El ganado de San Marcos, peleando con picadores y banderilleros, le puso sabor al caldo
No pudieron con ellos Ruiz Manuel y Martínez; Aldo Orozco le cortó una oreja al único manso
Lunes 27 de diciembre de 2010, p. a31
Por la bravura y belleza de sus ejemplares, el hierro jaliscience de San Marcos brindó materia prima de sobra para la corrida más interesante en lo que va del serial 2010-2011, que ayer, en su octava fecha, reunió al veterano andaluz Ruiz Manuel, y a dos jóvenes tapatíos: Memo Martínez y Aldo Orozco, valiente el primero, pero sin sitio, y bullidor el segundo, pero sin suerte, pues le tocó un primoroso burriciego y un cárdeno que, aparte de chico, fue el único manso de la tarde.
Empero, a ese animalito que jamás ocultó su intención de saltar al callejón, y que huyó de los picadores rebrincando como chivo, y que en el tercer tercio se refugió en tablas, hasta donde vestido de nazareno y oro fue su lidiador a obligarlo a embestir por abajo, pese a que soseaba, Orozco lo mató de un estoconazo y algunos pañuelos pidieron y el juez concedió una orejita, misma que abucheó el resto de la concurrencia.
Con el empresario Rafael Herrerías de nuevo en su palco –señal de que ya se arregló con el fisco–, la México albergó a más de 5 mil espectadores y ofreció un emocionante espectáculo que tuvo como principales protagonistas a las reses, los varilargueros y los encargados de clavar los reguiletes.
A Ruiz Manuel (39 años de edad y 15 de alternativa) engalanado con un terno de licra verde huizache y bordados funerarios, le correspondió Ponche, negro con bragas y 475 kilos de peso, claro y fijo de embestida, que le permitió mostrar sus logros en el ámbito de la nueva geometría taurina, pero se le apagó antes de tiempo y, para colmo, sin romper.
Martínez, de arándano y oro, quedó a cargo de Pastor, de 472 y con la misma pinta que el primero, pero dueño de una imponente cornamenta, muy bravo en varas, que llegó un tanto crudito al tercio final y se hartó de embestir por izquierda y derecha comiéndose primero la muleta y después a quien la sostenía sin temple ni mando y se reponía demasiado entre pase y pase.
Si Pastor fue de calle el mejor del festejo, Villancico, espléndido negro zaino de 480, fue el más hermoso, pero durante la lidia se volvió un jeroglífico indescifrable: no se dejó picar ni banderillear –era como si tuviera lomos de acero– y desde los primeros capotazos reveló que no veía de cerca. Orozco lo despachó bien y pronto.
Pavito, cárdeno bragado de 515, dotado de abundante y afilada leña en el testuz, bravísimo bajo el peto del caballo, se quedó parado ante la muleta y desarrolló harto peligro por el pitón zurdo. El penúltimo, Buñuelo, de 470, cárdeno careto y bragado, paliabierto pero bizco, salpicado de lunares en el pecho, colaboró con Martínez en un quite por faroles invertidos con la mitad del capote doblado, pero nada más. Y como del sexto ya se habló, tan-tan… ¡Feliz año nuevo!