a exposición, que no he visto in situ, se inauguró el 13 de diciembre pasado, concluye el 1º de marzo e itinerará en el Kunstmuseum de Basilea y el Pompidou para terminar en la Tate Modern. Se titula Samurai Tree Invariants y fue comisariada por Ann Temkin, con Paulina Pobocha como asistente curatorial del museo. Ofrece obras archiconocidas para quienes visitamos sus exposiciones en el Contemporary de Los Ángeles, en el museo Tamayo y en el Palacio de Bellas Artes, de modo que hay iconos
de los años 90, como la DS (1993), casi marca distintiva del artista; Four Bicycles (las cuatro bicicletas intersectadas); Black Kites, el cráneo que lo representó años ha, con sobrado éxito promocional, en una de las Dokumenta; Mis manos son mi corazón (el corazón de barro moldeado con la presión de sus manos, que se abren en glosa voluntaria, o no, de Nuestra imagen actual, de Siqueiros), la fotografía del caballo visto por detrás, las vespas, una cantidad vasta de apuntes de sus libretas y –como novedad– Ojos bajo pata de elefante. Ésta es el cactus así denominado cuya porosidad permitió la incrustación de ojos de cristal, que pertenece a la colección Charpenel de Guadalajara.
Otra novedad es Recipiente galaxia, un yeso matizado con gouache, con circunvoluciones celestes, posadas en un plato. También está el esqueleto de ballena adquirido para la Biblioteca Vasconcelos (antigua estación de Buenavista), que ha designado al creador como explorador del nomadismo internacional
; se encuentra izado en el atrio
y está decorado con grafiti.
No falta la edición del balón ponchado y la controversial caja de zapatos vacía presentada en la Bienal de Venecia; es la pieza que abre la muestra. Está museografiada como objeto único a los pies de una mampara amplia. Los lienzos neoconstructivistas, con círculos y esferas intersectados, forman lote. Hay muchas explicaciones que sitúan las obras en contexto, pero no pueden observarse en pantalla.
La exposición, financiada por Televisa, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y por la Wallis Annemberg Foundation for Innovation in Contemporary Art, se acompaña de un catálogo con 500 reproducciones más textos de los curadores y de otros expertos, así como reflexiones de Gabriel Orozco. Se anuncia a 55 dólares para el público en general, pero pude constatar que en Amazon se consigue a menor precio.
Busqué notas que la reseñan. Son de baja intensidad y, ya sea por celos profesionales o por alguna otra desconocida razón, lo que percibo es que son los críticos quienes van unos contra otros en esa urbe pródiga en publicaciones.
John Haber la reseña junto con consideraciones vertidas sobre Kitty Krauss, quien exhibe en un espacio del Guggenheim, y sobre Urs Fischer –hermético y chamánico– exhibiendo en The New Museum. El título de la nota es Boom, Destruction and Austerity
. Los artistas luchan
por habitar un espacio, es decir, por llenar un museo
, y la austeridad es resultado del arte tardo-moderno.
Para Mario Naves, Gabriel Orozco es heredero obediente del dadaísmo y ese fácil, despreocupado nihilismo
no es sólo atribuible a él, sino que se trata de la lingua franca (como antes el latín y ahora el inglés) de la escena contemporánea.
A tiempo que Naves celebra la experimentación, que está en el corazón de la práctica artística, anota que es lugar común considerar que cualquier cosa puede ser arte, pues el cuestionamiento de los parámetros se vuelve juego de salón. Así las cosas, el objeto artístico queda por debajo de su autor
. Gabriel se muestra como peso ligero, con sobrecarga de vanidad (autoral, diríase).
Naves es profesor del Pratt Institute y del Brooklyn College y su opinión apareció en The New Criterion. Objeta el artículo de Peter Schjeldahl, publicado en The New Yorker el 24 de diciembre pasado, quien elogia la exhibición.
Charlie Finch querría que se jugaran en conjunto las obras de Gabriel y las del chamánico Urs Fischer y se colocaran juntas en otro espacio. Su nota se titula Mix and Match
y es , como el título, juguetona.
El artículo Artopia
, de John Perreault, va más contra los conceptos de Roberta Smith, quien padece a su juicio de horror vacui, que a favor, o en desacuerdo con las exposiciones tanto de Gabriel como del neominimalista Roni Horn, quien exhibe en el Whitney Museum. Para Perreault sólo debieron exhibirse las piezas importantes, con el suficiente aire en torno que permitiera su debida apreciación.