n primer ministro británico que durante los diez años de su gobierno hace todo lo posible por complacer la voluntad de Washington, apoyándolo incondicionalmente en su intervencionismo militar en Irak y en la lucha antiterrorista que emplea los mismos métodos de tortura y asesinato colectivo que su adversario político, sólo puede ser una polémica figura rodeada de misterio. Tal es el caso, hasta la fecha del ex ministro Tony Blair, quien acaba de publicar un libro de memorias, provocando en Irlanda un encendido rechazo de abucheos y zapatazos durante la presentación del texto, lo que obligó a cancelar en Londres una promoción editorial parecida.
Estos sucesos recientes colocan en una perspectiva novedosa, casi profética, a El escritor fantasma (The Ghost Writer), la cinta que Roman Polanski concluyó en Alemania el año pasado, y que narra la historia de un escritor fantasma, escritor negro
(denominación común que el título en español evita por corrección política), que por dinero acepta hacer la redacción de un texto ajeno y su propia desaparición como autor verdadero. El fantasma en la cinta de Polanski es interpretado por el escocés Ewan Mc Gregor, y su encargo es proseguir la redacción del libro de memorias de un ex primer ministro, Adam Lang (Pierce Brosnan), obligado a un exilio forzado en Estados Unidos, cuando un ex colaborador lo denuncia ante el tribunal de La Haya por su complicidad en las reiteradas violaciones al derecho internacional y a la tortura de prisioneros de guerra iraquíes.
La trama procede del exitoso libro del británico Robert Harris, escrito en 2007, The ghost, y explora los dilemas morales del joven escritor que paulatinamente descubre la turbia personalidad del hombre político vinculado, desde antes de asumir el poder, a los intereses de las transnacionales petroleras y de la CIA. Aunque el novelista –también responsable con Polanski de la escritura del guión– afirma que su ficción no está directamente relacionada con el ex ministro Tony Blair, la cinta está plagada de referencias apenas veladas a la vida personal y política del ex ministro. Como un antihéroe de Alfred Hitchcock (El hombre equivocado, Intriga internacional), el fantasma (jamás señalado por su nombre propio) se ve envuelto, muy a pesar suyo, aunque no sin una curiosidad irresistible, en una red de espionaje y negocios turbios que pronto transforman su inocuo trabajo de escritura en la pesadilla real que pone en peligro su vida (Búsqueda frenética, Polanski, 1988). Polanski maneja con destreza los elementos de suspenso en el thriller político, y ofrece suficientes claves para que el espectador asista a revelaciones impactantes sobre un personaje de primera línea, aún protagónico, crecientemente impopular, siempre polémico en su vinculación con figuras tan lamentables como George Bush, hijo, o José María Aznar.
Pero el realizador polaco no se limita a esos penosos señalamientos. De modo por demás irónico, el exilio involuntario del propio Adam Lang en Estados Unidos es reflejo de la propia condición de Polanski como hombre perseguido por la justicia de ese país, obligado a redactar en prisión o en una residencia asignada, el guión de la película que no puede filmar en Estados Unidos y que debe recrear (de modo magnífico, por cierto) en la costa báltica alemana.
El filo irónico y la enorme astucia con que el director presenta la falsa biografía de un muy verídico Tony Blair, redactada por un escritor alcohólico de poca monta, refrenda su incuestionable oficio artístico, y marca un regreso o, mejor dicho, una gran fidelidad a formas narrativas tradicionales. El escritor fantasma se disfruta como un thriller clásico, venturosamente desembarazado de esos recursos de moda que son la narración laberíntica con tramas entrelazadas y cronologías disfuncionales, la saturación de efectos especiales que disimulan lo insustancial de un argumento, o los híbridos genéricos y las dislocaciones del relato, procedimientos laboriosamente innovadores, atentos siempre a la respuesta juvenil o al impacto en la taquilla.
A los 76 años, Polanski prescinde de imperativos comerciales semejantes y se dedica en El escritor fantasma a contar una sugerente y clásica historia de suspenso anclada en la realidad política más inmediata. Cuenta con la sorprendente revelación actoral de Pierce Brosnan, el juego de actuaciones muy finas y sugerentes de Ewan Mc Gregor y Olivia Williams (Ruth, esposa de Adam Lang), los papeles apenas secundarios de los veteranos Eli Wallach y Tom Wilkinson, la fotografía inquietante de Pawel Edelman, y esa notable recreación de atmósferas en los estudios berlineses de Babelberg que logra la dirección de arte de Cornelia Ort. Para sorpresa y escándalo de muchos, Roman Polanski es actualmente un gran narrador de cine y un vitalísimo hedonista septuagenario.