lrededor de la tragedia griega que ha estremecido al euro, con repercusiones muy extendidas, parece estar en gestación otra crisis de la deuda, relocalizada ahora en las economías avanzadas (véase Está en griego
, La Jornada, 18/2/10). Alguna vez, un secretario de Hacienda de México hizo notar que le había correspondido a su país, por de-satar la primera, actuar de conejillo de indias en la sucesión de crisis de deuda externa que, a partir de los 70 del XX, afectó a gran número de países en de-sarrollo. Esas crisis condujeron a una o más décadas perdidas en términos de crecimiento y desarrollo económicos y a acumulaciones de miseria, enfermedad, ignorancia y sufrimiento humanos que no han sido cuantificadas y, en muchos casos, ni siquiera reconocidas. En el nuevo siglo, los episodios de crisis de deuda parecen despuntar en un nuevo locus, el sector (más o menos) avanzado de la economía mundial, y el conejillo de indias en turno es Grecia y, a partir de ahí, otros integrantes de la zona del euro.
Conviene advertir la similitud de las recetas de política fiscal y financiera que se impusieron a los deudores en crisis el siglo pasado y las que ahora empiezan a forzarse sobre Grecia y a nublar el horizonte de otras naciones avanzadas con coeficientes de deuda excesivos. Otra semejanza es que los que entraron en crisis en el XX y los que ahora están al borde del abismo intentaron –con obvias diferencias de magnitud y estilo– vivir muy por encima de sus medios por un tiempo demasiado largo. La más inconcebible de las similitudes es que, entonces como ahora, se pretenda que las políticas monetarias y fiscales recesivas sean la única respuesta a situaciones de crisis que, debido a ellas, sólo empeorarán o tendrán salidas más demoradas y costosas. Como acaba de recordar Paul Krugman, en Learning from Greece (NYT, 1/4/10), la mejor manera de vadear una crisis de deuda es abatir el desempleo y restaurar el crecimiento. Para ello se requieren políticas expansivas, no recesivas, y, en la situación de crisis, recibir de la comunidad internacional y de sus instituciones multilaterales apoyo financiero adecuado, oportuno y suficiente. Esto no ocurrió con los deudores en de-sarrollo el siglo pasado y, muy probablemente, tampoco ocurra en el actual con los deudores avanzados, en los que se ha relocalizado la crisis de la deuda.
Los mercados financieros, sus instituciones e instrumentos castigaron en forma despiadada a los deudores en crisis del XX. De hecho fue un alza de las tasas de interés –que las llevó a niveles que Helmut Schmidt calificó, célebremente, como los más elevados de la Era Cristiana
– uno de los catalizadores de la crisis. Otro, las descalificaciones o degradaciones emitidas por agencias calificadoras de deuda, especie de Casandra de los mercados. Ambos elementos vuelven a estar presentes. Grecia enfrenta alzas desmesuradas de los intereses que se le exigen para acceder a nuevos financiamientos (el spread sobre los bonos alemanes aumentó en más de 100 puntos básicos en una semana) y por lo menos una agencia ha degradado la calificación de su deuda a un nivel parecido al de los llamados bonos basura
. No ha pasado mucho desde que estos instrumentos de inversión (como los paquetes de créditos hipotecarios) fueron considerados confiables y recomendables por las mismas agencias. Tampoco ha pasado mucho desde que la irresponsabilidad desregulada de bancos y otras instituciones financieras y de las agencias con ellos coludidas desató la peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión.
Temerosos de que una ayuda oportuna y efectiva a Grecia tenga costos políticos internos, Alemania y otros gobiernos de la zona del euro han ofrecido créditos al parecer suficientes, aunque en términos no concesionales, con tasas inferiores en alrededor de dos puntos a las casi punitivas disponibles en los mercados. Quizá el anuncio del 11 de abril, centrado en un apoyo del orden de los 30 mil millones de euros, contribuya a despejar el horizonte en el corto plazo. Es muy difícil, sin embargo, que, sobre esa base, Grecia genere y obtenga recursos para recuperar el crecimiento, tras dos años de caídas sucesivas, abatir el desempleo, ahora superior a 10 por ciento, y salir de la crisis por la senda del crecimiento.
Los niveles recientes de endeudamiento en países avanzados, que podrían alcanzar un promedio de 118 por ciento del PIB de las 10 naciones más de-sarrolladas hacia 2014, se originaron en la necesidad de compensar las drásticas caídas en la recaudación provocadas por la recesión generalizada de 2008-2009; en los gastos extraordinarios requeridos por los programas de estímulo y reactivación, y en el gasto social creciente, derivado en parte de la crisis –mayores desembolsos en seguro de desempleo– y en parte de factores estructurales –envejecimiento de la población– no pueden ser revertidos a muy corto plazo mediante reducciones mayúsculas e inmediatas del gasto, so pena de abortar la incipiente y dubitativa reactivación y los indicios de abatimiento de la desocupación, perceptibles en economías avanzadas.
Aunque Reino Unido, ajeno al euro, no suele considerarse entre aquellos en riesgo, ha estado sujeto a presiones en la actual coyuntura electoral. Mas, como señala el Washington Post, los partidos políticos comparten la convicción de que no debe precipitarse la reducción del déficit fiscal, sino esperar a 2011, cuando la recuperación sea más sólida y sea factible iniciar la contracción del gasto y la elevación de impuestos
, según el Instituto Nacional de Investigación Económica y Social. Esta posibilidad no ha estado abierta para Grecia, Irlanda y aun España, sujetos a enormes presiones en los mercados y forzados a adelantar la aplicación de políticas recesivas.
La relocalización de la crisis de la deuda en los países avanzados los enfrenta a cuestiones que solían asociarse a segmentos menos desarrollados de la economía mundial. Habrá que ver si responden a ella con menores costos y sacrificios.