Glorioso y Don Ma, dechados de bravura, claridad y fijeza, por encima de sus lidiadores
Desde los tendidos, el público exigió a Herrerías que repita el novillero sordo Luis Conrado
Lunes 19 de julio de 2010, p. a38
Fundada apenas en 2006, con sangre importada de Barralva, la ganadería de Caparica, sita en el municipio michoacano de Zinapécuaro, triunfó ayer en la quinta novillada de la temporada veraniega, al debutar en la Plaza México con un encierro que destacó por su bravura bajo el peto del caballo, y su fijeza y claridad al embestir, en el que obtuvieron notas sobresalientes el primero y el tercero de la tarde, éste último premiado, a exigencia del escaso público, con el homenaje del arrastre lento.
Ambos animales, Glorioso, de 371 kilos, y Don Ma, de 410, estuvieron muy por encima de sus jóvenes lidiadores, Manolo Olivares, que repetía en reconocimiento a su labor de hace dos semanas, y César Ibelles, que se presentaba en el pozo de Mixcoac. Con ellos hizo el paseíllo el aspirante poblano David Aguilar, a quien se le fue vivo el primero de su lote y, en términos generales, le salió mal todo lo que intentó con capote, banderillas, muleta y espada.
Aquejado por algo que lo mantuvo bramando de dolor desde que saltó al ruedo hasta que dejó de existir, Glorioso era negro, casi zaino, chiquito, de aspecto insignificante y débil de remos, pero traía tal bravura en las arterias que cuando Olivares le clavó el segundo par de banderillas y, de un salto, se puso de pie sobre la tabla superior de la barrera, el rumiante, que lo venía persiguiendo, también brincó en pos de él y por poco lo acompaña en su caída al interior del callejón.
Poco después, a lo largo del tercio de franela, no dejó de ir en pos de la muleta, repitiendo sin cesar ni tirar jamás una cornada: iba y venía que era un gusto y, pese a que estaba en las últimas, no dejó de luchar y terminó comiéndose crudo al capitalino, que lo mató injustamente, es decir, poco a poco, mediante una sarta de pinchazos –no de un estoconazo en todo lo alto, como se lo merecen los toros bravos–, y tuvo que retirarse al burladero entre sentidas y coléricas rechiflas.
Don Ma, negro bragado, bastante más hecho, compareció ante el caballo empujando con los cuartos traseros, pese a que la puya lo hirió en el costillar. El joven Ibelles, que traía buenas cartas de recomendación, entendió que por el lado zurdo era magnífico y le zumbó dos buenas tandas de naturales, pero entonces, para su desconsuelo, el novillo se fue para arriba y comenzó a exigirle más valor, más aplomo y temple y mando y otros recursos, como el de la experiencia por ejemplo, que el también capitalino no tiene. Y al sentirse defraudada por ese conjunto de obvias limitaciones, la gente se encrespó y se puso de parte del peludo, gritando ¡toro, toro!
Cuando éste dobló al fin para exhalar su último suspiro, el público siguió aclamándolo –¡toro, toro!–, hasta que el atarantado juez colgó el cartelito de Lento
, que marca el ritmo al que las mulillas deben trotar cuando se llevan los restos de un cornúpeta entrañable, pero que ayer parecía también un reproche al torerito que desaprovechó tal joya.
A medida que avanzaba la tarde y la cerveza aumentaba el volumen y la insatisfacción de las gargantas, el nombre de Luis Conrado, el novillero sordo del barrio del Olivar del Conde, que cortó la primera oreja de este serial hace 15 días, comenzó a ser mencionado con mayor insistencia por los gritones. Herrerías, ¡ponme a Conrado!
, se escuchó en los tendidos de sol más de una vez. A la salida, de acuerdo con una fuente siempre bien informada, trascendió que Conrado volverá a la México el próximo domingo. Pues que así sea. O, para decirlo con una sola palabra, amén.