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¿Retrógrados o vanguardistas? Thomas Poméon
Sin embargo hoy en día constatamos la desaparición de muchos productos tradicionales. Otros son desnaturalizados, recuperados y adulterados por industrias y distribuidores, y pierden su valor tanto material como inmaterial. Las normas sobre alimentos y bebidas son insuficientes y escasamente aplicadas, y desfavorecen lo tradicional. Al consumidor se le dificulta encontrar productos genuinos, y está a menudo engañado y desorientado entre quesos hechos sin leche, o tequilas elaborados con el 49 por ciento de azúcar de caña. Productores de alimentos y bebidas tradicionales pierden su mercado, por no poder competir en un ámbito donde cantidad, costo y logística importan más que calidad. Con ellos desaparecen oportunidades de empleo para regiones enteras, nutriendo las olas de marginalización y migración. Este declive de los productos tradicionales se enmarca en una visión política del desarrollo “modernista”, que resume el progreso en alta tecnología e inserción en mercados globales. El malinchismo, otra tradición mexicana, nos hace creer que lo bueno viene de afuera, y que lo local y tradicional no es más que una remanencia del pasado, del subdesarrollo. En esa lógica, el desarrollo pasa por la desaparición de formas de producción y consumo tradicionales, consideradas como ineficientes económicamente, hasta peligrosas. Sin embargo, iniciativas de los sectores productivo, académico y público han puesto en duda tal visión, destacando el riesgo que constituye la desaparición de productos tradicionales. Han buscado formas para revalorizarlos, y promover otros modos de vida. En México existe desde los años 70s la figura de la Denominación de Origen (DO), que ha sido escasamente usada. Sólo hay 13 DO en el país. El marco legal y administrativo es incompleto, inadecuado y poco valorizado por el gobierno. No ha sido objeto de una reflexión en términos de desarrollo rural, ni por el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual (IMPI) ni por la Secretaría de Agricultura, y menos de una coordinación entre instituciones. Muchas DO son inactivas y controvertidas en cuanto a su legitimidad y capacidad para defender la tradición y promover un desarrollo local sustentable. La Marca Colectiva es una figura aún más incompleta e ineficiente, que además no permite proteger productos asociados a una región particular. Tampoco existe un sello o categoría para proteger alimentos y bebidas tradicionales. Además, las normas existentes, y el marco legal en general, los ignora por completo y obliga muchos de ellos a mantenerse en una cuasi-clandestinidad. Al contrario, gracias a una política activa de apoyo y promoción, en particular con figuras específicas (DO e Indicación Geográfica Protegida, o Especialidad Tradicional Garantizada), la Unión Europea ha integrado los productos tradicionales como instrumento para el desarrollo rural. Centenas de productos son protegidos y valorizados, beneficiando en particular a zonas marginadas. El éxito de esa política europea ha despertado el interés de los productos tradicionales de varios países y de organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) o el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA). Los productos tradicionales abren la vía hacia nuevas formas de considerar ordenamiento territorial y desarrollo: plural, respetuoso de las condiciones naturales y culturales específicas de cada región, y local, pero capaz de integrarse en un mercado global, combinando innovación y tradición. Constituyen el vínculo necesario entre un pasado que asienta nuestra identidad y una proyección hacia un futuro que no sea una mala copia de lo que se hace en otros países. Para que sigan vivos nuestros alimentos y bebidas, se debe diseñar políticas e instrumentos claros e integrales, en función de la realidad mexicana. Es necesario contemplar los productos tradicionales como una herramienta poderosa para cumplir con los planteamientos de la Ley de Desarrollo Rural Sustentable. Si existen varias maneras de hacerlo, es impostergable una verdadera voluntad política, respaldada por la sociedad civil. CIESTAAM-Universidad Autónoma Chapingo. CIRAD-UMR Innovation
Jorge Larson Guerra
Cualquier signo o palabra que sugiera en un producto su origen es una indicación geográfica. Esta es una definición amplia que incluye desde indicaciones de procedencia como “Hecho en México” hasta denominaciones de origen como “Bacanora”. Entre una y otra hay toda una gradación de significados e información que en paralelo se corresponden con la calidad de los productos: en los detalles se mueve el diablo. Indicar el origen de un producto en su etiqueta es una práctica comercial añeja y común, su práctica debe contribuir a evitar la competencia desleal entre productos industrializados que tienen un vínculo menos estrecho con el territorio y los productos rurales auténticos o artesanales de ingredientes locales. El marco de referencia debe ser una regulación sencilla enfocada en el etiquetado informativo y claro para el consumidor. Hoy las indicaciones geográficas son una de las formas de la propiedad intelectual que se globalizan y su jerga legal evoluciona. Quesos y competencia desleal. En palabras de Jean Jacques Bret, líder de su consejo regulador, “si el Comté no hubiera sido protegido con una AOC (Appellation d’Origine Controlée), sin duda hubiera encontrado el mismo destino que el Emmental, y el Macizo del Jurá –como otras áreas montañosas–, se hubiera despoblado”. Este queso es un gruyere específico de las montañas del oriente francés y su protección se logró desde 1952 al ganar un juicio contra la competencia desleal (quienes producían imitaciones del Comté y así lo llamaban). Hoy día el Comté es una AOC que, además de tener trazabilidad total, es uno de los quesos que promueve un modelo de desarrollo rural sustentable en zonas de montaña, gracias a que se basa en una ganadería más amigable con el medio ambiente y de menor “productividad” en litros, pero que aporta más en términos de ingreso y apoyos directos a la población de este territorio adverso para otras actividades productivas. Como en el caso Comté, saber que un Cotija es un queso maduro, saladito y de leche bronca de ganado serrano nos muestra que la indicación geográfica “Cotija” está cargada de significado y por eso tiene valor en el mercado. Sin embargo, en México se permite el uso de la expresión “tipo” a lado de las palabras Queso y Cotija, por lo que así se distribuyen legalmente muchos “quesos” “tipo” “Cotija” hechos en Chiapas, el Distrito Federal, San Luis Potosí o los Estados Unidos, que ni de lejos tienen las calidades que alcanzan los Quesos Cotija Región de Origen de la Sierra de Jalmich. En México la generificación y dilución de significados sufrida por quesos como el cotija, o aún más el Oaxaca, deben detenerse; para ello es necesario crear una norma mínima común para genéricos que permita una competencia leal en la que los precios estén asociados a calidades objetivas. Esto que vale para los quesos debe aplicar al conjunto de la producción rural de México que se basa en recursos regionales, requiere bajos insumos y es de alta producción primaria útil en la alimentación. La generificación de los nombres no debe sucederle a los productos regionales y artesanales de la alimentación en México. Para evitarlo debemos hacer listas y acuerdos para establecer una línea base de los productos considerados genéricos en México. A partir de ella se puede facilitar una diferenciación clara por regiones de origen y los procesos artesanales de producción. Así el primer paso para evitar la competencia desleal es crear un ambiente institucional adecuado en México –mercados sobre ruedas, supermercados, mercados populares, centrales de abasto y tiendas especializadas– en el que se eleve a un nuevo mínimo la información obligatoria: es decir, que el “queso” sea solamente queso de leche y no de aceites vegetales, que si es “chile” sepamos si es chino o de Chiapas, y saber si lo que llamamos “miel” es una mezcla de mieles mexicanas y extranjeras o si es miel proveniente de la selva de Calakmul en Campeche. Indicaciones geográficas a la mexicana. La política de implementación de una base jurídica estrecha ha provocado que las denominaciones de origen (DO) sean en México una estrategia con resultados ambivalentes e incluso negativos. En la DO Tequila se autorizó el uso de azúcares diferentes a las del maguey azul manipulando los significados culturales y organolépticos; la cadena de valor está mayoritariamente en manos de trasnacionales del alcohol,y hay daños ambientales y sociales colaterales por el monocultivo y la sobreproducción especulativa promovida. En la DO Mezcal se excluye hasta hoy a estados productores como Michoacán, Morelos, Nuevo León y Puebla, por lo que se les impide usar dicho nombre violando sus derechos constitucionales de cultura y trabajo. Otras, como Talavera, Café de Veracruz y Café de Chiapas, tienen aún uso escaso en la comercialización. La excepción tal vez sea Bacanora, una experiencia positiva con un territorio de tamaño razonable, capacidades profesionales, un mezcal cien por ciento de maguey y mercados adecuados en Sonora y el suroeste de Estados Unidos. Para transformar esta situación en la que una buena herramienta produce malos resultados se requiere un cambio jurídico e institucional que incluya el reconocimiento a varios tipos de indicaciones geográficas que reflejen la intensidad del vínculo entre el producto final, el territorio de producción de los insumos y la cultura de transformación. Habrá que contar con un registro público que sea sencillo, sin ser superfluo, de las indicaciones geográficas para consolidar el desarrollo económico de regiones consideradas “marginales” para los esquemas productivistas que utilizan insumos externos al sistema productivo. Estas regiones son paradójica y trágicamente “pobres” en lo económico y social, pero no en lo ecológico y cultural, de ahí su gran potencial y la injusticia de la situación actual. Esperar que cambie esta situación por milagro es ilusorio. Las batallas las están librando productores y consumidores, gobiernos estatales y ciudadanos ocupados en la defensa y desarrollo de patrimonios tangibles e intangibles en el México rural. El comercio leal de los productos del campo es una precondición necesaria para el desarrollo rural en nuestro país y es sustancial para crear una cultura de consumo informado y culturalmente significativo en las urbes globalizadas. Más allá de la exclusividad y el lujo, requerimos del uso preciso de indicaciones geográficas en todo su espectro. Desde el etiquetado obligatorio de indicaciones de procedencia como “chile de China” hasta el reconocimiento de tres a cuatro figuras diferentes de indicación geográfica para reconocer cadenas productivas de diversa escala e intensidad del vínculo territorial. Las opciones son muchas: indicación geográfica, marca regional, denominación de origen, indicación geográfica típica, producto de mesa, especialidad tradicional, marca colectiva o de certificación con contenido geográfico. El marco de referencia debe ser uno que promueva la competencia leal e informe a los consumidores, pero con el objetivo de que la población de centenares de regiones rurales encuentren una alternativa de vida digna en las producciones originales y adecuadas para sus regiones y paisajes. |