l trabajo de Friedrich Katz quedará como un eje central en la historiografía mexicana. Su meticulosa investigación, su capacidad interpretativa y el serio respeto que caracterizan su relación con el sujeto histórico dejan una riqueza de conocimiento y uno de los mejores ejemplos de la calidad profesional en la disciplina de historia.
Más que su cantidad, las obras de Katz destacan por la profundidad y amplitud con que abarcan los temas. Basándose consistentemente en un análisis a partir del materialismo histórico, sus trabajos son mucho más que un rescate de complejos episodios históricos. Su ingenio consistía en aplicar una sofisticada metodología sin abundar en largas disertaciones teóricas. Al contrario, aplicando técnicas comparativas, ejes globales, matizando estructuras regionales y combinando métodos de historia social y económica, construyó un pilar central en la historiografía mexicana.
Son pocos los académicos que escriben sobre momentos históricos tan distintos como el siglo XV y el siglo XX. Son aún menos los que lo hacen bien. Una de las virtudes del trabajo de Katz es que, en vez de presentar los hallazgos de su investigación como punto final, los contextualiza en un diálogo constante entre las preguntas planteadas desde diferentes tradiciones analíticas y las teorías y fuentes disponibles. Así, el estudio comparativo de los incas y aztecas que Katz publica en los 60 tiene una importancia analítica cuyas conclusiones no quedan desmoronadas con el descubrimiento de nuevas fuentes o el desarrollo de nuevas teorías.
En el ámbito de historia internacional, Katz destaca por su multifacética forma de analizar la Revolución Mexicana. La guerra secreta en México (Era, 1982) es importante no sólo porque analiza la forma en que Estados Unidos, Alemania, Francia y Gran Bretaña intentaron utilizar el conflicto en México para sus propios fines, sino porque desde nuestro país muestra que los conflictos internacionales se manipularon con fines nacionales. La guerra secreta, publicada en 1981 en Estados Unidos, hace lo que la nueva historiografía diplomática ha considerado necesario sólo recientemente: entender los procesos nacionales en el llamado tercer mundo en sus propios términos y no como un simple reflejo de las intervenciones de las grandes potencias.
Katz dedicó gran parte de su vida al estudio del México rural porque reconocía los movimientos populares como claves para comprender la historia. Revuelta, rebelión y revolución (Era, 1990), coordinado por Katz, reúne una serie de trabajos que en su conjunto abarcan desde las rebeliones precolombinas hasta procesos agrarios en la década de 1930. El volumen abarca cinco grandes cuestiones: ¿Quiénes fueron los rebeldes? ¿Cuáles fueron los principales motivos de las rebeliones rurales? ¿Cuáles fueron las consecuencias de largo y corto plazo? Y, finalmente, ¿es México excepcional en el grado y número de revueltas agrarias en comparación con el resto de Latinoamérica?
Las conclusiones, brillantemente sintetizadas por Katz, merecen atención: en su totalidad, a pesar de su derrota militar, los revolucionarios agrarios pudieron lograr –sobre todo a corto plazo– más de lo que tradicionalmente se suponía. Esto fue el caso, aunque otros grupos –los criollos, en la Independencia, y la burguesía, en la Revolución– se hayan beneficiado aún más. En términos comparativos, lo significativo de las rebeliones campesinas en México, escribe Katz, no es necesariamente su cantidad, sino su injerencia en revoluciones nacionales. Los movimientos agrarios han sido así fundamentales en el desarrollo de la historia mexicana.
Es probable que Pancho Villa (Era, 1998) sea la obra más recordada de Katz. Este voluminoso tomo es mucho más que una biografía del Centauro del Norte. La vida de Villa es el eje central del libro. Pero la obra abarca un contexto mucho más amplio: su movimiento revolucionario en comparación con otras tendencias; el impacto que el villismo tuvo como ideología y como movimiento social en Chihuahua, México y Estados Unidos; las estrategias y posibilidades militares y las implicaciones de operar en la frontera con Estados Unidos. Todo esto nos ofrece un acercamiento a una de las figuras más controvertidas en la historia mexicana.
Uno de los mayores retos para escribir sobre Villa –nos dice Katz– ni siquiera fue el desorganizado, disperso o destruido estado de los archivos, sino extraer la verdad histórica de tantas capas de leyenda y mito que rodean su figura. “Sean correctas o incorrectas, exageradas o verídicas –escribe Katz–, uno de los resultados de estas leyendas es que el dirigente ha opacado el movimiento y los mitos han opacado al dirigente”. Como en el resto de sus obras, Katz no llena su texto de jerga académica ni se detiene a teorizar sobre el discurso. El entorno social de Villa aparece sin los grandes rodeos de las tendencias culturalistas. Así, a pesar de ser voluminoso, Pancho Villa se lee con facilidad y de sus páginas emerge un líder revolucionario de brillante inteligencia, comprometido con los pobres y de fuerte –a veces excesivo– temperamento. La obra es un vivo ejemplo de la importancia de los movimientos agrarios en México, ya que no sólo nos brinda un claro retrato de las transformaciones socioeconómicas regionales que produjeron a una figura como Villa, sino cómo el villismo afecta el curso de estas condiciones. Katz frecuentemente expresó su admiración por el carácter vivo que seguía teniendo la Revolución en el presente mexicano. En esta celebración de su centenario, leer a Katz es parte de mantener viva esa historia.
* Profesora de historia de Dartmouth College. Su más reciente libro es Rural resistance in the land of Zapata: The jaramillista movement and the myth of the pax-priísta, 1940-1962 (Duke University Press, 2008).