Sociedad y Justicia
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Hacen su día de campo en el puente peatonal cercano al AICM

Decenas de personas invierten su fin de semana en ver despegar y aterrizar aviones
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Muchas personas acuden a ver despegar y aterrizar los aviones, porque dicen que sienten como si volaran, aunque nunca se hayan subido a unoFoto José Carlo González
 
Periódico La Jornada
Domingo 9 de mayo de 2010, p. 37

Para la mayor parte de las familias la diversión de fin de semana está en parques, cines o centros comerciales, pero para otras es permanecer por horas en un puente peatonal situado frente a una pista del aeropuerto. Allí experimentan volar aunque nunca hayan subido a un avión.

Absortos, ven aterrizar y despegar una aeronave tras otra sin moverse, con la idea de que jamás estarán a bordo de una ni conocerán los países de donde proceden y a donde van los aviones.

Provenientes, la mayoría de ellos, de colonias populares del oriente de la ciudad, se trasladan al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) para hacer de su descanso un día de campo en un puente peatonal, desde donde observan atentamente las pistas para no perderse ninguna maniobra.

Ante la ausencia de gradas metálicas, que hace unos años estaban frente a las pistas, ahora desde temprano se sitúan en los barandales del único puente peatonal que les permite estar cerca del espectáculo aéreo.

Quienes llegan primero tienen los mejores lugares y de ahí no se mueven para no perderlos. No importa la incomodidad de permanecer horas de pie o no tener donde guarecerse de la lluvia o el sol: la satisfacción de sentirse en el avión compensa cualquier penuria.

Cuando uno se para aquí empieza a soñar muchas cosas. De joven quería ser sobrecargo; ahora, sólo pienso que es emocionante ver cómo salen y llegan los aviones, refiere Guadalupe Hernández.

Explica que a sus hijos les ha dicho que los sueños pueden cumplirse, pero que hay que esforzarse. Les pido que, como el avión que está en el aire, no se detengan.

Cada dos meses, Sergio Hernández y sus tres hijos se levantan temprano para trasladarse en Metro o camión al aeropuerto. Hace años me traía mi papá. Nos sentábamos a mirar los aviones. Le preguntaba lo mismo que ahora mis hijos me preguntan: ¿para dónde van? Me decía no sé y permanecíamos horas en silencio, sentados, mirando.

Arturo Martínez, empleado, mantiene un pie en el aire y otro en un peldaño del puente peatonal de Circuito Interior, y las manos asidas al tejido de la malla ciclónica. Por lapsos, permanece con la cabeza fija en el cielo, para detectar en el aire el sonido de las turbinas de los aviones que, al aterrizar, lo hacen estremecerse.

“Siempre he pensado –refiere– que en algún momento voy a volar en avión con mi familia. Con el salario que tengo tendría que ahorrar más de un año para estar arriba y, aunque sea por unos minutos, saber qué se siente. Quienes han volado me dicen que, al principio, sientes cosquillitas en el estómago y, al despegar, adrenalina; ya arriba, todo es paz y la gente se mira chiquita.

Ahora sólo me queda seguir soñando y desde aquí volar, sonríe mientras agita las manos como ave dispuesta a emprender el vuelo.