ecenas de miles de personas se congregaron ayer en el National Mall de Washington, a espaldas de la Casa Blanca, en una marcha para recuperar la sensatez
, convocada por los comediantes Jon Stewart y Stephen Colbert. Durante la movilización pudo expresarse el rechazo de un amplio sector de la sociedad estadunidense a las reivindicaciones reaccionarias, racistas y xenofóbicas que en meses recientes han marcado el debate político en ese país, así como a la cultura del miedo
que caracterizó el discurso oficial durante la desastrosa era Bush.
No deja de ser significativo –sobre todo de cara a las elecciones legislativas a realizarse el martes próximo– que la mayor movilización opositora a la plataforma política del Partido Republicano y de su corriente ultraconservadora, el Tea Party, haya tenido que surgir a convocatoria de dos estrellas televisivas, y no del propio Partido Demócrata. En la hora presente, ese instituto político, ganador pleno en los comicios presidenciales de hace dos años, se debate entre la perspectiva de perder la mayoría en la Cámara de Representantes o sufrir un descalabro aún mayor y perder también el control del Senado estadunidense. Por lo que hace al presidente Barack Obama, parece resignado a enfrentar los dos años que le quedan de gobierno sin el respaldo de una mayoría en el Congreso, como se desprende de los llamados a los republicanos a trabajar juntos
una vez que la elección haya concluido, formulados el viernes y repetidos ayer durante su mensaje radiofónico semanal.
Tal circunstancia pone de manifiesto el desgaste sufrido por el actual gobierno estadunidense, y por su partido, como resultado de la incapacidad del actual mandatario por avanzar en sus promesas de cambio
y en los aspectos más atractivos de su plataforma política, aquellos que en noviembre de 2008 le dieron un triunfo electoral inequívoco e histórico. Según puede verse, en los 22 meses al frente de la Casa Blanca el mandatario no ha podido sobreponerse a las presiones ejercidas por la clase política y los poderes fácticos de Estados Unidos, y ni siquiera el triunfo político que le representó la aprobación legislativa de la reforma al sistema de salud ha evitado que se genere, en torno a su figura, una sensación de desaliento y frustración entre los ámbitos liberales y progresistas que sufragaron por él. Lo anterior se ha traducido en una erosión de las bases de apoyo del actual presidente y amenaza con estrechar aún más, si se confirman las tendencias de las encuestas de cara a los comicios de pasado mañana, sus márgenes de maniobra.
Frente a esta situación, la movilización de ayer adquiere una dimensión y relevancia particulares, por cuanto exhibió a un importante sector de la sociedad del vecino país que es consciente del colapso político y moral de la derecha partidista, pero que se mantiene escéptico ante la alternativa política tradicional que representa el Partido Demócrata. Lo anterior es particularmente claro si se toma en cuenta que la concentración de ayer fue mucho más numerosa y diversa que la convocada hace unas semanas por ese instituto político, también en la capital estadunidense.
Parece difícil que la marcha comentada pueda reanimar, entre hoy y el martes próximo, las alicaídas preferencias electorales del partido en el poder en Estados Unidos. En cambio, en la medida en que pueda recuperar algunas de sus propuestas programáticas más atractivas y originales, el actual mandatario estadunidense estará en condición de granjearse, así sea por contraste con las fuerzas chovinistas y conservadoras de ese país, un importante caudal de votos y simpatías con miras a procesos comiciales futuros. Barack Obama tiene la palabra.