hora que la novela se ha clasificado en tantos subgéneros como escritores, llama la atención que un periodista nos recuerde que el alma de esta forma de escritura es la gana de contar una historia. Sólo así puede palpitar la vida entre sus páginas y no limitarse a ser una mera cuestión de estilo.
Novela histórica, romántica, rosa, negra, policiaca parecen más categorías de premios ideados por las agencias de publicidad que resultado de una lectura inteligente. ¿A quién puede importarle si Kafka cumplía con las reglas del género? ¿A quién si la Estrella de madera, de Marcel Shwob, no es prosa, ni un poema extenso ni una historia donde existe un clímax definible sino dos, tres, o uno en cada línea? Las grandes obras son únicas y crean, digamos, su propia legislación.
Ahora que la novela se ha convertido en un producto de mercado (los libros se miden por sus ventas más que por la imaginación que provocan), Stieg Larsson, un periodista sueco especializado en grupos neofascistas, publicó la trilogía Millennium, una larga historia contada en tres partes, que ha revitalizado el género novelístico.
Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con un cerillo y un galón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire son los nombres de esta novela en tres partes, que ha reivindicado al género.
Cada época tiene su sensibilidad, su lenguaje, sus escritores. Hace tiempo que la novela no nos decía tantas cosas nuevas en un relato que atrapa sin piedad al lector. La vida que nos cuenta Larsson es tan arrolladora como la vida misma donde la corrupción y la impunidad laceran, como ocurre en Ciudad Juárez, Afganistán, Cuba, Berlín Londres, Nueva York o en países como Noruega, donde la idea de bienestar y progreso parecen más un sueño que paradigma del capitalismo con rostro humano.
Lisbeth Salander, una niña de la calle, huérfana, casi sin busto, llena de tatuajes y argollas y custodiada por el Estado, es la protagonista de esta historia donde convergen muchas historias de mujeres maltratadas, de abogados corruptos, de falsos empresarios que más que emprender negocios especulan en la bolsa de valores.
Sin ser una novela de denuncia, Larsson nos muestra cómo opera el mercado financiero generando riqueza
valiéndose sólo de la especulación, los injustos sistemas de justicia, el periodismo especializado
incapaz de seguir el hilo de corrupción en oficinas de gobierno y empresas, el mundo policiaco que al parecer por su cercanía con el crimen juega con sus reglas de tal forma que termina delinquiendo.
Previsiblemente algunos escritores conocidos nos han advertido que la trilogía Millennium no es literatura y algunos periodistas dudan que el reportero Stieg Larsson haya podido escribir el prodigio en el que Lisbeth Salander, Mikael Blomkvist y Erika Berger al vivir su vida, al contarnos con sus hechos su historia, nos permiten vislumbrar la vida que se desmorona en las sociedades modernas.
Hace tiempo que no veía en una novela a la mujer como centro del mundo, como un centro desplazado a golpes por la cultura del machismo ni como un actor que se rebela, también a golpes, contra esa inercia perniciosa.
Creo, como ese lector privilegiado que es Mario Vargas Llosa, que Lisbeth Salander ya forma parte de la inmortalidad de la ficción. Sólo lamento que su creador, Stieg Larsson, muriera antes de ver publicada su obra.