13 de febrero de 2010     Número 29

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

FOTO: Ton Zijlstra
FOTO: Lawrence Lew

¿Retrógrados o vanguardistas?
los productos tradicionales y el desarrollo rural en méxico

Thomas Poméon

La riqueza natural y cultural de México se expresa en la gran diversidad de alimentos y bebidas tradicionales. Productos agropecuarios procesados o no, vinculados o no a una región particular, consumidos solos o combinados, son el fruto del trabajo de campesinos y procesadores, de sus habilidades y conocimientos elaborados y transmitidos de generación en generación. Expresan la identidad mexicana, nación mestiza, tanto en los modos de producción como en los hábitos de consumo. Así, cuando el aguamiel fermentado de los indígenas pasó por las tuberías de los alambiques españoles, nacieron mezcal y tequila. Cuando mezclamos tortilla, chile, queso, huitlacoche o nopal, expresamos ese mestizaje fundador por medio de un buen chile relleno, una quesadilla de queso Oaxaca con huitlacoche, etcétera. Alimentos y bebidas tradicionales son parte de nuestro patrimonio colectivo; constituyen una herencia cultural única y viva. Su valor es múltiple, expresado en su calidad nutricional, sensorial y simbólica, y explica por qué los paisanos que radican en el extranjero buscan con tantas ganas los productos de su región de origen.

Sin embargo hoy en día constatamos la desaparición de muchos productos tradicionales. Otros son desnaturalizados, recuperados y adulterados por industrias y distribuidores, y pierden su valor tanto material como inmaterial. Las normas sobre alimentos y bebidas son insuficientes y escasamente aplicadas, y desfavorecen lo tradicional. Al consumidor se le dificulta encontrar productos genuinos, y está a menudo engañado y desorientado entre quesos hechos sin leche, o tequilas elaborados con el 49 por ciento de azúcar de caña. Productores de alimentos y bebidas tradicionales pierden su mercado, por no poder competir en un ámbito donde cantidad, costo y logística importan más que calidad. Con ellos desaparecen oportunidades de empleo para regiones enteras, nutriendo las olas de marginalización y migración.

Este declive de los productos tradicionales se enmarca en una visión política del desarrollo “modernista”, que resume el progreso en alta tecnología e inserción en mercados globales. El malinchismo, otra tradición mexicana, nos hace creer que lo bueno viene de afuera, y que lo local y tradicional no es más que una remanencia del pasado, del subdesarrollo. En esa lógica, el desarrollo pasa por la desaparición de formas de producción y consumo tradicionales, consideradas como ineficientes económicamente, hasta peligrosas. Sin embargo, iniciativas de los sectores productivo, académico y público han puesto en duda tal visión, destacando el riesgo que constituye la desaparición de productos tradicionales. Han buscado formas para revalorizarlos, y promover otros modos de vida.

En México existe desde los años 70s la figura de la Denominación de Origen (DO), que ha sido escasamente usada. Sólo hay 13 DO en el país. El marco legal y administrativo es incompleto, inadecuado y poco valorizado por el gobierno. No ha sido objeto de una reflexión en términos de desarrollo rural, ni por el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual (IMPI) ni por la Secretaría de Agricultura, y menos de una coordinación entre instituciones. Muchas DO son inactivas y controvertidas en cuanto a su legitimidad y capacidad para defender la tradición y promover un desarrollo local sustentable. La Marca Colectiva es una figura aún más incompleta e ineficiente, que además no permite proteger productos asociados a una región particular. Tampoco existe un sello o categoría para proteger alimentos y bebidas tradicionales. Además, las normas existentes, y el marco legal en general, los ignora por completo y obliga muchos de ellos a mantenerse en una cuasi-clandestinidad.

Al contrario, gracias a una política activa de apoyo y promoción, en particular con figuras específicas (DO e Indicación Geográfica Protegida, o Especialidad Tradicional Garantizada), la Unión Europea ha integrado los productos tradicionales como instrumento para el desarrollo rural. Centenas de productos son protegidos y valorizados, beneficiando en particular a zonas marginadas. El éxito de esa política europea ha despertado el interés de los productos tradicionales de varios países y de organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) o el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

Los productos tradicionales abren la vía hacia nuevas formas de considerar ordenamiento territorial y desarrollo: plural, respetuoso de las condiciones naturales y culturales específicas de cada región, y local, pero capaz de integrarse en un mercado global, combinando innovación y tradición. Constituyen el vínculo necesario entre un pasado que asienta nuestra identidad y una proyección hacia un futuro que no sea una mala copia de lo que se hace en otros países. Para que sigan vivos nuestros alimentos y bebidas, se debe diseñar políticas e instrumentos claros e integrales, en función de la realidad mexicana. Es necesario contemplar los productos tradicionales como una herramienta poderosa para cumplir con los planteamientos de la Ley de Desarrollo Rural Sustentable. Si existen varias maneras de hacerlo, es impostergable una verdadera voluntad política, respaldada por la sociedad civil.

CIESTAAM-Universidad Autónoma Chapingo. CIRAD-UMR Innovation

DEFINICIONES

Denominación de origen en el acuerdo de Lisboa es “la denominación geográfi ca de un país, de una región o de una localidad que sirva para designar un producto originario del mismo y cuya calidad o características se deben exclusiva o esencialmente al medio geográfi co, comprendidos los factores naturales y los factores humanos”. Proviene del derecho francófono y es la que hoy utilizan la mayoría de los países que la reconocen, incluido México. Sin embargo, el grado de vínculo entre producto y territorio es muy variable entre países y denominaciones.

En los acuerdos de propiedad intelectual y comercio en la Organización Mundial de Comercio (OMC) se entiende por indicación geográfi ca a “indicaciones que identifiquen un producto como originario del territorio de un Miembro o de una región o localidad de ese territorio, cuando determinada calidad, reputación u otra característica del producto sea imputable fundamentalmente a su origen geográfico”.

Respecto a ellas, los países signantes de los acuerdos de propiedad intelectual y comercio en la OMC “deben disponer de medios legales para impedir la utilización de indicaciones que induzcan a error al público en cuanto al origen geográfico del producto, así como cualquier otra utilización que constituya un acto de competencia desleal” que se define en el Convenio de París como “todo acto de competencia contrario a los usos honestos en materia industrial o comercial”. En particular, deben prohibirse actos, aseveraciones o indicaciones capaces de crear confusión, desacreditar o inducir al público a error sobre la naturaleza de un producto.

Para el caso de vinos y licores en la OMC, “se prohíbe el uso de las expresiones ‘clase’, ‘tipo’, ‘estilo’, ‘imitación’ u otras análogas, aun cuando se indique el verdadero origen del producto. Esta protección completa en el comercio internacional sólo le aplica a vinos y licores y excluye a otros productos. Esta es una cláusula discriminatoria que está en proceso de revisión en la Ronda de Doha.

En el Tratado de Libre Comercio de América del Norte tenemos la obligación mínima de evitar la competencia desleal y cantidad de candados para proteger a los productores de genéricos. Las únicas indicaciones geográficas con protección completa son sólo dos o tres aguardientes para cada país.

Europa reconoce dos tipos de indicaciones geográficas (la denominación de origen protegida y la indicación geográfica protegida) y resulta interesante que su registro esté abierto a productores de países no europeos (510/2006).

La denominación de origen aplica a un producto “cuya calidad o características se deban fundamental o exclusivamente al medio geográfico con sus factores naturales y humanos, y cuya producción, transformación y elaboración se realicen en la zona geográfica delimitada”. Nótese el énfasis en el vínculo entre calidad y territorio, así como la integridad de la producción en la zona geográfica.

Más relajada, la indicación geográfica aplica a un producto “que posea una cualidad determinada, una reputación u otra característica que pueda atribuirse a dicho origen geográfico, y cuya producción, transformación o elaboración se realicen en la zona geográfica delimitada”. En este caso resalta el uso de la reputación y del y/o como construcción que es más incluyente y permisiva. Europa también reconoce las Especialidades Tradicionales Garantizadas a productos como pastelería regional.

En México se ha utilizado la marca colectiva como débil indicación geográfica ya que tiene la limitación de que a las marcas colectiva les aplica la legislación de marcas por lo que los nombres técnicos y de uso común, nombres geográficos y gentilicios no pueden ser registrados como tales. En las que han sido registradas hasta ahora se protege el diseño de la marca pero no hay una protección completa al contenido geográfico de la marca. Este es uno de los aspectos que es necesario resolver en el marco jurídico de México para las indicaciones geográficas.

Elaborado por Jorge Larson con base en los documentos legales citados y disponibles en la www.

PRODUCTOS QUE TIENEN DENOMINACIÓN DE ORIGEN EN MÉXICO

Tequila. Jalisco, Nayarit, Guanajuato, Michoacán y Tamaulipas (1974)

Mezcal. Guerrero, Oaxaca, Durango, Zacatecas San Luis Potosí (1994)

Olinalá. Guerrero (1994)

Talavera. Puebla y municipios de Tlaxcala (1995)

Bacanora. Sonora (2000)

Ámbar de Chiapas. Chiapas (2000)

Café de Veracruz. Veracruz (2000)

Sotol. Chihuahua, Coahuila y Durango (2001)

Charanda. Michoacán (2001)

Café Chiapas. Chiapas (2001)

Mango Ataulfo del Soconusco. Chiapas (2003)

Chile Habanero de Yucatán. Yucatán, Quintana Roo y Campeche (2008)

Vainilla de Papantla. Municipios de Veracruz y Puebla (2009)

Estas denominaciones, otorgadas entre 1970 y 2009. Además entre 200 y 2009, se han reconocido 40 marcas colectivas, 90 por ciento de ellas son artesanías

Fuente: IMPI

Indicaciones geográficas, competencia leal y desarrollo rural

Jorge Larson Guerra

El imaginario de exclusividad y lujo asociado a denominaciones de origen como Champagne o Tequila ha ocultado la perspectiva de las indicaciones geográficas como un instrumento que nació para evitar la competencia desleal y que se perfila hoy como un instrumento clave en el desarrollo rural.

Cualquier signo o palabra que sugiera en un producto su origen es una indicación geográfica. Esta es una definición amplia que incluye desde indicaciones de procedencia como “Hecho en México” hasta denominaciones de origen como “Bacanora”. Entre una y otra hay toda una gradación de significados e información que en paralelo se corresponden con la calidad de los productos: en los detalles se mueve el diablo.

Indicar el origen de un producto en su etiqueta es una práctica comercial añeja y común, su práctica debe contribuir a evitar la competencia desleal entre productos industrializados que tienen un vínculo menos estrecho con el territorio y los productos rurales auténticos o artesanales de ingredientes locales. El marco de referencia debe ser una regulación sencilla enfocada en el etiquetado informativo y claro para el consumidor. Hoy las indicaciones geográficas son una de las formas de la propiedad intelectual que se globalizan y su jerga legal evoluciona.

Quesos y competencia desleal. En palabras de Jean Jacques Bret, líder de su consejo regulador, “si el Comté no hubiera sido protegido con una AOC (Appellation d’Origine Controlée), sin duda hubiera encontrado el mismo destino que el Emmental, y el Macizo del Jurá –como otras áreas montañosas–, se hubiera despoblado”. Este queso es un gruyere específico de las montañas del oriente francés y su protección se logró desde 1952 al ganar un juicio contra la competencia desleal (quienes producían imitaciones del Comté y así lo llamaban). Hoy día el Comté es una AOC que, además de tener trazabilidad total, es uno de los quesos que promueve un modelo de desarrollo rural sustentable en zonas de montaña, gracias a que se basa en una ganadería más amigable con el medio ambiente y de menor “productividad” en litros, pero que aporta más en términos de ingreso y apoyos directos a la población de este territorio adverso para otras actividades productivas.

Como en el caso Comté, saber que un Cotija es un queso maduro, saladito y de leche bronca de ganado serrano nos muestra que la indicación geográfica “Cotija” está cargada de significado y por eso tiene valor en el mercado. Sin embargo, en México se permite el uso de la expresión “tipo” a lado de las palabras Queso y Cotija, por lo que así se distribuyen legalmente muchos “quesos” “tipo” “Cotija” hechos en Chiapas, el Distrito Federal, San Luis Potosí o los Estados Unidos, que ni de lejos tienen las calidades que alcanzan los Quesos Cotija Región de Origen de la Sierra de Jalmich. En México la generificación y dilución de significados sufrida por quesos como el cotija, o aún más el Oaxaca, deben detenerse; para ello es necesario crear una norma mínima común para genéricos que permita una competencia leal en la que los precios estén asociados a calidades objetivas.

Esto que vale para los quesos debe aplicar al conjunto de la producción rural de México que se basa en recursos regionales, requiere bajos insumos y es de alta producción primaria útil en la alimentación. La generificación de los nombres no debe sucederle a los productos regionales y artesanales de la alimentación en México. Para evitarlo debemos hacer listas y acuerdos para establecer una línea base de los productos considerados genéricos en México. A partir de ella se puede facilitar una diferenciación clara por regiones de origen y los procesos artesanales de producción. Así el primer paso para evitar la competencia desleal es crear un ambiente institucional adecuado en México –mercados sobre ruedas, supermercados, mercados populares, centrales de abasto y tiendas especializadas– en el que se eleve a un nuevo mínimo la información obligatoria: es decir, que el “queso” sea solamente queso de leche y no de aceites vegetales, que si es “chile” sepamos si es chino o de Chiapas, y saber si lo que llamamos “miel” es una mezcla de mieles mexicanas y extranjeras o si es miel proveniente de la selva de Calakmul en Campeche.

Indicaciones geográficas a la mexicana. La política de implementación de una base jurídica estrecha ha provocado que las denominaciones de origen (DO) sean en México una estrategia con resultados ambivalentes e incluso negativos. En la DO Tequila se autorizó el uso de azúcares diferentes a las del maguey azul manipulando los significados culturales y organolépticos; la cadena de valor está mayoritariamente en manos de trasnacionales del alcohol,y hay daños ambientales y sociales colaterales por el monocultivo y la sobreproducción especulativa promovida. En la DO Mezcal se excluye hasta hoy a estados productores como Michoacán, Morelos, Nuevo León y Puebla, por lo que se les impide usar dicho nombre violando sus derechos constitucionales de cultura y trabajo. Otras, como Talavera, Café de Veracruz y Café de Chiapas, tienen aún uso escaso en la comercialización. La excepción tal vez sea Bacanora, una experiencia positiva con un territorio de tamaño razonable, capacidades profesionales, un mezcal cien por ciento de maguey y mercados adecuados en Sonora y el suroeste de Estados Unidos.

Para transformar esta situación en la que una buena herramienta produce malos resultados se requiere un cambio jurídico e institucional que incluya el reconocimiento a varios tipos de indicaciones geográficas que reflejen la intensidad del vínculo entre el producto final, el territorio de producción de los insumos y la cultura de transformación. Habrá que contar con un registro público que sea sencillo, sin ser superfluo, de las indicaciones geográficas para consolidar el desarrollo económico de regiones consideradas “marginales” para los esquemas productivistas que utilizan insumos externos al sistema productivo. Estas regiones son paradójica y trágicamente “pobres” en lo económico y social, pero no en lo ecológico y cultural, de ahí su gran potencial y la injusticia de la situación actual.

Esperar que cambie esta situación por milagro es ilusorio. Las batallas las están librando productores y consumidores, gobiernos estatales y ciudadanos ocupados en la defensa y desarrollo de patrimonios tangibles e intangibles en el México rural. El comercio leal de los productos del campo es una precondición necesaria para el desarrollo rural en nuestro país y es sustancial para crear una cultura de consumo informado y culturalmente significativo en las urbes globalizadas.

Más allá de la exclusividad y el lujo, requerimos del uso preciso de indicaciones geográficas en todo su espectro. Desde el etiquetado obligatorio de indicaciones de procedencia como “chile de China” hasta el reconocimiento de tres a cuatro figuras diferentes de indicación geográfica para reconocer cadenas productivas de diversa escala e intensidad del vínculo territorial. Las opciones son muchas: indicación geográfica, marca regional, denominación de origen, indicación geográfica típica, producto de mesa, especialidad tradicional, marca colectiva o de certificación con contenido geográfico. El marco de referencia debe ser uno que promueva la competencia leal e informe a los consumidores, pero con el objetivo de que la población de centenares de regiones rurales encuentren una alternativa de vida digna en las producciones originales y adecuadas para sus regiones y paisajes.