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Economía Moral

Para comprender la crisis / IV

Pablo Yanes: salida poscapitalista de la crisis

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uevamente los fantasmas de Keynes y de Marx recorren el mundo, dice Pablo Yanes en la ponencia que presentó en el seminario de la Fundación Heberto Castillo sobre la crisis. Es mucho lo que está en juego, señala: ya no sólo se trata de la resistencia a un modelo social en agonía, sino de las alternativas ante la crisis y la distribución de sus costos. La disputa es entre una nueva refuncionalización del modelo de dominación y explotación, o una salida popular y democrática a la crisis, posneoliberal y por qué no, poscapitalista. El fundamentalismo de mercado, que dominó el mundo los últimos 30 años, y las corrientes académicas que lo respaldaron con las ideas necesarias para justificarse y reproducirse, son hoy cada vez más impotentes y balbuceantes, añade. Igual que otros ponentes del Seminario, Yanes identifica con claridad que el keynesianismo fue la respuesta a una crisis de sobreproducción (la de 1929), mientras el neoliberalismo respondió a la crisis de los años setenta provocada por la baja en la tasa de ganancia.

Concibe así la característica central del keynesianismo: el trabajo como factor de la demanda y su explotación basada en aumentos sostenidos de la productividad en un contexto de pleno empleo y redes de protección e inclusión social. Pero este keynesianismo-fordista habría dejado de ser funcional para el capital que convocó a reemplazarlo, concibiendo al trabajo ahora como un costo de producción, que como cualquier otro debe ser abatido, y ya no como factor de la demanda. Fue la hora del neoliberalismo que el autor concibe como una ofensiva mundial para la reorganización de todo el orden social para subordinarlo a la lógica de la acumulación y de la ganancia, por lo cual la restructuración se centró en una ofensiva contra el trabajo, que lo desvalorizó y lo re-mercantilizó plenamente, eliminando toda barrera a su libre intercambio (excepto la migratoria internacional), lo cual significó una redistribución masiva del ingreso del trabajo en favor del capital a escala planetaria. Pero, sostiene Yanes, el neoliberalismo llevó en el pecado la penitencia: generó producción global sin consumo global, elevando a escala planetaria la contradicción irresoluble entre crecimiento mundial de la producción y caída mundial de los salarios reales que originó la Gran Depresión del 29.

La desvalorización mundial de la fuerza de trabajo ocurrió, señala Yanes, en el contexto de una revolución de las tecnologías de la información que hizo posible la desterritorialización de la producción. La explosión del crédito, el sobre-endeudamiento de las familias, particularmente en EU, que se convirtió en el consumidor de última instancia (dada su situación monetaria asimétrica, habría que añadir, que le permite aumentar su déficit comercial sin restricciones), pasaron a ser en el neoliberalismo los instrumentos principales de ampliación de la demanda, añade. El autor, sin embargo, deja fuera el hecho, documentado ampliamente en las ponencias de Guillén y Boltvinik, sobre los montos masivos de plusvalía que no se pueden absorber productivamente y que se canalizan a las burbujas financieras. (Véase gráfica).

Yanes sostiene que a cada régimen de acumulación corresponde un modelo de política social. Así como en los últimos 30 años se transformó radicalmente el régimen de acumulación, también se modificó el modelo de política social. Así como al régimen de acumulación fordista-keynesiano le correspondió un Estado de Bienestar corporativo o social-demócrata, en la tipología de Esping Andersen, al régimen de acumulación neoliberal le correspondió el residual-liberal, concluye el autor. Si bien se trata de una simplificación, porque durante el predominio del régimen fordista-keynesiano en EU prevaleció también, como ahora con el neoliberalismo, un modelo de política social residual-liberal, y en Europa al entrar en vigor el régimen de acumulación neoliberal, no se desmantelaron los estados de bienestar corporativistas o socialdemócratas (sufrieron de reformas regresivas, pero resistieron a fin de cuentas), la simplificación que hace Yanes es válida en términos ideales y, desde luego, en la ideología que sustenta cada modelo. Además, y todavía más importante, aplica perfectamente a lo que los países desarrollados y los organismos internacionales impusieron a los países débiles de la periferia. Es decir, los (y las) neoliberales hubiesen querido desmantelar los estados de bienestar preexistentes, pero por razones de rapport de forces no pudieron hacerlo, excepto parcialmente. Yanes caracteriza brillantemente los rasgos centrales del modelo neoliberal de política social: privatización y re-mercantilización de los satisfactores básicos protegidos por derechos sociales, la elevación de la focalización (originalmente una herramienta) en un principio estructurante de la política social, donde también se aplicó el principio de la primacía del mercado y lo privado sobre el Estado y lo público, y la minimización de la política social, reduciéndola a programas focalizados y condicionados de combate a la pobreza extrema, concebida y medida de manera minimalista. Para Yanes:

Es momento de plantear no sólo una nueva política económica, sino también una nueva política social y, por tanto, una política socio-económica que subordine las decisiones económicas a su impacto en el bienestar y la vigencia integral de los derechos. Es necesario formular una plataforma programática para construir una salida popular a la crisis que ponga en cuestión el régimen neoliberal de acumulación y el modelo liberal-residual de política social.

Sus propuestas específicas las clasifica en tres grupos: a) medidas inmediatas de contención en lo social; b) componentes de una plataforma programática a mediano y largo plazos; y c) construcción del estado social de derechos. En el primer grupo propone evitar la privatización y mercantilización de los sectores sociales básicos; impedir una reforma laboral regresiva; y revertir el modelo de capitalización de las pensiones hacia un nuevo sistema de reparto con equidad social y solidaridad intergeneracional. En el segundo, propone revalorizar el trabajo como eje de la estrategia de crecimiento económico; reconstruir la banca pública, revisar el mandato del Banco de México, rearticulando la política fiscal y monetaria y dando prioridad al crecimiento económico y la justicia distributiva; y una reforma fiscal progresiva que eleve sustancialmente los recursos públicos. En el tercero, propone: universalizar el derecho a la salud superando la segmentación inequitativa actual; ampliar la oferta educativa pública y elevar su calidad y pertinencia; una estrategia nacional de vivienda centrada en la calidad, tamaño y ubicación adecuadas de las viviendas; ingreso ciudadano universal (ICU) para todos los habitantes del país; y red nacional de servicios sociales para atender las necesidades de grupos sociales específicos. El autor concluye: Es hora de pensar la sociedad que queremos y podemos construir después del neoliberalismo.