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Mal de muchos... consuelo de muertos
E

n El siglo y el perdón (Ediciones La Flor, 2003), el filósofo francés Jacques Derrida afirma que uno de los hilos conductores de su seminario sobre el perdón es que la dimensión misma del perdón tiende a borrarse al ritmo de la mundialización, y con ella toda medida, todo límite conceptual. El fenómeno que destaca para ejemplificar esto son todas las escenas de arrepentimiento y perdón, de confesión o disculpa que se han venido multiplicando en el escenario geopolítico a partir de la Segundaa Guerra Mundial. Resalta que vemos cada vez más frecuentemente a líderes, comunidades, corporaciones profesionales y jefes de Estado pedir perdón públicamente. Derrida amplía a lo social los conceptos básicos sobre el perdón, sucede a menudo que las racionalizaciones acerca de cometer un determinado acto prohibido aseguran la represión de los sentimientos de culpa. Así, un clásico Otto Fenichel recrea la creencia de Macbeth en la profecía de las brujas, lo que constituye una tentativa de convencerse a sí mismo de que el asesinato fue un hecho inevitable, y que Macbeth no tiene por que sentirse culpable de ello.

Sintetizado por Otto Fenichel en los inicios del sicoanálisis de que existen diferentes tipos de casi proyecciones de sentimientos de culpa. Toda culpa puede ser sobrellevada más fácilmente si algún otro cometió un mismo hecho prohibido. En procura de sentimiento de alivio, las personas que han hecho algo por lo cual se sienten culpables, o bien, desean hacerlas, tratan de encontrar otra persona que se halla en la misma situación. Se sienten aliviados cuando logran encontrar un otro que hace o ha hecho la misma cosa. Incluso tienden a inducir a otras personas a hacer cosas de las que se sienten culpables. La función de alivio conseguida por compartir la culpa constituye uno de los factores de la sicología del arte. El artista tiene alivio de su sentimiento de culpa al inducir a públicos grandes a participar en hechos en los que él realiza la fantasía y el espectador siente alivio al darse cuenta de que el artista se atreve a expresar impulsos prohibidos. De la misma forma, la culpa tiene también una importancia básica en la formación de grupos.

Lo que llama la atención es que lo hacen desde la base de un lenguaje abrahámico (de base judeo-cristiana) aun cuando no tenga que ver nada con su religión dominante ni con sus patrones culturales, pero que se ha transformado en el idioma universal del derecho, la política, la economía o la diplomacia: a la vez el agente y el síntoma de esta internacionalización. Esto para Derrida significa, sin duda, una urgencia universal de la memoria, como si se experimentara una necesidad perentoria de volverse hacia el pasado y, por tanto, ese acto de memoria, de autoacusación, es preciso llevarlo a la vez más allá de la instancia jurídica y más allá de la instancia Estado-nación. De aquí, según Derrida, se desprendieron acontecimientos extraordinarios como la constitución del Tribunal de Nüremberg y la institución del concepto jurídico de crimen contra la humanidad. Esta especie de mutación “ha estructurado un espacio teatral en el que se juega –sinceramente o no– el gran perdón, la gran escena de arrepentimiento que nos ocupa”. Pero este asunto no tiene sólo una lectura, si bien por una parte responde también, según el filósofo, a un buen movimiento, lo que resulta cuestionable o, mejor dicho, motivo de estudio y reflexión es el simulacro, el ritual automático, la hipocresía, el cálculo o la caricatura que a menudo son la partida, y se invitan como parásitos a esta ceremonia de la culpabilidad. He ahí toda una humanidad sacudida por un movimiento que pretende ser unánime, he ahí un género humano que pretende acusarse repentinamente, públicamente, y espectacularmente, de todos los crímenes efectivamente cometidos por él mismo contra él mismo, contra la humanidad. Visto desde esta perspectiva, todos de una u otra forma hemos estado implicados en movimientos o en guerras, “grandes Revoluciones canónicas y legítimas” que fueron, según Derrida, los fenómenos que dieron paso a la emergencia de conceptos como derechos del hombre o crimen contra la humanidad.

Lo que preocupa a Derrida a ir más lejos en la reflexión de estas manifestaciones es que tales fenómenos tienen las características de una conversión de hecho y tendencialmente universal: en vías de mundialización. Aquí plantea una hipótesis de gran envergadura y de serias consecuencias: “Porque si, como creo, el concepto contra la humanidad rige la acusación de esta autoacusación, de este arrepentimiento y de este perdón solicitado; si por otra parte una sacralización de lo humano puede por sí sola, en última instancia, justificar este concepto (nada peor en esta lógica, que un crimen contra la humanidad del hombre y contra los derechos del hombre. Si esta sacralidad encuentra su sentido en la memoria abrahámica de las religiones del libro y en una interpretación judía, pero sobre todo cristiana del prójimo o del semejante (...) entonces la ‘mundialización” del perdón semeja una inmensa idea de confesión en curso, por tanto, una convulsión-conversión-confesión virtualmente cristiana, un proceso de cristianización que ya no necesita de la Iglesia cristiana”. Me pregunto entonces si la tendencia al retorno de los gobiernos a escala mundial hacia la derechización se puede relacionar con lo expresado por Derrida, estamos en problemas más serios de lo que alcanzamos a vislumbrar.