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Vaya uno a saber
En el círculo de personas que, de un modo u otro, se dedican al cine o a tareas relacionadas con éste, al autor de las presentes líneas no le ha tocado todavía escuchar ni un solo comentario desfavorable al más reciente largometraje filmado por Robert Rodriguez, que se titula Machete (2010), que lleva en el papel protagónico a Danny Trejo y en el reparto incluye a Jessica Alba, Robert de Niro, Lindsay Lohan y Steven Seagal –sí, aquel que encarnó hace años a un karateca de pacotilla nombrado Nico. Puede que similar entusiasmo machetero esté verificándose entre los “no enterados”, es decir el público a secas, a juzgar por la presencia sostenida y abundante de la cinta en salas, más de una semana después de estrenada comercialmente.
Según se le mire, la película puede ser definida de muy diversas maneras, no necesariamente unívocas: nueva cristalización del pulp en la pantalla grande; acabada muestra de cómo se mira el cine serie B cuando se le hace con mucho dinero; discurso de la postmodernidad que se justifica a sí misma por la vía del autoelogio, sin darse cuenta cabal de que eso y poco más es lo que está haciendo; alegato hipersuperficial contra la discriminación racial estadunidense o bravata infrarresponsable a favor de la (anti)lógica del desquite como reivindicación sociocultural; antítesis de la verosimilitud y la pertinencia narrativas; payasada monumentalmente indigerible...
Gallina y huevo que se procrean recíproca y cíclicamente, Machete tiene la virtud –parece mucho pedir que consciente– de actualizar la vieja disquisición según la cual el cine es, para algunos, reflejo directo y esencialmente inocente de la realidad, de la cual sólo se hace eco, mientras que para otros el cine puede llegar a un punto –suele llegar, dicen ellos– en el que se convierte en apología del tema tratado, sea éste cualesquiera. La disputa de perspectivas, como bien sabe Todomundo, se agudiza cuando los temas son, entre otros, precisamente los de Machete. En orden de importancia descendente, destacan los que siguen: la violencia como fin en sí misma, como método y hasta como ideología; el poder como meta pero también como punto de partida, como justificación y promesa; el placer, torcido y pernicioso, que puede brindar el aniquilamiento del otro sencillamente porque es otro, es decir porque no es yo, no piensa como yo y, especialmente en esta cinta, porque no luce como yo; la xenofobia explícita que norma y guía la conducta de ciertos ciudadanos estadunidenses; el supremacismo culturorracial de dichos ciudadanos, manifestado en las esferas urbana, política y criminal.
Es claro que semejante coctel temático bien pudo haber prohijado un filme potencialmente explosivo, en el buen sentido del término, es decir, en tanto que detonase –o al menos contribuyese a detonar, pues el cine tampoco es para tanto ni consigue grandes cosas al respecto– el despertar de una conciencia colectiva en torno a dichos temas, aplicados a la realidad de la siempre difícil, despareja, injusta y ventajosa vecindad mexicana-estadunidense.
Vaya uno a saber por qué será que el público en general pareciera incapaz de no anclar sus huesos en la mazmorra del primero de los temas enumerados, es decir en la violencia, razón por la cual, consecuentemente, al resto lo mira solamente a manera de telón de fondo, cuando no como excusa o justificación para seguir refocilándose –huevallina, gallihuevo– en la exposición, cada vez más gratuita y desasida no sólo de la realidad misma sino de las necesidades internas de una narración que no se quiera monótona, de un acto de violencia seguido de otro acto de violencia seguido de otro acto de violencia, siempre uno más “espectacular” que el otro, en un ejercicio de superlativización que adolece de una vulgaridad infinita, desde el punto de vista de la imagen, y de una incoherencia mayúscula, desde el punto de vista de la construcción de la trama.
Con todo, no es eso lo peor del éxito de Machete. Ya es bastante lamentable que Unosyotros encuentre divertida una matazón, se dé ésta por los motivos que sean; encima, y apoyados en un chovinismo ése sí letal, se supone que hay que sentirse reivindicados por un personaje que para vengarse de las vejaciones que ha sufrido a manos de los gringos malos, no halla cosa mejor que volverse peor que ellos. Que luego Unosyotros no retobe cuando, por poner un ejemplo, se entere de que a la vuelta de su casa el crimen organizado –con o sin uniforme– ya mató a otros cuarenta quinceañeros, y no precisamente a machetazos.
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