l este de Edén. La propuesta narrativa no es novedosa: dos hermanos se ven enfrentados entre sí por la intolerancia del padre que elige a uno como hijo predilecto, despreciando al otro como una oveja negra irrecuperable. Caín y Abel, perdido ya el paraíso. Entre hermanos (Brothers), la cinta más reciente del católico irlandés de 60 años Jim Sheridan (Mi pie izquierdo, En nombre del padre, El boxeador), insiste en sus temas favoritos, la culpa y el perdón, remplazando el contexto histórico recurrente (la lucha terrorista en Irlanda) por el involucramiento bélico estadunidense en Afganistán. La película, una nueva versión de Verdades ocultas (Brodre, 2004), de la danesa Susanne Bier, retoma la historia de un soldado alejado de su familia, que luego de ser erróneamente reportado como fallecido en el frente regresa a su hogar para encontrar un nuevo arreglo sentimental y doméstico en el que su hermano lo ha remplazado.
La oposición entre Sam Cahill (Tobey Maguire), ciudadano modelo, capitán disciplinado, padre de familia intachable, y Tommy (Jake Gyllenhaal), ex presidiario, responsable de un robo a mano armada, de temperamento rebelde, seguro de sí mismo y de enorme simpatía, es el punto de partida para el notable intercambio de roles que plantea la cinta. Entre hermanos no es una película más sobre el conflicto de Afganistán, sino un comentario sobre los efectos perversos que una guerra, cualquier guerra, puede tener en una familia. Luego de la supuesta desaparición de Sam, su entorno doméstico asiste a la paulatina regeneración de Tommy, quien sorprendentemente conquista el afecto paterno, el cariño de dos niñas y el apego físico y sentimental de Grace Cahill (Natalie Portman), la joven viuda. El regreso inesperado de Sam es el detonador de un drama que súbitamente rompe con la morosidad narrativa y el tono muy convencional que manejaba la cinta.
La propuesta hollywoodense adquiere de pronto un registro dramático seco, de violencia contenida, más propio del cine europeo de autor. La secuencia de una cena familiar se aproxima en tensión y golpes escénicos a la cinta danesa La celebración (Festen, Vinterberg, 1998), en tanto el personaje de Sam (asediado por el recuerdo de las crueldades vividas en Afganistán) aparece como un ser paranoico e irreconocible, físicamente muy disminuido, de aspecto alucinado y conducta imprevisible, incapaz de adaptarse a la vida familiar, devorado por el resentimiento y los celos, depositario también de una culpa inconfesable. Es a partir de este momento que la cinta gana en fuerza dramática, y que los actores pueden despojarse del corsé de sus figuras arquetípicas para mostrar una complejidad mayor y, en el caso de Gyllenhaal y Portman, una gran sutileza interpretativa.
Con su lenguaje aparentemente convencional, de drama doméstico animado por grandes estrellas, la película lleva su comentario claramente antibélico hasta un público masivo, ese mismo que puede desdeñar y salir en blanco de una película tan notable como Zona de miedo (The hurt locker, de Kathryn Bigelow, 2008), señalando ambas obras el mismo desasosiego de un militar entregado hasta la obsesión a una misión guerrera que lo enaltece y degrada. Resultaría ocioso detenerse en la carga melodramática de un trío pasional (como lo insinúa la publicidad del filme), cuando lo que realmente importa aquí son los efectos devastadores de la guerra sobre el equilibrio físico y emocional de un individuo y de los seres que lo rodean. Esto lo planteaba ya en 1978 la película Regreso sin gloria (Coming home), del estadunidense Hal Ashby, a propósito de la guerra de Vietnam, y hoy lo refrenda vigorosamente el irlandés Jim Sheridan, al mostrar hasta qué punto la terquedad del intervencionismo político y militar sigue cobrando víctimas en el frente de combate y lejos de él. En un momento en el que el gobierno estadunidense persiste en la misma aventura guerrera de la administración Bush, una película como Entre hermanos se vuelve un señalamiento agudo y muy pertinente. Que su factura de cine comercial facilite su difusión masiva, lejos de menguar su interés y calidad, sugiere una estrategia de producción inteligente.