Miércoles 5 de enero de 2011, p. 2
Amelia dejó de hablar hace mucho tiempo y desde hace cuatro años no hace nada por sí misma. Ni siquiera se mueve. Sólo suspira y se queja. Sus hijas saben cómo se encuentra por el tono del quejido, pero nada más. Así es el Alzheimer.
Al principio, Amelia se desorientaba y se perdía aun en lugares conocidos por ella. Después, empezó a anotar en su agenda el lugar donde dejaba su coche estacionado.
Dentro de todo, dice María Teresa González Cosío, enfermera geriatra, especialista en el manejo de pacientes con Alzheimer, Amelia es afortunada porque sus hijas han podido proporcionarle los medicamentos y cuidados necesarios, además de que tiene el apoyo de una enfermera permanente y equipos similares a los de un hospital, pero instalados en su domicilio.
Lamentablemente –señala–, la realidad que viven muchos otros enfermos no es así, ya que por falta de información, sus familiares buscan ayuda pero para saber cómo pueden amarrar
al paciente sin hacerle daño, y así evitar que se lastime o se pierda en la calle.
Esto, en el mejor de los casos, porque hay otros en los que los afectados están abandonados o son víctimas de maltrato, indicó la especialista.