odo mundo lo sabe, pero muchos hacen como que no se dan cuenta: la guerra contra el narcotráfico, tal como está planteada en México, es una guerra perdida. Lo saben quienes la han declarado y han convertido al país en un territorio ensangrentado. También lo saben, aunque lo reconocen sólo en privado, algunos intelectuales afines al gobierno de Felipe Calderón. Lo saben los altos mandos de las fuerzas armadas, los narcotraficantes, los dirigentes de los partidos políticos, los medios de comunicación. Lo saben muchos mexicanos. El actual gobierno panista terminará en algún momento. Se nos dirá que la tarea no pudo ser concluida, pero que hubo avances sustanciales. Eso será cierto si consideramos como logros nuestra adaptación a las ejecuciones de personas inocentes y a ver rodando cabezas por las calles.
En una reunión con rectores de universidades, realizada hace tres semanas, Carlos Fuentes se refirió directamente a este tema. Fue muy claro al señalar que, como lo muestra la experiencia en Ciudad Juárez, el combate frontal al narcotráfico no ha dado resultados, y se manifestó nuevamente por cambiar de estrategia hacia la despenalización de las drogas.
Creo que no hay que perder de vista el objetivo de esta guerra, según los propios dichos oficiales. Se trata de evitar un daño que se ubica en el terreno de la salud pública. Se parte de varios supuestos: todas las drogas, sin excepción, son dañinas para la salud. El consumo de drogas en México ha crecido en los años recientes. Los jóvenes son la población más vulnerable. Lo anterior se acompaña, como en toda guerra, de los recursos propagandísticos. Aparece un eslogan: Evitemos que las drogas lleguen a nuestros hijos
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Algunos de los supuestos anteriores son falsos. Primero, los efectos biológicos de las drogas ilícitas son diferentes en cada una. Referirse de igual manera a los daños producidos por la mariguana que a los de las metanfetaminas o la heroína, muestra un enorme desconocimiento y falta de seriedad intelectual. Además, se ha invertido una realidad para justificar una política: antes México era vía de tránsito para atender la demanda de otros países; ahora lo que se resalta es el incremento del consumo entre los jóvenes de nuestro país, lo que enmascara las características principales de un fenómeno que evidentemente es de naturaleza trasnacional. Entre 2002 y 2008 el incremento en el consumo de drogas ilegales en México ha sido menor a uno por ciento (0.7). El número de personas con dependencia a drogas se estima en 500 mil (menos de 0.5 por ciento de la población). La lista de las 15 principales causas de muerte en México no incluye el consumo de drogas ilícitas.
A tres años de haberse iniciado, los costos de esta guerra son ya incalculables, y no sólo me refiero a su parte económica, que es cuantiosa. Las fuerzas armadas y las policías en las calles. Se establecen en algunas poblaciones auténticos estados de sitio. Hay miedo entre la población y se pierden libertades. Todos los días hay ejecuciones. Los niveles de crueldad son inimaginables. Mueren cotidianamente delincuentes, así como policías y soldados. Las víctimas mortales se extienden cada vez más a la población civil. Como ya he señalado aquí en varias ocasiones, a pesar del maquillaje oficial de los datos, mueren en promedio más personas al año por el combate al narcotráfico que a consecuencia del consumo de drogas ilegales. Paradójicamente, en medio de esta guerra las drogas se consiguen con facilidad en las calles, o para decirlo en el lenguaje oficial: siguen llegando a nuestros hijos
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Ante esta realidad lacerante, tiene razón Carlos Fuentes. Está más que justificado explorar otras estrategias. Cambiar un escenario de lucha armada por medidas más racionales, como las orientadas a desalentar el narcotráfico. La prohibición es el elemento principal que hace florecer este negocio multimillonario. Fuentes propone una legalización paulatina de las drogas, que consiste en comenzar con la despenalización del consumo de mariguana (que es la de mayor demanda en México y en otros países), cuyos efectos, desde el punto de vista médico, son los menos dañinos. Los enormes recursos económicos que se desperdician en la actual política de confrontación pueden emplearse en la prevención y tratamiento de las adicciones.
Ya sé que no somos una nación desarrollada como Holanda, pero nuestra terrible realidad, como país pobre inmerso en la tragedia cotidiana de una guerra absurda, nos obliga a considerar con seriedad propuestas como la que hace Carlos Fuentes… La otra opción consiste en seguir haciéndonos tontos.