Toneladas de equipo y suministros, atoradas en la terminal aérea de Puerto Príncipe
En diversas zonas de la capital haitiana no se ve el flujo de la ayuda internacional
Domingo 17 de enero de 2010, p. 20
Puerto Príncipe, 16 de enero. Dos aviones rusos, de los más grandes del mundo, esperan en el aeropuerto de Santo Domingo la autorización de la administración de la aviación de Estados Unidos para aterrizar en el insólito hormiguero en que se ha convertido la terminal aérea Toussaint Louverture de Puerto Príncipe.
Mientras aterrizan y despegan naves de todos los tamaños –sobre todo con la insignia US Navy, pero también de Qatar y Nueva Zelanda, de Chile y Brasil, Alemania y Francia, y varias mexicanas, civiles y militares–, toneladas de equipo y suministros se recalientan bajo el sol.
Un aeropuerto que solía operar tres vuelos al día hoy soporta, sin torre de control, más de 100 arribos al día.
En una hondonada operan concentrados media docena de especialistas de la aviación estadunidense, con sus uniformes caqui y unas cuantas computadoras que controlan el intenso tráfico aéreo, el cual se intensifica en la mañana.
De las naves desembarcan centenares de socorristas, paramédicos y rescatistas de múltiples banderas, quienes pierden horas valiosas en espera de que los movilicen a sus puntos de trabajo.
Uno diría que en el día cuatro de esta emergencia el masivo flujo de la ayuda internacional inunda las dolidas calles de la ciudad, pero no es así. Un recorrido por el bulevar Delmas, el centro y las zonas altas de Petion Ville descubre la soledad de las víctimas frente a la catástrofe. Frente al Liceo Petion, la iglesia de la Trinidad, la Escuela de Periodismo ISNAC y en pleno Campo Marte no hay ni un operativo de salvamento.
Las placas de concreto se apilan, el hedor da fe de la vida que bullía ahí antes del colapso. Yo quisiera entrar ahí, remover los escombros y sacar a los muchachos que estudiaban en ese sitio
, dice Jerome Robinson. Él es egresado del ISNAC. Las clases empezaban a las tres de la tarde. Pero nadie remueve las losas de los cuatro pisos, encimadas como un sandwich mortal. Quisiera ser Supermán, pero solo no puedo. ¿Dónde, dónde están los demás? Sólo pasan por el aire sin detenerse aquí.
Los demás están ahí, sentados a su lado, oyéndolo. Impotentes. No tienen ni un mazo. Y nadie acude en su ayuda. Estamos dejados a nuestras fuerzas. Pero nuestras fuerzas no alcanzan para sacar de ahí a los estudiantes de periodismo.
Como no alcanzan las fuerzas del mazo que golpea por horas, sin resquebrajar apenas, el techo de una vivienda desplomada en el barrio de Canapé Vert. Desde la calle que sube al barrio de clase media Petion Ville se aprecian las laderas de otra zona residencial. Todo un plano presenta planchas de cemento clavadas en el piso. Sólo de tanto en tanto se avistan pequeños grupos señalando sitios donde hay familias enterradas. Y únicamente el eco de un mazo golpeando por horas contra el denso muro. Rescatistas, ninguno.
En las pistas del aeropuerto, entre tanto, corren los minutos. La Organización de Naciones Unidas (ONU) determinó que en este día cuatro después del terremoto se cerrara la etapa de búsqueda y rescate.
Se considera que bajo las montañas de escombros que se extienden por todas las latitudes de la ciudad no quedan vivos. Entonces el operativo entrará en otra etapa, ya sin esperanza de vida. Quedan cuatro horas para que venza ese plazo y tres grupos de rescatistas y médicos mexicanos apenas llegan.
Dos grupos arriban en un avión de la Marina que salió de la ciudad de México a las 20 horas de ayer, y aterriza finalmente después de casi nueve horas de vuelo y una larga escala en Cozumel. Varios periodistas llegamos con ellos. Otro trae topos del Distrito Federal, el cual llega en un pequeño autobús desde la frontera dominicana, porque no pudo aterrizar en Puerto Príncipe. Con todo, cumplen su misión: se suman a algunos salvamentos, y cuando oscurece llegan al campamento mexicano dando cuenta de una vida salvada.
Cuatro de la tarde. Al fin detectamos un operativo de salvamento. Una unidad de rescatistas de USAID, procedente del condado de Miami, desconoce la orden de la ONU –detener las acciones de búsqueda y rescate– y se afana en encontrar viva a una mujer que, según informa el jefe de la unidad, Alan Perry, logró enviar a las 12:30 un mensaje de texto de un teléfono celular. No creo poder soportar más tiempo
, dice Perry que escribió la mujer. A esa hora ya concluyó el exhaustivo rastreo con perros y sondas con cámaras, sin que se pudiera establecer contacto con la sobreviviente. Entonces, se ha optado por meter maquinaria pesada para remover una capa de concreto. La ruina, que fue de varios pisos, era un edificio de oficinas que albergaba la financiera Unibeck. Sus dueños siguen con ansias la operación.
El terremoto no discriminó: arzobispos, banqueros, empleados, miserables, escolares. Todos por igual. Pero la atención a la emergencia entre un banco o un orfanatorio sí hace distingos. Está el caso de ejecutivos de Banamex, quienes viajaron de México con un grupo de rescate ex profeso para trabajar en la remoción de escombros de la sede de Citi Bank. Los equipos, con perros, harán mañana un último esfuerzo por sacar sobrevivientes o cuerpos, antes de que se ordene la entrada de maquinaria pesada para la recuperación de bienes materiales.
Con todo, en el campamento mexicano se rinden buenas cuentas. El capitán de navío Abraham Caballero, coordinador del operativo, informa que el viernes, día tres del desastre, los equipos de México lograron rescatar a ocho personas vivas de entre los escombros en la zona ocho (que ha sido asignada a los mexicanos) y tres cadáveres. Este sábado, ya con esperanzas de vida reducidas, se salvó a uno. Otro fue detectado, pero no fue posible sacarlo.
¿Y el gobierno? ¿Y la alcaldía? ¿Y la Iglesia católica? ¿Dónde está su ayuda?
Mire usted
, afirma Jerome señalando hacia el palacio nacional, que tiene sus columnas quebradas, sus cúpulas detenidas casi en vilo en su camino hacia el piso, enormes fracturas. Mire usted
, señala hacia los muñones de lo que fueron las torres de la catedral, que quiso imitar a la de Notre Dame de París. No hay nada, nadie. Estamos dejados de la mano de Dios. Y de los demás hombres
.
Detrás de la catedral se levanta una pequeña capilla, que emite un hedor intenso y perturbador. Es la capilla Vitae eternum. Y alberga más de 50 cadáveres que nadie se ocupa de llevar a enterrar; algunos llevan ahí tres días.
Uno diría que en ese entorno nadie se acerca. Pero la vida es más necia que la muerte. Miles de haitianos que ya no tienen dónde vivir acampan en la enorme plaza del Campo Marte, donde los próceres de la independencia haitiana, Toussaint Louverture y Christophe, vigilan la romería. Ahí se bañan las muchachas a la vista de todos. Una señora limpia el arroz que va a cocinar, otra pone a la venta su pollo frito y un hombre ofrece sus pachitas de ron. Otro vende llamadas telefónicas, a un dólar el minuto. Por el momento, quién sabe hasta cuándo, los haitianos viven así, en las plazas y las aceras. Una ciudad sin techo.
Los campamentos multinacionales que se instalaron en los predios del aeropuerto y han crecido exponencialmente en horas recientes citan a los habitantes a resguardarse antes de las siete de la noche, pues en las latitudes caribeñas, en invierno, a esa hora ya es noche cerrada. Así, a oscuras, reflexiona sobre su jornada Claudia Jalife, médico de 27 años, integrada a una unidad sanitaria de la Policía Federal. Le tocó trabajar en el nosocomio universitario cinco horas. Atendió a más de 50 pacientes con fracturas y quemaduras, algunas de ellas ya con días de deterioro e infección. Justo estaba pensando en un muchacho como de mi edad que atendí; una herida en el cráneo, ya infectada. Pasé mucho rato retirándole gusanos. No creo que sobreviva.
A esta hora, dice, los quirófanos deben estar al tope con médicos cubanos. Ellos son los únicos que no se retiran.