umbo al final del año se impone el recuento. Poco o nada puede decirse del desempeño económico, salvo que sin despeñarnos del todo vivimos la calma chicha de un estancamiento oprimente que no ofrece salidas ni prontas ni fáciles. El reporte de la OIT sobre el empleo y los salarios en el mundo nos remite a una situación social igualmente desalentadora y el de la OCDE sobre América Latina, bien leído, no da espacio para ningún triunfalismo que no sea la expresión de una enorme ignorancia.
La fragilidad de unas clases medias cuyo sustento dejó de ser la expansión industrial y la del Estado es evidente y plantea a los estados de la región, en realidad del mundo entero, una revisión a fondo de las estrategias y los objetivos del desarrollo. Sostenido en el crédito y la especulación a escala planetaria, el capitalismo global no parece tener más horizonte que la precariedad social, la agitación intempestiva de las masas, y nuevas y estridentes crisis financieras que echarán por la borda reflejos de consumo y acumulaciones materiales en los cuales se sustenta la cultura tradicionalmente equilibradora de los grupos medios, cuyas expectativas se depositan siempre en las posibilidades de progreso sostenido.
Sin un proletariado organizado, sometido a la peor precarización imaginable, como lo documentara recientemente en Crónica Ciro Murayama, los sistemas políticos se ven acosados por la anomia en que caen numerosos grupos sociales y, en especial, las cohortes juveniles, como ocurre hoy en nuestro país. De esta manera, la propia globalidad alcanzada ve esfumarse los mínimos técnicos de estabilidad social requeridos, y la posibilidad de nuevas formas de control no democrático de las sociedades reaparece en el escenario. Blade Runner como imagen permanente y 1984 como fecha emblemática, ya no de ficción distópica sino de realidad subyacente a una vida social cruzada por la desprotección.
Podemos apostar a que las sociedades siempre se las arreglan para vivir un doble movimiento
que ponga coto al abuso mercantil y proteja la vida y la naturaleza, imponiendo correctivos a una economía que dejada a su libre transcurrir no puede sino corroer los tejidos esenciales de la vida colectiva e individual. Pero las probabilidades de un correctivo de esta suerte se vuelven remotas en la medida en que la apariencia de normalidad se impone y los poderes dan marcha atrás en pos de un panorama precrisis cuya irrealidad no impide que, resignados, los grandes grupos afectados opten por asumirla. Un placebo que tal vez dure poco, pero que por lo pronto es usado para ilustrar sobre la futilidad de cualquier reformismo.
En medio de las tormentas climáticas y políticas, es esto lo que Europa vive hoy y Obama sufre como cotidianidad inapelable. Un cambio de rumbo hacia nuevas formas de protección social y natural implicará también nuevas maneras de entender la acumulación y la distribución sociales, así como la irrupción de tecnologías más volcadas a la eficacia que a la eficiencia. Pero el tiempo para que esto tome cuerpo y se vuelva acción política y comunicación social puede ser largo, inédito como espacio transicional, pero tan duro y cruel como fue aquel espacio histórico de cambio del capitalismo durante las crisis de los años treinta y su secuela fatal en la Segunda Guerra.
En medio del conflicto desatado por la polarización impuesta por el poder financiero mundial, emerge la posibilidad de cursos renovadores como los sugeridos por la OCDE en su informe o por la Cepal en su convocatoria a hacer de ésta la hora de la igualdad. Es probable, por ejemplo, algún viraje en China hacia un estado social
que busque establecer un balance entre la expansión salvaje de su industrialización y el desamparo básico en que viven sus masas urbanas. Como lo es el que en el Brasil post Lula y la Argentina de Cristina se proceda a una siembra más consistente de sus ganancias externas y se extienda el larvario estado de bienestar iniciado o retomado en el último lustro. Podría decirse entonces que “… y sin embargo se mueve”.
Lo que hoy puede y debe decirse es que tal no es nuestro caso. Que la apuesta dominante es a que nadie se mueva, ni la sociedad ni su economía, en apego al mandato implacable de la estabilidad a cualquier costo. La conducción económica nacional se muestra irresponsable, no rinde cuentas ni delibera en público, mientras el Congreso desgasta su precaria representatividad al ceder sin más ante la supuesta razón de unos tecnócratas, autodesignados y autorreclutados, sometidos a la inercia.
Quedamos al garete y a la espera de que el gigante postrado del Norte se levante. La diferencia está en que allá, a pesar de todo, la mayoría duerme en colchón y con calefacción, y aquí, en Mesoamérica, no alcanza para tantos.
El año se va, pero el daño no.