Realizó dos inteligentes y ajustadas faenas ante toros con trapío y poca transmisión
Cortó otra oreja y fue el ganador del Certamen de Novilladas Nocturnas en el coso madrileño
Lunes 9 de agosto de 2010, p. a42
Hay novilleros que no sólo prometen sino que cumplen con creces cada vez que se visten de luces en ambientes taurinos más profesionales y estimulantes que el nuestro; jóvenes sobrados de afición y cualidades que se dejan contagiar de una atmósfera taurina por acá perdida hace años.
Tal es el caso del joven de Aguascalientes Juan Pablo Sánchez, quien ayer domingo en Madrid, en la plaza de Las Ventas, se alzó de nuevo como triunfador del festejo, al cortar una merecida oreja de su segundo y, de paso, darles un repaso
a sus alternantes, el salmantino Damián Castaño y el sevillano Antonio Espaliú, quienes a la postre no lograron aprovechar la calidad de sendos novillos de Monte Alto, encaste Domecq, que envió un encierro parejo de presentación, fino de hechuras, con mucho trapío e imponente encornadura, del que destacaron por su toreabilidad los cuatro primeros y por su transmisión el segundo y el tercero.
Sánchez repetía luego de haber cortado una oreja la tarde de su presentación, hace dos semanas, que debió ser otra de su segundo, pero como allá empresas, jueces y cronistas no se andan con postraciones sino con un inconfesado celo, serenamente se la escamotearon y no pasó nada, excepto tener que repetirlo.
Ya con el que abrió plaza, Mayoral, de 525 kilos –un ferrocarril negro y lustroso jalado por imponente arboladura–, Juan Pablo se abrió de capa en templadas verónicas sin que se lo corrieran. El burel tomó dos varas sin humillar. Como ya es sustento de su tauromaquia, el joven hidrocálido inició el trasteo doblándose con serena seguridad, no sólo para doblegar al astado sino para fijar su embestida, hacerse del toro y embeberlo en la muleta.
El joven posee un cerebro torero privilegiado que le permite estructurar sus faenas sin agobios ni temeridades, antes bien, con una serenidad asombrosa y una intuición excepcional, sin efectismos ni demagogia, sino con una interioridad privilegiada y un mando categórico.
Por eso y porque el animalazo aquel careció de la suficiente emotividad en las ajustadas y quietas tandas por ambos lados, rematadas siempre con armoniosa limpieza, Juan Pablo apenas fue sacado al tercio luego de coronar su inteligente trasteo con una estocada entera en todo lo alto. No me quiero imaginar lo que aquí le habrían dado.
Entonces con su segundo, Caracolo, de 476 kilos, negro listón y brocho de cuerna, que tampoco recargó suficiente en dos puyazos, Juan Pablo Cuatro Eses –sitio, seguridad, suavidad y sentimiento–, ejecutó primero sus imperiosos doblones para enseguida volver a ajustarse en serio en las series y a enredarse aquella mole a la cintura en templados, melancólicos derechazos y naturales en los medios, girando sólo con la pierna de la salida en una sinfonía de ligazón y de dominio, no obstante que la res careció de la transmisión de los dos anteriores. Volvió a irse tras la espada, la dejó en todo lo alto y, ahora sí, el reacio juez de plaza tuvo que conceder la oreja.
Por la cornada que recibió su compañero Castaño al entrar a matar a su primero, todavía el joven Sánchez enfrentó a Calabaza, que recibió dos certeros puyazos de Antonio Saavedra, quien tuvo que destocarse ante la fuerte ovación. Quizá la segunda vara debió apenas ser señalada pues el astado llegó con media embestida a la muleta, lo que no fue óbice para que este dotado Juan Pablo –futuro pontífice de la tauromaquia si no se marea– impartiera con valerosa serenidad sus bendiciones tauromáquicas, coronadas con otro certero volapié.