o me atrevería a afirmar que México vive una guerra civil. Ya se habla de territorios ocupados por los narcos, pero no es sólo eso. La falta de respeto por las autoridades es cada vez más notoria. El asesinato de una mujer enfrente del palacio de gobierno de Chihuahua, el robo descarado del petróleo, los asesinatos en toda la República, la fuga de presos en Nuevo Laredo, Tamaulipas, y la notable incompetencia de las autoridades, hacen pensar que hay un poder superior al del gobierno, que hace lo que le da la gana sin que la autoridad formal encuentre la fórmula para remediarlo.
Por supuesto que detrás de todo está nuestra enfermedad endémica, la corrupción, que nos ha hecho perder, si es que la tuvimos, cualquier confianza en la policía, y que está provocando un sentimiento de que el Ejército no puede hacer nada.
Estamos en guerra civil, y todo indica que la hemos perdido. El problema es que no hay conflictos ideológicos, sólo la circunstancia de que los poderes de hecho hacen lo que les da la gana.
No es escasa la contribución de Estados Unidos, consumidor pertinaz de la droga que recibe por nuestro conducto y vendedor insistente de armas que hacen posible el dominio de los narcotraficantes.
Para el colmo de males, nuestra política está dedicada a un visible adelanto de la campaña presidencial, con alianzas absurdas entre la extrema derecha y la moderada izquierda. Hay candidatos interesantes, pero falta oficializar a alguno que represente un sentimiento nacional importante, por ejemplo, el ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México Juan Ramón de la Fuente. Creo que tiene problemas familiares muy serios, lo que lamento muchísimo, pero que ojalá no le impidan iniciar una campaña a la que mucha gente se adheriría. ¿Por qué no pensar en la creación de un partido universitario que pudiera respaldar su candidatura?
Hoy domina en México la inseguridad. Hay ciudades en las que la gente ya no se atreve a andar por las calles porque teme encontrarse con un tiroteo, que no respeta, como lo hemos visto de sobra, la identidad de las personas presentes.
Ha habido, sin embargo, una buena noticia. La liberación de Diego Fernández de Cevallos nos ha tranquilizado a sus amigos, por la terminación de la incertidumbre en que vivíamos. Y hasta es posible que su presencia visible le resuelva al PAN el problema de la candidatura presidencial. Los antecedentes tal vez no le sean muy favorables a Diego, pero la falta de personalidad de los presuntos candidatos puede superar esa falla. Aunque me parece que Josefina Vázquez Mota podría ser otro candidato con posibilidades.
No recuerdo que México haya vivido otra situación igual a la actual. Claro está que la lucha por el poder en lo que hemos llamado y celebrado como Revolución fue mucho más cruel, pero por lo menos el tema era mucho más definido. Por supuesto que la ambición personal, igual que ahora, dominaba los hechos, pero los efectos mortales se producían en el enfrentamiento directo de las fuerzas contrarias en lo que fue una verdadera guerra. Claro está que las soluciones fueron impactantes, aunque afectaban sólo a la cumbre. Los asesinatos de Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Pancho Villa y Álvaro Obregón caracterizan a aquel periodo, en el que todos sabían a qué atenerse.
Paso revista a nuestros antiguos gobiernos y me quedo con el de Lázaro Cárdenas. Fue una época de definiciones y una posición de fuerza frente a enemigos internos y externos. Lo cierto es que sabíamos a qué atenernos. Ahora todo puede pasar.
La verdad es que México merece otro trato. Somos un país provisto de todo lo necesario. Costas, tierras de sembradío, bosques, mares, ríos donde hacen más falta y una tradición cultural relevante. Pero se queda uno con la sensación de que no sabemos aprovechar lo que tenemos y lo único que se nos informa es del desempleo, la crisis económica y nuestra falta de definición política con el exterior. Nos domina el pesimismo. Habrá que hacer algo.