Feria del libro del Palacio de Minería
Lunes 22 de febrero de 2010, p. a14
Nacida en 1941 en la ciudad de México y fallecida apenas el pasado 8 de febrero, en el programa oficial de la feria del libro de Minería ya no dio tiempo de corregir la ausencia física de Esther Seligson durante la presentación de su libro Cicatrices, pero la escritora estuvo presente la noche del sábado mediante la evocación de su figura y la lectura de sus textos.
Cicatrices (Páramo Ediciones), que reúne una veintena de relatos cortos y con una segunda parte de textos variados, entre ellos aforismos, fue presentado en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, durante un homenaje por los actores Julieta Egurrola, Antonio Crestani y el artista plástico Saúl Kaminer, moderados por el escritor y editor Geney Beltrán.
Kaminer pudo adentrarse en la compleja y diversa cosmovisión de la poeta, narradora y ensayista mexicana de origen judío. Ella hablaba como escribía, o ella escribía como hablaba. Tenía esa centralidad en su manera de estar
, apuntó.
Círculo de almas viejas
Comentó que esta traductora de Cioran y Jabés era un alma vieja
, y así lo consideraba de sí misma y de algunas otras personas, entre ellas el propio Kaminer. Explicó: “Tenía un almacén de memoria tremendo. Tan es así que su mundo era muy simbólico. En todo veía aspectos simbólicos. Me acuerdo que, una vez que fui a verla a su casa, atardecía y entró un rayo de sol por un lado, y me dijo: ‘mira, se va a ver del otro lado, el sol atraviesa esta casa de un lado al otro. Ella tenía una relación muy vigorosa con la naturaleza.”
Seligson, señaló, tenía una visión universal del judaísmo
, en el sentido en que lo planteaba Lévinas. Para ella, ese judaísmo era una categoría del ser
; tan es así, que igual hablaba de los patriarcas que de la mitología griega o la alquimia. Ponía en paralelo las diferentes categorías del ser; para ella el judaísmo era una más.
Consideró que la escritura de Seligson está cimentada en ese pensamiento místico y simbólico. Su escritura no busca ser literatura, sino hacer escritura. Se planteaba qué hay detrás de cada palabra, es decir, cada palabra es una presencia, en ella hay algo que la habita.
Esther Seligson, dijo, buscó la reparación del ser, del alma
. Mencionó el libro de la escritora Oración del retorno, oración de perdón y de encuentro con su madre
. Ahí, en la reparación del ser, destacó Kaminer, hay una vía de estudio del trabajo de la escritora.
En diferentes momentos Julieta Egurrola leyó algunos textos de Cicatrices, y por medio de la voz de la actriz fue que Esther Seligson también pudo estar en contacto con los asistentes al Auditorio dos de Minería, como cuando dijo desde un aforismo: “Las religiones nada tienen que ver con el diálogo íntimo entre lo divino y lo humano. Ni siquiera pueden protegernos con su ritualismo de las cicatrices –imperceptibles siempre– que ese diálogo va dejando en el Vacío de su intimidad”.
Por otra parte, ayer domingo, Stasia de la Garza, titular de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes, encabezó un homenaje a Seligson en el cual señaló que Toda la luz (2006), título de un libro de Esther también es la herencia de la poeta.
Ante el público de la Sala Manuel M. Ponce, De la Garza añadió que esta tarde celebramos haber conocido, leído y gozado de la presencia de Esther Seligson
. El acto surgió de conversaciones con amigos y contó con el apoyo de la familia, en especial su hermana Silvia. Alejandro Toledo propuso juntar la música y las palabras; Mario Espinoza dijo, claro, van los alumnos de Esther; también se sumó Joaquín Díaz Canedo y Geney Beltrán, entre muchos otros.
La violonchelista Jimena Giménez Cacho tocó varias obras de Bach, mientras Laura Almela leyó fragmentos de Sed de mar (1986), y alumnos del Centro Universitario de Teatro, bajo la coordinación de Tania González Jordán, dieron lectura a La montaña dorada.
Giménez Cacho escogió un programa de Bach porque “es la música que estoy tocando ahora. Acabo de grabar un disco con sus tres primeras suites. Además, como lo toco con cello barroco y basado en los manuscritos más antiguos que existen, que son los de la segunda esposa de Bach, queda una cosa muy ancestral, como algo salido directamente del alma”.
Seligson fue amiga de la madre de Jimena, la pintora Julia Giménez Cacho, y la hija la heredó: Era una persona muy directa, mi mamá también, como que no le gustaba los convencionalismos. Decía lo que pensaba abiertamente y a veces hasta crudo, incluso con los amigos. Allí te va el puñetazo y a ver si lo aguantas. Era alguien muy auténtica
.
La entrevistada recordó la presentación del libro A los pies de un buda sonriente (2008), de Seligson, en la Casa Refugio Citlaltépetl: “Yo estaba en un momento emocional fuerte; hacía como seis meses que no tocaba y me dijo: ‘ven, no importa’. Me salió una cosa del fondo de mi ser apoyado también por ella, su manera de ser y las lecturas del libro”.