uinientos años antes de nuestra era, un aristócrata chino venido a menos y metido a mercenario, Sun Tzu, definió con prístina claridad cuáles serían los principios de pensamiento y acción que deberían ser observados en todo ejercicio bélico, sin lo cual el fracaso en el empeño era indubitable.
Ya que Felipe Calderón, con algún mal consejo, se decidió por hacer la guerra al crimen organizado, debería haber conversado con alguna persona ilustrada en los principios fundamentales de este arte o ciencia. Debió haber repasado las lecciones dictadas por Sun Tzu o por Von Clausewitz. No lo hizo y evidentemente cayó en lo que ambos tratadistas anticiparon: el que no siga estas reglas será derrotado.
Por razones de espacio debo referirme solamente al primero de los factores: la política, que según Sun Tzu, es aquello que hace que el pueblo esté en armonía con su gobernante, de modo que le siga a donde sea, sin temer por sus vidas y sin correr ningún riesgo.
Trasladado esto a las realidades de nuestro tiempo, significa la necesidad imperiosa de hacer lo necesario para que pueblo y gobierno unidos y solidarios actúen contra el enemigo común, en nuestro caso el crimen organizado. No fue así, Calderón y sus aguerridos se fueron por la libre y de ello estamos sufriendo las consecuencias.
¿El resultado? El Presidente tiene abiertos dos frentes y ambos, crimen y ánimo social, manejándose a la ofensiva con particular poderío, que cada uno ejerce de acuerdo a su naturaleza. El primero, que es obvio, es la articulación criminal, que toma forma en las bandas de narcotraficantes, pero también en autores de transgresiones comunes de las leyes penales; el segundo, menos claro para algunas personas, es el ánimo adverso y creciente que se ha formado en todos los niveles de la sociedad sobre la gestión presidencial
Lecciones derivadas de varias guerras, pero particularmente de la Segunda Guerra Mundial, demostraron que parte de la fortaleza del Estado beligerante (Estados Unidos) debe ser el respaldo popular, su adhesión a las causas nacionales y su cohesión y solidaridad ante el reto, incluso asumiendo determinados sacrificios. Sin ello nada o poco se puede.
Pero para lograr lo anterior se demanda, como se hizo entonces, de la movilización de todos los medios disponibles, penetrantes, inteligentes, arrobadores, que convenzan de forma subliminal a la sociedad de que se lucha por la sobrevivencia de la nación, por la preservación de su patrimonio vital, por el camino hacia la supervivencia nacional y por su legado a las generaciones venideras, todo esto a costa de sacrificios. Es válido recordar la entrega total, anímica y material que el pueblo mexicano hizo al presidente Lázaro Cárdenas cuando la expropiación petrolera. Los asesores de Calderón, civiles y militares, nada de esto le hicieron saber y así desencadenó lo que él llama guerra
sin tomar en cuenta sus principios fundamentales.
La opinión pública silente, las activísimas y poderosas redes sociales, los creadores de opinión y los medios con ética y sentido crítico profesional, forman sus propios juicios con información que ellos mismos adquieren, analizan y propagan. Otra cosa son personas y medios que venden sus letras y espacios intentando inútilmente diluir lo que es evidente: la incompetencia.
Así el Presidente y el país están en el centro de una vorágine cuyas potencialidades y alcances reales aún no se logran identificar. Las trascendencias a mediano plazo del crimen organizado, aunque se sospechen, por inéditas hoy es imposible especificarlas. El decaído ánimo social navega en este ambiente de adversidad resultado de la situación económica, la inseguridad y sobre todo de la percepción de que el Presidente no es instancia que ofrezca esperanzas.
Pero si como todas las guerras, ésta se ha prolongado más allá de lo calculado, hay que tener en cuenta otra realidad: las guerras prolongadas deterioran peligrosamente la moral del pueblo que la sufre y la de sus ejércitos.
En nuestro caso ya la sociedad encrispada clama por un finiquito y los ejércitos de Calderón empiezan a dar muestras de fatiga en todos los niveles, sin que los aliente ninguna campaña inteligente que se haga cargo de recuperar el estado de ánimo indispensable.