Que devuelvan nuestra memoria

 

Noviembre, mes de las revoluciones, llega al centenario de 1910 en flagrante olvido oficial y académico de lo que los pueblos indígenas y campesinos de México llevan grabado en la médula de los huesos.

¿Vamos abreviando?: Tierra y libertad. Cada 20 de noviembre desde hace cien años hemos sabido que una vez vino una revolución que le dio la vuelta a todo, resquebrajó lo que luego se acomodaría, y parió un siglo de luchas, resistencias, reformas agrarias, política indigenista, recalentamiento periódico de la revolución (interrumpida, traicionada, usurpada, etcétera) de Emiliano Zapata. Y también del general Francisco Villa. Los héroes incómodos, igual que Ricardo Flores Magón.

A medias del siglo, los jaramillistas levantaron de nuevo la bandera de Zapata en su mismo estado de Morelos, y también a ellos los traicionó el gobierno. Al final del siglo se alzaron así los zapatistas de Chiapas. Como es bien sabido, la nueva Revolución Mexicana (“la primera del siglo XXI”) comenzó en las montañas el sureste en 1994 y no ha terminado.

En el Ejército Libertador del Sur no buscaban la guerra nomás por pelear, no querían ser soldados, sino campesinos. Por eso peleaban contra los acaparadores del poder y la fuerza. Ellos fueron, y eso todo el mundo lo sabe, el corazón de la Revolución mexicana, lo que la legitimó en su conjunto durante muchas décadas.

Un 17 de noviembre, al cobijo de la selva, secreto y mínimo, en 1983 nació el Ejército Zapatista de Liberación Nacional que una década después potenció las luchas indígenas contemporáneas en México, que ya traían impulso.

Puede el poder fingir lo que quiera: mientras no se les cumplan sus demandas de democracia, justicia y libertad a los  indígenas, que se cuentan por millones en distintas entidades federativas, no habrá fin de la Revolución, ni siquiera con reformas estructurales, transición o modernización (sinónimos de despojo rampante, criminalización de la resistencia legítima, degradación del Estado y la sociedad en aras de la libertad de mercados, esa patraña para civilización comunal mesoamericana).

Y allí también cae la lluvia de plomo que rige hoy nuestros días y tiene por teatro de operaciones carniceras cualquier parte del campo y las ciudades. Una “guerra” que quieren aprovechar como su “revolución” los poderosos en la revoltura del río revuelto y meneado. Nos guste o no, lo están haciendo. Entre los que con pereza mitificamos como “cárteles” para abreviar, las policías y las, tropas federales ensangrientan el territorio nacional. Un completo desperdicio, mera esterilidad asesina y onerosa. En los hechos, al condecorar a oficiales por asesinar a alguien “muy malo”, el gobierno aplica en México la ilegal pena de muerte.

Mejor invoquemos al barro que crea la historia de los pueblos, en los punzantes versos de “El arte del barro”, de Duane Niatum, poeta de la tribu Klallam (Seattle, Estados Unidos, 1938):

 

EL ARTE DEL BARRO

Los años en la sangre nos tienen en los huesos.

Son tantas las horas de oscuridad que no logramos sublimar.

La luz quiebra los días en piedras sin labrar.

 

Canto lo que ya canté, que sólo sueños son.

Caemos como soles cuando la luna es nuestro destino.

Los años en la sangre nos dejan en los huesos.

 

Yo alcanzaría tu mano si temiera la oscuridad a solas;

mi corazón es un río que el odio no enfría.

La luz quiebra los días en piedras sin labrar.

 

Le bailamos a la memoria porque la tenemos de prestado.

Y en lo que la música se detiene, nada se pierde, salvo la fecha.

Los años en la sangre nos tienen en los huesos.

 

Qué redondo el cielo. Cómo beben los planetas lo desconocido.

Tiento con suavidad, tus ojos dicen que no es tarde.

La luz quiebra los días en piedras por inscribir.

 

¿Qué figuras en este barro? ¿Las afila mejor?

¿Qué vuelve blanco al espíritu?

¿Vayamos abreviando?

Los años en la sangre nos dejan en los huesos.

Las luz quiebra los días en piedras sin labrar.