Verano de Goliat
n apenas tres años, y con cuatro largometrajes de ficción y un documental, el realizador mexicano de 28 años, Nicolás Pereda, ha logrado una formidable trayectoria en festivales nacionales e internacionales de cine. Sus propuestas de ficción se distinguen por presentar grandes paréntesis narrativos y prolongados planos fijos, al tiempo que obedecen, de una película a otra, a una lógica discursiva consistente: esbozar, mediante el absurdo, el retrato de un personaje (Gabino Rodríguez, de modo recurrente) enfrentado a situaciones urbanas que combinan el drama familiar y la picaresca. La sucesión de viñetas que integran un largometraje de Pereda es a tal punto consciente de su carácter fragmentado, inconcluso y azaroso que la primera cinta, de 2007, lleva por título irónico ¿Dónde están sus historias?
El protagonista defiende en ella la propiedad de su abuela de las mezquinas artimañas de otros familiares que buscan arrebatársela. En Junto y en Perpetuum mobile (vasos comunicantes filmados en 2009), Gabino busca incesantemente a su perro perdido al tiempo que se dedica, a lado de su amigo Paco, a matar jocosamente el tiempo en su trabajo de transportistas de muebles, y también a contrariar el agrio carácter atravesado de su madre.
En Verano de Goliat, Gabino es de nueva cuenta el personaje central de una picaresca, esta vez rural, que involucra a dos militares ociosos que en lugar de verificar el posible contrabando de drogas y mercancías por la carretera, prefieren hostigar a los lugareños de la comunidad Huilotepec, a pocos kilómetros de la ciudad de México.
En esta ocasión, Pereda afina todavía más su trabajo, al combinar y confundir ficción y documental. Entrevista a niños campesinos a propósito de un misterioso crimen pasional que habría cometido un adolescente llamado Óscar, conocido también como Goliat. Narra paralelamente la historia de una campesina abandonada por su marido, quien primero la engaña con su mejor amigo, y luego parece partir con otra mujer, aunque bien pudo simplemente haberse marchado, como tantos hombres de la región, a trabajar a los Estados Unidos. Intercala escenas enigmáticas filmadas fuera de foco con atisbos de violencia o pistas sobre la desaparición de las personas.
La fotografía impresionista tiene un efecto inquietante (¿dónde están sus crímenes, dónde los cuerpos desaparecidos?) Verano de Goliat se transforma en alegoría vigorosa de un país sin transparencia ni rendición de cuentas ni respuestas plausibles a su creciente espiral de violencia, sumido en el estupor y en la incertidumbre.
Los campesinos abandonan aquí el campo en busca de mejores oportunidades, y con él a sus familias, a los adolescentes rijosos porque sí y a las desesperanzadas esposas que acaban enloquecidas a la orilla de los ríos. En esta película, donde aparentemente no sucede gran cosa, el joven director ha logrado capturar una parte de la soledad y desasosiego rural mexicanos; la cancelación, también, de las oportunidades, el colapso del optimismo. En el triste panorama actual del cine mexicano, esta lucidez poética es toda una sorpresa.