En la novena corrida, los mansos de Carranco pusieron de cabeza a Marco y a Villaseñor
Pepe López fue el mejor librado en otra tarde sin bravura, entrega ni público
Lunes 3 de enero de 2011, p. a31
Cuando en una tarde cualquiera toros y alternantes carecen de bravura, es decir, de acometividad encastada y de arrojo frente ésta, a veces aparecen en el ruedo otros participantes dispuestos a echar mano de sus capacidades, superar las adversas circunstancias e iluminar la tarde con su torería.
Tal fue lo que hicieron en la tediosa novena corrida de la temporada grande 2010-2011 en la Plaza México dos magníficos toreros de plata, padre e hijo, Adolfo y Christian Sánchez, al adornar el morrillo de los descastados toros de la ganadería potosina de Carranco con sendos pares de banderillas en los que la inteligencia y el valor de ambos le recordaron a la desangelada terna y al escaso público que el del toreo es un arte que exige vocación, sí, pero enmarcada siempre por la emoción, ya sea a cargo del toro, del torero o de ambos.
El tercero de la mansada carranqueña, tan débil como sus hermanos y deficientemente lidiado hasta estrellarse en tres ocasiones en tablas y quedar con ambos pitones escobillados, para el tercer par ya no acudió al cite del banderillero Adolfo Sánchez quien, echando mano de su experiencia pero además de su casta torera, supo llegar hasta la cara de la res y dejar el par en lo alto casi a toro parado, para que en seguida su hijo Christian se llevara al toro a una mano. En una plaza más seria habrían sacado a Adolfo al tercio.
Y con el que cerró plaza, el de mejores hechuras del lamentable encierro y casi tan manso como el resto, fue Christian, quien ahora celoso y encastado ante el pundonor rehiletero de su padre, también clavó un par prácticamente a toro parado, llegándole a la cara mientras el animal lo esperaba y en cuanto sintió los arponcillos le pegó tremendo arreón al banderillero, yendo tras éste a tablas tras desentenderse del capote de su padre. A punto de ser cogido, Christian alcanzó apuradamente el burladero.
Tanta emoción, provocada por la honradez del subalterno, no por la bravura del astado, hizo que el aburrido público saltara de sus asientos para ovacionar aquel gesto y obligar a Christian a desmonterarse en el tercio, en su salida número 44 en el coso de Insurgentes. Lo demás fue lo de menos.
Los autorregulados del Cecetla (Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje) no tuvieron inconveniente en anunciar para esta corrida de trámite, de espaldas al público y a un elemental criterio para conformar carteles, al ignoto torero navarro Francisco Marco –apenas 32 años de edad, 11 de alternativa y tres corridas toreadas en 2010–, que confirmó, y a los morelianos Omar Villaseñor –sólo dos tardes el año pasado– y a su coterráneo Pepe López –cuatro corridas–, para enfrentar un encierro tan manso como débil y soso que, no obstante, a punto estuvo de herir a Marco y a Villaseñor. El primero con cierto oficio pero sin expresión, y el segundo, de regreso de unos inicios que hicieron abrigar esperanzas. Y es que aquí los toreros no se hacen toreando sino rumiando frustraciones y entrenando de salón.
Pepe López, que perdió piso luego de que le indultaran un bravo y noble toro de Santa María de Xalpa en este mismo escenario hace tres temporadas, mostró sin embargo más cabeza e idea de estructuración de la faena a base de decisión y colocación para provocar las pobres embestidas de su lote, el menos malo. Malogró el trasteo a su segundo con una estocada trasera y tendida, pero ha asimilado la técnica y supo recordarla.