Recuerdos de Parral
a comida tiene sus encantos por sí misma, pero si una buena comida se acompaña de una plática cálida entre amigos, la experiencia es inolvidable. En estos días en que el encuentro amistoso es un aliciente, un aliento, hemos compartido sabrosos alimentos con personas muy estimadas.
Este domingo nos llamó Jesús Vargas Valdés, quien traía desde Chihuahua un itacate de antojo: tamales de chile pasado y de chicharrón, además de los de anís ya conocidos. Los de chile pasado son una primicia incluso en Chihuahua y, aunque los de chicharrón son tradicionales, no los habíamos probado; los tres una delicia.
La entrega de tan sabroso presente fue en la calle de Toluca, en la colonia Roma, donde se ubica La Toma de Tequila, restaurante que fundó hace diez años Raúl Vargas.
Se come ahí una sabrosa sopa de lentejas, buenos cortes de carne, asados, queso asadero, varios platillos en los que interviene el famoso chile pasado: caldillo, chiles rellenos de frijol, queso o verduras, carne de puerco con chile y para cerrar dulces de leche de La Gota de Miel de Parral, ate de membrillo hecho por Carmela, su hermana, magnífica repostera, o un original flan con el dejo ahumado del sotol.
Además de reflexionar los cuatro acerca de la situación del país, de la injusta situación que vive Chihuahua y de las múltiples facetas de la Revolución Mexicana, se fueron desgranando los recuerdos. Y hablamos de itacates. De los tacos de tortilla de harina gruesas rellenas de frijoles o de asado que se podían comer frías en el camino y que se acompañaban con chiles encurtidos, o de la lonchera de cacerolas de peltre que le llevaban a su padre al taller de herrería del que era jefe.
La olla de abajo llevaba carbón encendido para conservar el calor de la sopa que ocupaba el segundo piso; del guisado, que se colocaba en tercer lugar, y de las tortillas, que iban en el cuarto y último piso.
A diario su madre preparaba una olla de cocido con repollo, calabaza y otras verduras, además de carne y tuétano, que era lo más codiciado. Se usaban tres o cuatro kilos de harina de trigo para hacer las tortillas.
La madre amasaba y los más chicos hacían los bastoncitos que otros paloteaban; la hermana mayor era la responsable de cocerlas en la estufa de hierro colado de ocho planchas.
Las tortillas se alternaban en las placas; una que levantaba con la pata de chivo
se colocaba encima de las tortillas para completar su cocimiento. En esas estufas alimentadas con leña, símbolo del hogar, se hacía un pan redondo y pesado; en un compartimento se conservaba el agua caliente.