema de la reubicación de desplazados por el sismo, del millón 300 mil damnificados que había en campamentos a partir del 12 de enero del año pasado sólo quedan cerca de 800 mil registrados. Sin embargo, oficialmente sólo han sido construidas viviendas para menos de 2 por ciento. Miles de personas han salido de los campamentos registrados sin dejar huella de su paradero.
La reconstrucción de viviendas es una palabra que no encuentra acomodo en esta jornada de conmemoraciones del primer aniversario del terremoto haitiano.
Este miércoles, como parte de las actividades de conmemoración, el presidente municipal de Carrefour (un suburbio de clase trabajadora duramente golpeado por el sismo) puso la primera piedra de un proyecto de construcción de 60 viviendas. Esto es apenas 0.023 por ciento de lo requerido. Y aun así fue la cereza del pastel en una jornada anticlimática.
Y en los jardines del palacio nacional –con su edificio roto y desplomado al fondo, como icono del desastre– aprovechando la segura presencia de la prensa internacional para esta fecha, la presidencia montó tras las rejas una exposición con el plan rector de reconstrucción de Haití, el cual financiará el comité interdisciplinario que encabeza el ex presidente estadunidense Bill Clinton.
Ahí se aprecian las bellas maquetas de un gran conjunto de edificios habitacionales en Fort Nacional (la antigua cárcel de Fort Dimanche, donde el dictador Jean-Claude Duvalier, Baby Doc, enterraba en vida a sus opositores), bien organizadas, presentadas como promocionales de empresas inmobiliarias que eligieron como imagen
del proyecto una joven familia mulata, hermosa e irreal. Hasta ahora, en reconstrucción de viviendas, eso es lo que hay: maquetas.
Entre el gracias, Dios
y la furia contenida
De vuelta a Corail, en una esquina del gigantesco campamento –oficialmente alberga a 22 mil familias, dos en cada carpa– se celebra desde hace dos horas una ceremonia religiosa. Bajo unas lonas que se baten furiosas con el vendaval que nunca cesa de levantar tolvaneras, un pequeño grupo de protestantes pentecostales se hunde en su religiosidad para meditar y vivir con recogimiento este 12 de enero. El polvo nos cubre a todos de gris.
El pastor, un hombre que mira detrás de sus gruesos anteojos y nunca despega la mano de su Biblia de pastas negras, cede la palabra a cada uno de los asistentes. Uno a uno pasan al frente y relatan apasionadamente su personal infierno en aquel 12 de enero, el inolvidable, el terrible. Los hijos perdidos, los padres muertos, los vecinos aplastados, los hermanos y parientes y, por supuesto, la kay krasé plat: la casa que quedó aplastada. El pánico y el dolor. Las pérdidas y la desesperanza. Todo para rematar con sus gracias a Dios
y por la gracia de papá Jesús
.
La emoción sube y baja por oleadas. El pastor modera. Empieza el canto. Aparecen los tambores y los salmos, los panderos y el Padre Nuestro, el raspador –instrumento indispensable para el compás haitiano– y el Credo. Los primeros que se ponen de pie para danzar son los niños, luego las mujeres, al final los circunspectos padres de familia que levantan las manos al cielo y mueven la cintura. Se abandonan al ritmo. A gritos, el pastor guía la oración. Más que una conmemoración, parece una celebración a la vida, una recarga de energía.
Oralbe es la presidenta de ese colectivo y nos aparta para conversar. ¿Que qué ha pasado aquí este año, desde el terremoto? ¡Nada! ¿Ve esto? Esto es la nada, esto es lo que ha pasado
. Es furia, frustración. El 12 de enero no nos morimos, pero aquí tampoco vivimos. Venga
.
Su tienda no está lejos de ahí. Tiene un número pintado a mano, 273, una pequeña huella de identidad. Un adulto no puede permanecer de pie en ese túnel caluroso sin levantar el techo con la cabeza. Tres jóvenes duermen en el piso a esa hora. Un plástico divide la tienda en dos, del otro lado es ya otro domicilio
.
Salimos a respirar un poco de aire fresco. Las matas de maíz que Oralbe sembró para dar un poco de sombra crecen dificultosamente, con las puntas de las hojas amarillas por el terregal imparable.
Este fue el campamento estrella
que instaló el ejército de Estados Unidos con ayuda de militares colombianos y varias agencias de la ONU. Su organización recuerda un enorme campo de refugiados: luminarias potentes cada tantos metros, letrinas de un lado, regaderas de otro lado, depósitos de agua distribuidos en la enorme extensión, canales de desagüe a cielo abierto. Ni una brizna verde, salvo los pequeños jardines que cada familia intenta defender del sol con lo que les sobra de sus baldes de agua.
La idea original era crear un campamento semitemporal
en terrenos inhóspitos expropiados por el presidente René Préval. Lo semitemporal
se prolonga mientras el campamento improvisado se deteriora. En un extremo de Corail se han empezado a levantar unos cientos de pequeñas cabañas de madera. Lucen al menos más humanizadas, casi un lujo frente a las carpas de plástico que ya no resisten más. Es la segunda etapa del plan estrella. Pero tampoco es vivienda permanente.
Corail ha sido escenario en otras ocasiones de contenidos brotes de furia. Ocurrió como advertencia cuando Préval los visitó por primera vez.
Entre increpaciones se escucharon los primeros “¡Abas Préval!”, que luego se han multiplicado en marchas espontáneas en la crisis poselectoral del 28 de noviembre y que rebotan en los miles de campamentos de desplazados a la menor provocación.