n mi colaboración anterior hablaba de un posible escenario que iniciara el debate para una reforma migratoria en Estados Unidos y señalaba algunos elementos que deberían incorporarse. Las últimas declaraciones del presidente Barack Obama sugieren que dicha posibilidad, si bien no se cancela por completo, se detiene por tiempo indefinido. Y por lo pronto se ponen en marcha una serie de medidas que indican, en resumen, un reforzamiento policiaco en la frontera que se extiende al interior del país, todo lo cual tendrá graves consecuencias no sólo para los trabajadores indocumentados, sino para los migrantes legales, dado que todos ellos sufrirán una situación de incertidumbre y vulnerabilidad que repercutirá en forma lesiva en sus derechos laborales y humanos.
Sin embargo, y debido a las nuevas condiciones de la recesión mundial, los migrantes que buscan oportunidades económicas ven Estados Unidos menos atractivo, y los datos son muy elocuentes, pues desde finales de 2007 la migración ha decrecido en forma sustancial, igual que la migración indocumentada. También se ha hecho sentir en la demanda de trabajadores altamente calificados que llegan con las visas H1B. Por tanto, no sólo la población permanecerá más tiempo en el país, sino que las remesas, como consecuencia, disminuirán, como ya se ha observado. En este sentido, por un lado habría que explicarse ¿cómo México llegó a un momento de su historia en que más de 10 por ciento ha tenido que emigrar?, y ¿qué puede suponer para el país que ahora la migración disminuya?
Para responder a la primera pregunta es necesario remontarse a un proyecto económico iniciado hace más de 25 años, que se reforzó con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de 1994. El resultado es que México después de todos estos años no ha podido crecer y mucho menos desarrollarse. Si hacemos un breve recuento de los daños, observamos que el campo mexicano se ha devastado, no sólo por la apertura comercial, sino por la falta de inversión pública que abandonó a su suerte a los campesinos, dando lugar, por un lado, a una enorme dependencia alimentaria y, por otro, a flujos migratorios que, al no tener posibilidades de inserción en otros sectores, marcharon hacia el norte.
Los empleos que, de acuerdo con el discurso del gobierno en turno, se iban a generar gracias a las inversiones extranjeras directas que llegarían en forma creciente, resultó que no sólo fueron deficitarios sino de gran precariedad. El gobierno no optó por desarrollar una política industrial sólida y competitiva, sino por una forma de sustitución
, es decir, la maquila. Esta industria tiene varios problemas, en primer lugar que se encuentra totalmente desvinculada del resto de la economía al no producir encadenamientos productivos. En segundo lugar, no sólo está sujeta, como señala Dussel, a la competencia de países como China e India, sino que se ve afectada por la situación económica de Estados Unidos, lo cual tampoco ha sido favorable para incrementar el uso intensivo de mano de obra. Y para colmo, México tampoco se ha visto beneficiado con la transferencia de tecnología, lo que, aunado a la falta de interés de los gobiernos para invertir en educación, en ciencia, en tecnología y en centros de investigación, ha llevado al país a ser importador de tecnología, estrategia que cancela para México la superación de su subdesarrollo.
Muy grave es que, en este entorno, el país no sólo no ha podido vencer sus altos niveles de pobreza, sino que en los últimos años se han incrementado. El desempleo sigue su marcha siniestra, por más que los datos oficiales pretendan hacernos creer lo contrario, con un alto peso de la economía informal. Como señala Murayama, el déficit en la creación de empleos se observa cuando por cada plaza formal que se ha generado durante la vigencia del TLCAN se produce un empleo y medio en el sector informal, lo que, entre otras cosas, tiene graves consecuencias sobre el bienestar ante la falta de prestaciones del empleo formal.
Este pequeño esbozo explicaría algunas de las causas de la migración económica de los trabajadores mexicanos, favoreciendo a Estados Unidos y respondiendo, irónicamente, a sus necesidades de mano de obra. Se han convertido en necesarios y funcionales, sobre todo en su versión indocumentada, aun cuando los sectores más retrógrados de ese país no quieran reconocerlo. Sin embargo, la debilidad de las condiciones económicas, políticas y sociales de México es lo que le permite al vecino país tratar sin ninguna consideración a su contraparte mexicana.
Por tanto, para México las dificultades migratorias pueden convertirse en una oportunidad al reintegrar a ese capital humano en forma productiva y con ello evitarle todos los sinsabores que ha tenido o tendría que vivir. Este gran desafío requiere, sin duda, dejar atrás un proyecto neoliberal que no ha permitido superar la pobreza, ni mejorar los niveles de distribución de la riqueza, con graves consecuencias para la población en su conjunto y que, además, se encuentra en la base del incremento extraordinario de la inseguridad.
Se requiere discutir un nuevo proyecto nacional, pero entre todos los sectores de la sociedad, en forma democrática para que deje de ser la decisión de unos cuantos que, como hemos visto, resulta siempre equivocada. Entonces, la migración forzada se convertirá en voluntaria, y será cuando el país receptor tendrá otra actitud, pues será consciente de que podría perder tan preciado bien, ante un escenario de necesidades.
El jefe del Ejecutivo ha enviado una propuesta de reforma del Estado, lo que resulta totalmente insuficiente, y yo diría hasta fútil si no se discute al mismo tiempo un nuevo proyecto nacional que relance al país por la vía del desarrollo y la justicia social. Éste es el nuevo desafío.