n entrevistas contenidas en el libro La luz del mundo, de Peter Seewald, que empieza a circular hoy, el papa Benedicto XVI, realiza dos declaraciones dignas de mención: por una parte, tras reiterar los alegatos tradicionales del Vaticano contra el uso del preservativo, habla de casos justificados singulares
, como cuando un prostituto lo utiliza
, lo que puede ser el primer paso hacia una moralización, un acto de responsabilidad
, porque puede haber la intención de reducir el riesgo de infección, como un primer paso hacia una forma distinta y más humana de vivir la sexualidad
. A renglón seguido, el pontífice volvió a la postura de que éste no es el verdadero modo para vencer la infección del VIH
.
Por otra parte, Joseph Ratzinger admitió que el Vaticano incurrió en atrasos y lentitud
ante el comportamiento depredador del difunto Marcial Maciel Degollado, fundador de los legionarios de Cristo y abusador sexual de incontables menores, entre ellos dos de sus propios hijos. A decir del máximo dirigente del catolicismo, la institución que encabeza tuvo, desde 2000, asideros concretos
en torno a los hechos criminales protagonizados por quien fue uno de los favoritos de Juan Pablo II y, aunque mencionó la existencia de voces en México que dicen que las disculpas públicas de los legionarios de Cristo no son suficientes y que hay que disolver la comunidad
, opinó que en términos generales (la Legión de Cristo) es una comunidad sana
.
Aunque resulta angustiosa y exasperante la lentitud del alto clero católico para hacer frente a sus propias faltas (hubo de pasar medio milenio para que reconociera su error de enjuiciar a Galileo) y a las realidades contemporáneas, los dichos referidos revisten interés por cuanto muestran algunas pequeñas fisuras en la concepción dogmática y cerrada que es tradicional en el Vaticano y porque constituyen un reconocimiento incluso explícito de la falibilidad papal.
Ciertamente, los matices novedosos introducidos por Ratzinger resultan del todo insuficientes para contrarrestar décadas de irresponsabilidad institucional de la Iglesia católica que, con sus posturas moralinas, ha saboteado en forma sistemática los esfuerzos gubernamentales y ciudadanos en muchos países para hacer frente a la epidemia de sida por medio de la distribución de condones y con campañas para promover su uso.
El propio Ratzinger ha sido protagonista de esa irresponsabilidad: en marzo del año pasado, en una visita a África, señaló que la distribución de preservativos no sólo no resuelve el problema del sida
, sino incluso lo agrava
.
También resulta insatisfactorio el reconocimiento papal de la lentitud vaticana en controlar a Maciel: si desde 2000 Roma tuvo información sólida acerca de los delitos cometidos por éste, es obligado preguntarse por qué dejó pasar seis años antes de imponerle un castigo tan obsequioso e indulgente como el retiro a una vida de oración y penitencia
y por qué no emprendió una investigación exhaustiva de la cúpula dirigente de la orden fundada por el sacerdote michoacano sino una década más tarde. El hecho es que esos retrasos no sólo han causado un daño adicional a las víctimas de Maciel –sistemáticamente descalificadas y tachadas de mentirosas por las autoridades vaticanas–, sino han dado margen para la comisión de otros abusos sexuales contra menores.
En resumen, las notas autocríticas del pontífice son insuficientes y tardías. Pero, de alguna manera, el papado parece acusar recibo de la presión social de su feligresía, de la pérdida de fieles y de una realidad mundial contemporánea ante la cual el discurso vaticano en la mayoría de los temas es ya claramente insostenible.