os olores nos dan información muy importante acerca del mundo que nos rodea. Nos permiten acercarnos a los aromas que nos resultan agradables, como el olor de la lluvia en el campo, o el de la persona amada. Y alejarnos de otros. También nos advierten de peligros, como cuando se olfatea el humo al iniciarse un incendio. No es necesario abundar en ejemplos, pues de inmediato recordamos la ya célebre novela de Patrick Süskind El perfume. Pero hay una pregunta que resulta inquietante: ¿todas las personas percibimos lo mismo?, o dicho en otras palabras: ¿el mundo huele igual para todos?
Los seres humanos somos en este sentido (dicho literalmente) distintos de otras especies animales, como los perros, los chimpancés, o las ratas, que tienen capacidad olfatoria mayor a la nuestra –y viven un alucinante e inimaginable universo de olores–, pero también somos muy diferentes unos de otros.
Las cosas que nos rodean desprenden moléculas que se disuelven en el aire y llegan, durante la respiración o el olfateo, a la parte superior de la cavidad nasal en la que se encuentra la mucosa olfatoria, compuesta entre otros elementos por neuronas. Estas células, poseen en su superficie sitios especiales conocidos como receptores olfatorios a los que se unen químicamente las moléculas provenientes del mundo externo. Esto produce una señal eléctrica que se transmite al cerebro. La percepción de los olores a nivel cerebral es algo maravilloso y complejo. Pensemos, por ejemplo, en aquellos olores capaces de evocar un recuerdo.
Los receptores olfatorios son elementos clave en los eventos descritos, pues de sus características y número depende nuestra capacidad olfatoria. Se forman a partir de las instrucciones provenientes de una familia de genes que se encuentran en prácticamente todos los cromosomas (con excepción de algunos como el cromosoma Y). Pero estas instrucciones no son las mismas en todas las personas.
Cuando se descifró el genoma humano, se encontró que existían diferencias entre individuos de nuestra propia especie, las cuales, si bien eran muy pequeñas, podrían tener gran importancia funcional. Estos cambios consisten en variaciones en los nucleótidos (que son algo así como los escalones en la cadena doble del ácido desoxirribonucleico o ADN). A estas variaciones se les conoce como polimorfismos de un solo nucleótido (SNPs, por sus siglas en inglés).
Sin embargo, más adelante se encontró, que además de estas diferencias, había otras a una escala mayor, como la presencia, en individuos normales, de genes con partes duplicadas o perdidas, a lo que se denomina variaciones en el número de copias (CNVs, también por las siglas en inglés). Estos dos fenómenos son de gran trascendencia, pues en ellos podría encontrarse la respuesta a una de las preguntas más antiguas e importantes de la medicina, sobre las bases de la individualidad biológica…
Pero volviendo al olfato, diversos autores han documentado las enormes diferencias en la percepción que existe entre individuos. Por ejemplo, Keller y sus colegas de la Universidad Rockefeller, han señalado en un trabajo publicado en 2007 en Nature cómo una sustancia, la androstenona, derivada de la testosterona, puede ser percibida por algunos individuos como ofensiva (parecida al sudor u orina), placentera para otros (floral o dulce), e incluso inodora. La explicación de estas diferencias en este trabajo, se encuentra en las variaciones genéticas en los receptores olfatorios, las cuales se explican por una sutil sustitución de aminoácidos (unidades de las proteínas que forman el receptor) debida a la presencia de 2 SNPs.
Hay un trabajo realmente impresionante, aparecido en PLoS. Genetics en 2008, realizado por un equipo científico internacional encabezado por Jan O. Korbel, de la Universidad Yale, y Yehudit Hasin, del instituto Weizmann de Israel, en el que participa una investigadora mexicana, la doctora Claudia Gonzaga Jáuregui, del Centro de Ciencias Genómicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En este estudio, en el que se emplean las técnicas de investigación genética más avanzadas, se muestra la gran cantidad de duplicaciones o pérdidas de material genético entre individuos (las CNVs ya mencionadas) que pueden explicar las variaciones en los receptores olfatorios.
Los datos anteriores ilustran claramente la individualidad biológica en nuestra especie para una función de gran importancia como el olfato. La imagen cerebral de olores que tenemos es muy distinta en cada persona. Puede decirse que, de algún modo, cada uno de nosotros habita un mundo diferente.