El estruendo de una avioneta en su impacto contra el paisaje aledaño a Cuernavaca retumbó la mañana del 4 de enero de 1995 y su eco continúa reverberando.

A 16 años de aquella tragedia mundial, el legado del maestro Eduardo Mata, quien piloteaba aquella aeronave luego calcinada, pervive de manera rotunda en la vasta discografía que legó, en las instituciones que fundó y sobre todo en la acción de las varias generaciones de personas que aman la música merced a su labor.

En contraste, el silencio ominoso de las autoridades culturales en torno a Eduardo Mata es revelador.

Ciertamente no se trata de una efeméride de números redondos. Pero no es ese el asunto, sino la orfandad evidente en que quedó la vida musical de México: un páramo poblado con chispazos muy aislados, algunos de ellos mediante campañas mediáticas que intentan engañar al público respecto de supuestas nuevas figuras de la batuta o de la música en general.

Eduardo Mata en plena ejecución, en la Sala NezahualcóyotlFoto cortesía de la Dirección General de Música de la UNAM

Y es que es en el plano general de la cultura en México donde se pulsa la ausencia de figuras de la talla de Eduardo Mata, cuyo trabajo le infunde credibilidad, rigor, confianza, valores, por cierto ausentes, en el paisaje cultural de hoy día.

Este 2011 se cumple el centenario luctuoso de Gustav Mahler, autor de culto que hoy goza de la preferencia popular. Fue gracias a Eduardo Mata que en México conocemos a ese compositor austriaco, tan cercano a él como su amado Mozart, y su figura paterna Bach. Escuchar la música de estos maestros es honrar la memoria de un maestro.

Este 4 de enero titila una luz sobre el paisaje sonoro de México: el ejemplo, las enseñanzas de nuestro maestro Eduardo Mata.

In memoriam.