Complicado encierro de San Marcos puso a prueba el nivel de entrega de los toreros
Fabián Barba, pundonoroso
El juez Andrade, acertado
Los banderilleros, fatales
Lunes 18 de enero de 2010, p. a38
Ayer, en la undécima corrida de la temporada en la Plaza México, el tlaxcalteca Uriel Moreno El Zapata recuperó para ese degradado escenario la emoción única del tercio de banderillas, y lo hizo no con un novillote de la ilusión sino con un geniudo toro cuyo temperamento exigió la convicción del torero en cada suerte.
Se lidió una corrida bien presentada del hierro jalisciense de San Marcos, propiedad de Ignacio García Villaseñor, que cumplió en varas pero que cumplió, sobre todo, con su tauridad, es decir, con la misión de poner a prueba el nivel anímico y técnico de los toreros, independientemente de las dificultades presentadas.
Mal acostumbrados los públicos –por las empresas, los diestros que figuran, las autoridades y la crítica– a un remedo de bravura y a un trapío aproximado, son contados los coletas capaces de lucir frente a las embestidas ásperas y el peligro inminente.
Los villamelones se desesperan o se ponen nerviosos, ya que el temple de oropel se queda para mejor ocasión y los pitones recobran su sentido original: hacer daño e incluso arrancarle la cabeza al que se descuide. Lo demás es ballet sanguinolento.
Ya con su soso y deslucido primero El Zapata había cubierto lucidamente el segundo tercio con un cuarteo, un violín y un sesgo precisos, y en un pase inicial con la diestra recibió un fuerte pitonazo en la espinilla derecha del que se dolió notoriamente. Mermado pero encastado, Moreno consiguió una meritoria faena por ambos lados en la que hubo mando y aguante, pues el toro se revolvía en un palmo. Dejó una estocada casi entera, escuchó palmas por su pundonor y pasó a la enfermería.
Lo grande vino con el cuarto, un cárdeno claro, Camarógrafo de nombre, con 475 kilos, otro toro que acudió con peligrosa lentitud en tres largas cambiadas de rodillas, empujó en un puyazo y repitió en el quite por caleserinas.
El Zapata entonces, con una actitud que contrasta con la ineptitud de los empresarios provincianos que se niegan a contratarlo luego de sus sucesivos triunfos en la México, accedió a banderillear no obstante la espinilla lesionada. Citó de largo con los palos en la diestra y mientras en toro le hacía el viaje giró su cuerpo, hizo un quiebro justo frente a los pitones y dejó un par de Calafia, no al violín, en todo lo alto. Fugaz, la poesía única del toreo había aparecido.
La gente se paró de sus asientos, aplaudió rabiosa, gritó destemplada, arrojó sombreros y obligó al imaginativo torero a dar la vuelta al ruedo en olor de apoteosis.
De nuevo en los medios, Uriel instrumentó pases por alto, cambiados por la espalda y vitolinas. Luego bajó mucho la mano para ahormar la violenta cabeza y estructuró una garruda faena por ambos lados, con la estética de la ética ante un toro con peligro, no su caricatura, a mil años luz del posturismo efectista y las tientas de luces. Dejó una entera volcándose y el juez Roberto Andrade premió aquella hazaña con una oreja de primer mundo, no de plaza de trancas.
Toda la tarde Fabián Barba derrochó pundonor y entrega. Si no se hace figura será a causa de las mafias taurinas. Y el granadino David Fandila, fácil y sobrado, banderilleó muy bien a su primero y no le vio caso a jugarse la piel ante su segundo, sin transmisión. A ver en qué cartel vuelve El Zapata luego de su histórico triunfo.