ulminó la segunda vuelta electoral en Brasil con el resultado que debió producirse ya en el primer turno, de no haberse dado el corrimiento final de votos muy diversos y heterogéneos hacia Marina Silva[1]. Es decir que, tal como estaba previsto, finalmente se afirmó la convergencia de fuerzas
que presionaban por mantener los grandes ejes del proceso político y socioeconómico de los dos gobiernos de Lula. Decir esto parece casi obvio, pero en realidad no lo es, pues se trata de un proceso complejo que combina fuerzas sociales, económicas y culturales diversas, no todas evidentes a primera vista.
Siempre es difícil leer
tras una elección todos los procesos que llevan al resultado. Los análisis iniciales casi siempre tienden a concentrase en factores del tipo perfil del candidato, calidad de sus asesores y publicistas, microcoyuntura económica, prestigio de un líder, etcétera. Sin duda esos factores pesan siempre en los resultados, pero –sin caer en determinismos simplistas–, pienso que hay elementos más generales y de mayor aliento que explican no sólo el prestigio de Lula y la victoria de la supuesta desconocida e inexperta
delfina (en realidad tiene una muy larga historia militante y de gestora en el Estado). Como caricatura de razonamiento podría decirse que cualquier candidato que expresara esa relación de fuerzas hubiera ganado –esta vez– el desafío plebiscitario que planteó Lula hace dos años cuando definió su estrategia electoral.
Ciertos analistas y los diarios opositores sugerían que en el fondo no había muchas diferencias entre el programa de José Serra y el de Dilma Rousseff (curiosamente lo mismo decía el Partido Socialismo y Libertad –PSOL– y otros pequeños grupos de ultraizquierda). Eran los mismos que señalaban que tampoco había grandes diferencias entre las políticas económicas de Fernando Henrique Cardoso y de Lula. Si ese fuera el caso no se entendería una lucha electoral tan dura y casi salvaje
como la que plantearon en la campaña Serra y sus aliados. ¿Será sólo lucha entre subelites y aparatos por controlar el poder, como sostuvo Cardoso al ser entrevistado luego de la segunda vuelta?
No hay dudas que los dos gobiernos de Lula mantuvieron los grandes equilibrios macroeconómicos y en eso el gobierno de Cardoso y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) estuvieron de acuerdo en su momento (aunque no lo lograron con la misma eficacia). Ahora Dilma promete mantener esos lineamientos. Sin embargo junto con los lógicos conflictos de grupos de influencia y poder en todo proceso político, la victoria de Dilma /Lula parece expresar la suma de beneficiados por un modelo de acumulación que fortalece –en el contexto de capitalismo periférico tardío–, la asociación entre Estado/grandes empresarios neo exportadores/grandes grupos sindicales y sus bases/ masas pobres en ascenso económico y de ciudadanía/ y buena parte del gran capital financiero e industrial para el mercado interno.
Es ese bloque y los contundentes resultados (para todos los segmentos involucradas) los que llevaron a la victoria de Dilma, a caballo de la ola gigante del líder que articuló con carisma y pragmatismo las contradicciones entre las partes de este conglomerado. Algunos han hablado de oportunismo, pero lo cierto es que el modelo y el tipo de gestión fue el que logró llevar a la sociedad brasileña, y a Brasil como país, a los significativos niveles de desarrollo económico y social internos y al peso que en la escena global ha adquirido.
Los pobres progresaron notoriamente, los trabajadores encontraron empleo como nunca antes, la inversión en educación creció exponencialmente, los programas sociales se multiplicaron, las grandes centrales sindicales fueron asociadas al aparato del Estado, y hasta el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) logró un espacio bastante confortable de tira y afloje con el gobierno. No extraña entonces que apoyaran a Dilma y que sus cuadros dirigentes lo hicieran con cierto tono dramático y de lucha contra el retroceso histórico
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Pero al mismo tiempo crecieron los bancos; un número importante de grandes empresas (nacionales y extranjeras) ganaron muchísimo dinero y asimilaron como contrapartida necesaria e inevitable la necesidad del fuerte gasto público social y asistencial hacia los más pobres.
Algunas empresas públicas como el Banco Nacional de Desarrollo (Bndes) y mixtas como Petrobras, fueron puntales en alentar la inversión pública estratégica, dentro y fuera del Brasil, en especial en el área energética, sumamente maltratada durante los gobiernos de Cardoso.
En un contexto internacional relativamente favorable parece haber triunfado entonces el proyecto y los grupos que quieren consolidar a Brasil como un exponente ejemplar del nuevo capitalismo periférico emergente, con un papel de liderazgo en la región, el que al mismo tiempo le sirve de palanca y de colchón protector. Pero es importante señalar que eso se viene dando en un formato que jerarquiza por un lado la integración social interna (aún con grandes déficits heredados de un largo pasado de postergaciones) y por otro la integración regional –con significativa vocación autonomista respecto a Estados Unidos– dando paso a lo que se ha llamado un trato amigable
para los vecinos, en especial los más débiles tipo Bolivia, Paraguay y Ecuador, entre otros. Todo esto aparece muy acotado desde una mirada finalista con horizonte socialista, pero representa sin la menor duda una verdadera ruptura en lo interno con el pasado de atraso oligárquico tradicional, y en lo externo con el aislamiento de Brasil en América Latina y la considerable docilidad hacia Estados Unidos y los países centrales.
Se afirma así una ecuación de liderazgo brasileño en el Mercosur y en América del Sur, con muy probables impactos sobre el desarrollo de toda la región y su mayor autonomía respecto al capitalismo central o avanzado. Todo ello en un contexto de democracia política bastante fortalecida y con efectos positivos sobre lo que podemos llamar la democracia social.
¿Quiere decir eso que Serra, Cardoso y sus aliados estén en contra de un liderazgo regional de Brasil? De ninguna manera; pero sí que su lógica de articulación con el capitalismo mundial, con las fuerzas sociales no propietarias y con la relación estado/empresas privadas, harían políticamente muy difícil llegar a ese objetivo en el actual contexto histórico.
¿Quiere decir, por otro lado, que el gobierno de Dilma logrará necesariamente consolidar ese recorrido? No es algo automático pues hay muchas trabas en el seno de la alianza de partidos que apoyó a Dilma y en la compleja articulación de intereses sectoriales y regionales que compone el Brasil. Pero el fuerte apoyo de su base social, la relativamente cómoda mayoría parlamentaria que obtuvo y el enorme impacto estratégico (en muchos planos) del reciente descubrimiento de gigantescos recursos petroleros, le dan a su gobierno una base sólida para avanzar.
(*) Sociólogo uruguayo, profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República; investigador activo emérito del Sistema Nacional de Investigadores (Montevideo); vicerrector de la Universidad Federal para la Integración Latinoamericana (Unila), Brasil.
[1] El espacio electoral real de ésta se situaba entre 10 y 12 por ciento de votos, y no 20 por ciento que finalmente alcanzó.