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Hugo Gutiérrez Vega
UN LIBRO SOBRE RULFO
Con Fabiola Ruiz recorriendo una parte
del camino de Juan
I
Los habitantes del Llano reseco se la pasan malviviendo, con los ojos pendientes de la primera nube que aparece en lo alto de los cerros lejanos, y que muy pronto el viento enemigo destrozará con sus minuciosas ráfagas. Esta ocupación, junto a los deberes de la memoria, el olvido, el rencor, la desesperanza, la suspicacia y la desesperada fe en el dios de los mayores, roban todo el tiempo de los personajes que encontraron a su autor en Juan Rulfo, y de las personas que, dentro del mismo juego pirandelliano, siguen buscando al autor capaz de confirmar su existencia, borrando su carácter de entes de ficción. Personajes... personas... tal vez todos no seamos otra cosa que el Abel Sánchez de Unamuno... Ahora vivimos, pero algún día “Dios dejará de soñarnos”. Por eso Juan Rulfo tiene razón al establecer una indeterminación radical entre la muerte y la vida... Así resulta que el Llano es el mundo y el autor es el Señor del Génesis y del Apocalipsis. Frente a este esperado fracaso sólo podemos levantar nuestro leve escudo de palabras, pues, pasada la tormenta, sólo queda el verbo del principio... pronto morirá de nuevo para renacer de sus cenizas, y así seguirá hasta el fin de los tiempos, cuando ya nada quede en pie y nada pueda fundarse.
II
Fabiola Ruiz ha recorrido un buen trecho del camino de Juan Rulfo y ha hablado con los personajes de la saga rulfiana. Gracias a Dios no ha querido dar muerte académica a los materiales obtenidos a través de una paciente investigación, y nos los entrega vivos y muertos, mediante un tratamiento ficcionalizador. Esta es la única manera posible de poner un pie en el Llano reseco, sólo así se puede convocar a los fantasmas que regresan por el aire formado de palabras.
III
Fabiola nos entrega estas frágiles y precisas construcciones verbales para rendir homenaje a uno de nuestros muertos vivos y presentes: Juan Rulfo. Nosotros nos unimos a Fabiola en la evocación y agregamos nuestras pequeñas palabras a ese río verbal que pasa por el llano de la muerte. Pasa y desemboca en la muerte, pero su carga de vida no se pierde del todo. La memoria de sus hechos lo rescata del olvido, aunque sea nada más para el momento de la lectura. Decimos con Fabiola lo mismo que don Jorge Manrique decía de su padre: “Aunque la vida perdió, dejónos harto consuelo su memoria.” Eso nos dejó Juan Rulfo con sus palabras: un breve pero interminable río de consuelo.
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