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Questo quelotro...
El pasado martes 9 de marzo, un señor que percibe un salario poco más bajo que el de los miembros de la Suprema Corta –con “a”– de Justicia, como pago a labores tan productivas como lo pueden ser el nunca enterarse a tiempo de lo que hacen, pactan y firman sus subalternos, ya sea en el gabinete de gobierno o en el partido político al que pertenece; ese señor que, de acuerdo con las afirmaciones del diputado federal César Augusto Santiago, ocupa la silla presidencial de este país en virtud de un acuerdo PRI-PAN –vale añadir, no como consecuencia de una populista, vulgarísima y pasada de moda mayoría de votos obtenidos en una elección–; ese sujeto a quien le parece muy mal que “se hable mal” de México cuando deberíamos desbaratarnos en elogios a esta Jauja de descomposición y podredumbre social, económica y política, cuyas cabezas más visibles son las que cercenan y dejan tiradas por ahí los narcos... Ese señor, pues, cuyos jaiboles, daiquirís, cubaslibres y martinis muy probablemente seguirán fluyendo garganta abajo a cuenta del erario hasta 2012, se apersonó el martes pasado en la fronteriza Baja California, más específicamente en el sitio donde se filmara esa sumergible y cursi mediocridad llamada Titanic, para anunciar que ahora existe algo llamado Programa de Apoyo a la Industria Cinematográfica y Audiovisual de Alto Impacto (PAICAAI), y dicen que dijo que el tal programa fue creado “para que el cine sea visto no sólo como una obra o un arte, sino como una inversión”.
Sería bueno que a ese señor sin uniforme, pero que se supone es –y cobra también por ello– jefe máximo de las fuerzas armadas, alguien le informe por lo menos de un par de cosas, a saber: a) que no importa el monto de los recursos económicos involucrados en una producción cinematográfica, ésta siempre es una inversión, independientemente del hecho tan recurrente como lamentable de que dicha inversión rara vez genera ganancias, cuando se trata de películas mexicanas; b) que, en materia fílmica, el más urgente de los problemas a resolver no es la producción, sino las distorsiones, las muy perniciosas situaciones de hecho y la monumental reticencia de los involucrados en la distribución y la exhibición de películas a que el estado de las cosas cambie siquiera un ápice.
Pedro Armendáriz y Marga López |
Tampoco estaría mal que alguien le acerque al esposo de la señora Margarita Zavala una carpeta con los datos completos del asunto, para que no se quede, por ejemplo, solazándose en el error de creer que es maravilloso, por sí mismo, el hecho de que la cantidad promedio de espectadores anuales en 2008 y 2009 rebasó los 13 millones, cuando de todas esas personas, un porcentaje pavorosamente bajo asistió a la exhibición de alguna película mexicana; cuando el productor mexicano sale perdiendo invariablemente, aunque su película no sea un fracaso de taquilla, por culpa del esquema repartidor de las ganancias entre quien produce, quien distribuye y quien exhibe. Que alguien se apiade y lo documente: algo similar se hizo en la década de los años setenta –eso de poner el énfasis en el apoyo a producciones de “alto presupuesto”– y, para decirlo con suavidad, los resultados fueron nefastos. Que un alma caritativa tenga la paciencia de hacerle entender el elitismo, la segregación de clase y la exclusión tajante implícitos en ofrecer estímulos fiscales y en monetario a producciones cuyo costo “sea por lo menos de 70 millones de pesos, o de 20 millones de pesos en postproducción”, cuando una película mexicana promedio con trabajos alcanza la mitad de la segunda cifra referida, por lo cual toda o casi toda la lana irá a parar a las cuentas bancarias de los Mel Gibson y similares que vienen a filmar a México.
Que alguien saque una calculadora y le haga ver, para que entienda, que si los cincuenta y cuatro largometrajes de ficción aludidos por Consuelo Sáizar en ese mismo evento hubieran costado “por lo menos 70 millones de pesos”, la inversión en cine el año pasado habría sido ¡de 3 mil 780 millones de devaluados!, lo cual no ha sucedido ni sucederá, ni siquiera en el más etílico de los sueños.
Last but not least, que por caridad alguien le explique al señor que la cinematografía es eso que él balbucea sin entenderse ni él solo: una industria cultural y de entretenimiento, y que como tal necesita mucho más que la manifestación de vacuidades estilo “convertir a México en la capital del cine latinoamericano”, o esa otra según la cual 20 millones de dólares con los que cuenta el PAICAAI, bastan para “impulsar una segunda época de oro”.
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