e manera muy esquemática (y en mi caso no puede ser de otro modo porque carezco del basamento filosófico que me permitiera internarme en mayores profundidades), para el existencialismo sartreano la única posibilidad de libertad y la manera de que el individuo se convierta en una real persona, es la opción por un camino de vida y, en caso de que ese camino no sea moralmente sostenible, la carencia de culpa de quien lo eligiera y la identificación con el ser con que el ojo juzgador ajeno lo mira. Albert Camus, con sus aproximaciones y alejamientos con Sartre retoma gran parte de esta idea a la que añade, según algún estudioso, la búsqueda de la felicidad como fin de la existencia humana, calificada por él –antiguo comunista y anarquista– de absurda y carente de sentido. Esto puede advertirse en El malentendido, texto estrenado hace más de 60 años, sobre todo en el caso de Martha y la madre que se sienten víctimas, y al que una lectura actual puede darle otras interpretaciones acordes con una lección de ética en los difíciles tiempos que vivimos. La entrevista que realizó Carlos Paul a Marta Verduzco y Luis de Tavira, publicada en estas páginas, así parece demostrarlo.
Jan, el hijo pródigo que ha abandonado a su madre y hermana y regresa a su tierra proveniente de África –probablemente Argelia, en este texto en donde no se habla de países, sino de continentes– y Camus, que abandonara a su madre y hermana en Argelia, pueden ser espejos uno de otro en una búsqueda de identidad, si no resulta muy extremo el paralelismo. Paralelismo que se ha querido encontrar entre el viejo criado y un dios en el que el autor no creía. Pero sea como fuere, el escritor francés, a quien Genevieve Serreau motejara de moralista antes que dramaturgo
demuestra, ahora que regresa el festín de las palabras
, su teatralidad. En El malentendido cada personaje tiene su gran escena que permite destacarse a actrices y actores que, cuando tienen la excelencia de los que interpretan la obra para la Compañía Nacional de Teatro bajo la dirección de Marta Verduzco, en la Casa de la Paz de la UAM que va adquiriendo mayor presencia, resulta un atractivo más.
Hace 20 años Manuel Montoro la escenificó con un buen elenco, con Ana Ofelia Murguía en el rol que ahora repite, y la estupenda escenografía de Guillermo Barclay que realizó una especie de close up con el cuarto de Jan. Marta Verduzco le dirige otra mirada en complicidad con el escenógrafo Gabriel Pascal y la vestuarista Estela Fagoaga. La posada, enmarcada en un rectángulo de gruesas aristas blancas que la recorta y constriñe, cuenta con moblaje y aditamentos también blancos en dos espacios, el despacho y el cuarto del huésped, separados por blancas sillas alineadas en medio del rectángulo que fingen la pared, con una puerta en medio que da a las dos habitaciones. La blancura juega con la idea de pureza, pero también de frialdad, de páramo desierto, de un mucho inhóspito, y los vestidos de las tres mujeres, oscuros el de la madre y de Marta, en vivo color el de esa feliz María llegada de tierra de luz y sol, no dejan de ser simbólicos, como lo es la música original del maestro Joaquín Gutiérrez Heras.
El trazo escénico de Marta Verduzco es muy limpio y en apariencia muy sencillo, en el que cabría destacar los movimientos del viejo criado por el espacio que queda entre el rectángulo que contiene a la posada y el proscenio, que acentúan el misterio del personaje. Es evidente que la directora privilegió el ritmo, calmo y contenido en casi todas las escenas, violento en el monólogo final de Martha y en su enfrentamiento con María. También se muestra como excelente directora de actores al sacar gran partido de un estupendo elenco. Farnesio de Bernal, como el viejo criado, exacto en su carácter impasible cuando aparece en escena y cuando espía. Ana Ofelia Murguía es la cansada vieja que por agotamiento vital –nada de que la sangre llama ni esas cosas– no quiere asesinar al viajero, agotamiento que se transforma en pasmo cuando conoce la verdad y que contrasta con la pasión, contenida y no, de Martha encarnada por una formidable Emma Dib. Rodrigo Vázquez como el dubitativo Jan, en uno de los mejores trabajos que se le han visto y Érica de la Llave con todos los matices de María, llevada de la alegría amorosa al estupor y luego al arrebato contra la despiadada Martha.