no de los problemas generados por la marginación es la falta de demora por parte del niño. Falta que será provocadora de una conducta impulsiva a la larga.
Será difícil obtener estadísticas del número de niños que crecen en zonas marginales y que desarrollan este tipo de patología. Lo que sí se puede inferir es que el clima de violencia que nos ahoga en parte está condicionado por las características del muy particular desarrollo del niño que vive en zonas marginales.
En el barrio marginal, algunas veces se sobrestimula a los niños y en otras ocasiones se les deja solos por largos periodos, durante los cuales se desplazan por la casa sin que nadie les preste atención. En estas condiciones, el niño, desde pequeño, no tiene ninguna organización ni control sobre su demora.
En cuanto al proceso de socialización del niño, estas familias parecen caracterizarse por dos aspectos principales: primero, las respuestas de los padres a las conductas de los niños son relativamente azarosas y deficientes en los cuidados y reglas que pueden ser internalizados. Su proceso de socialización prácticamente no existe. Segundo, el hecho de dormir y vivir todos los integrantes de la familia en un mismo cuarto (dos o tres o cuatro familias) estimula el impulso incestuoso que se da como real.
Sabemos que el incesto impide la socialización. La relación a dos que determina la violencia contra otros se rompe rápidamente porque tampoco se consigue permanencia es una situación cotidiana que es vista como natural por los hijos.
El interés de los padres está en el control o la inhibición de la conducta, más que en dirigirla, propiciando la respuesta contraria: hacer que se actúe desde el punto de vista interno.
Los niños desaventajados crecen en una atmósfera privada de estímulos en el hogar, y esta privación tiene su parte responsable en las dificultades que presentan cuando entran a la escuela. Esta privación incluye un margen mínimo de estimulación visual, una escasez de objetos, una falta de diversidad en los artículos caseros, pérdidas y cambios cotidianos, aun la cama o el petate, debido a nuevos moradores en la casa o a la venta y el empeño de los objetos, lo que da al niño pocas oportunidades de manipular y organizar las propiedades visuales de su ambiente y, por tanto, organizar y discriminar perceptualmente el mismo.
Esto incluiría relaciones, figura y fondo de la organización espacial del campo visual, por ejemplo, mientras estos niños tienen escobas y, por lo general, una pelota o quizá una muñeca, el niño de otro nivel tiene múltiples juguetes que le dan mayores posibilidades de diferenciación.
Los niños crecen en esta atmósfera privada de estímulo en el hogar y, por supuesto, esta privación es, en parte, responsable de las dificultades que presentan cuando entran en la escuela, esta privación incluye además un margen mínimo de estimulación visual, la escasez de platos, cubiertos, vasos y comidas, y en general objetos dentro de la casa; prendas de vestir y de colores, e incluso enfermedades. Lo que les impide en el colegio tener la posibilidad de discriminar y percibir visualmente los estímulos que presenta la organización escolar.
Como el niño no puede relacionar la experiencia con su propia conducta, la sensación de participación en el evento con el otro se ve siempre interferida. La incapacidad de aprender de la experiencia –característica de muchos de estos niños– puede ser el resultado de que no experimenten muchas situaciones como propias, la experiencia es vivida como ajena a ellos, de ahí que ésta no se pueda integrar.
La falta de una relación profunda, constante, y la asimilación de la misma, dificultan la integración de las experiencias. Estos niños tienden, por tanto, a buscar estimulación externa dramática. La cual debe ser ampliada antes de que sea lo bastante intensa como para lograr que el niño la perciba. Esto no me está sucediendo a mí, sino alrededor de mí
.
En el siguiente artículo me referiré al desarrollo
de la impulsividad.