or supuesto, el grueso de las fuerzas de la contrarrevolución en Cuba reside en el extranjero. No las integran sólo los exiliados ex batistianos y capitalistas-mafiosos, los del partido de siempre que desea la puertorriqueñización de Cuba. Forman parte de ellas, sobre todo, el capital financiero internacional, el gobierno de Washington, la gran prensa monopolista y la derecha en todos los países, pues no pueden tolerar la subsistencia de un pequeño Estado independiente y antimperialista que declara luchar por el socialismo y da un valioso apoyo y estímulo a la lucha por la liberación nacional y social de los oprimidos y explotados.
Esas fuerzas enormes y poderosas, por razones históricas y sociales, deben actuar en la isla apoyándose en sectores raquíticos y aislados o en grupos potencialmente peligrosos y poderosos, pero todavía no cristalizados, como los integrados por quienes aspiran a ser los capitalistas locales del futuro y, sobre todo, por los burócratas, corruptos o incapaces, y siempre opuestos a la intervención democrática del pueblo y, por tanto, candidatos a ser servidores de cualquiera. Pero en realidad lo que da a los contrarrevolucionarios mayor margen de maniobra son los límites, errores e insuficiencias en la política del sector gobernante, que trata de defender la revolución en las dificilísimas condiciones actuales.
Por ejemplo, la decisión de Raúl Castro de hacer intervenir a la jerarquía católica cubana en el trato a los presos políticos (que no son muchos, pero existen y dan motivo a una gran bulla internacional), es un arma de dos filos. Por un lado, en efecto, esa medida desarma la ofensiva hipócrita de quienes matan, torturan, apoyan dictadores, organizan atentados terroristas anticubanos o magnicidios en Venezuela o Bolivia, conspiran contra gobiernos democráticos o encarcelan a los cinco cubanos que denunciaron terroristas a las autoridades estadunidenses. Al mismo tiempo, deja sin pretextos a la Unión Europea para endurecer su posición ante Cuba y, en la isla misma, quita apoyos internos a quienes quieren utilizar con fines políticos desestabilizadores el problema de los derechos humanos para los presos, sean éstos políticos o no.
Pero, por otro lado, otorga jerarquía de mediadores a los que en realidad, como esos prelados, forman parte de la contrarrevolución, no sólo por la difusión del oscurantismo y su sumisión al Estado vaticano, sino también por su apoyo de siempre a la derecha en Cuba y en el mundo. Y crea la impresión de que la combinación entre las huelgas de hambre y la intervención vaticana puede torcer el brazo al gobierno, el cual hace rato, y por su propia voluntad, debería haber cambiado el trato que da a todos sus presos.
En un país donde, debido a la difusión de la santería afrocubana, de las iglesias evangélicas y del agnosticismo, la inmensa mayoría de la población escapa a los lobos disfrazados de pastores con birrete cardenalicio, permitir la intervención a la jerarquía católica en asuntos políticos y jurídicos es menos peligroso que en otros países de nuestro continente. En Cuba, buena parte de las ovejas de esos pastores se fueron el exilio en ondas sucesivas, y en la isla quedaron los trabajadores y sectores importantes de las clases medias que, en su gran mayoría, están decididos a mantener la independencia de la isla, a oponerse a una reconquista imperialista y, por eso y en eso, dan amplio consenso al gobierno, al cual, sin embargo, critican diariamente por otras razones económicas, políticas, culturales o sociales.
En Cuba no hay una intellighentsia (un sector intelectual) en la clandestinidad contrarrevolucionaria, como los Alexander Solzhenitzyn y sus congéneres. Por el contrario, en la intelectualidad y la juventud se está desarrollando un sector que lucha contra la burocracia, por el socialismo y hasta por la autogestión. En la isla los derechistas en el gobierno y en el aparato, los corruptos que desean enriquecerse y en su fuero interno aspiran a ser los nuevos rusos
, los capitalistas de la isla, mediante el despojo, el robo, la prevaricación, son por ahora una minoría clandestina frente a quienes desean mantener el statu quo político social (y, por supuesto, conservar sus privilegios, pero sin formar una clase privilegiada) y quienes, en cambio, sin muchas preocupaciones teóricas creen posible la utopía de repetir el sistema político-económico chino en un país de sólo 11 millones de habitantes y con todos los capitalistas cubanos exiliados y agentes del imperialismo. Proporcionalmente a su población, la izquierda socialista en Cuba es una fuerza importante que podría pesar en el momento de la sucesión de los veteranos de la revolución, todavía marcados por las ideas y los métodos del burocratismo de los países de Europa, hayan sido o no estalinistas.
La cuestión esencial en Cuba es el desarrollo de la libre discusión, del estudio teórico de masas sobre las experiencias socialistas
actuales y pasadas, de la autogestión y autorganización, del control colectivo sobre los rendimientos de los trabajadores y los dirigentes, de la supresión de las desigualdades de todo tipo, tanto para hacer frente a la reconstrucción de la economía como para impedir la constitución de una fuerza precapitalista y proimperialista a partir de un sector de la burocracia con la ayuda de los candidatos a capitalistas, y para dar firme consenso al régimen frente a las presiones imperialistas.
O sea, en luger de las decisiones verticales y de aparato, se necesita una amplia discusión y participación socialistas para canalizar y galvanizar la creatividad, la voluntad y la conciencia revolucionaria de los cubanos.