l problema que enfrentamos para utilizar la fotografía como documento histórico es demasiado serio, y no sólo por la mínima parte de la vida que documenta (apenas una fracción de segundo), sino porque además hay muy pocos estudios interesados en descifrar sus contenidos. A pesar de que la fotografía y el cine son parte esencial del lenguaje del siglo XX y de que nacimos y vivimos en una sociedad altamente influida por la fotografía, no reflexionamos mucho sobre ella e incluso rara vez cuestionamos el conocimiento que adquirimos por esa vía. Llegamos al grado de aceptar sin discusión que una imagen dice más que mil palabras. Pero, en realidad, ¿qué dice una fotografía sobre su contenido histórico? No dice nada, o casi nada, si no sabemos leerla. De ahí que el factor esencial para estudiar la fotografía documental sea el respeto por su contexto histórico. Es evidente que no se puedan hacer estudios sobre fotografía histórica si no se conocen sus contenidos; los estudios teóricos sobre fotografías históricas que se basen únicamente en esgrimas conceptuales y menosprecien la investigación sobre los contenidos están destinados a desplomarse como castillos de naipes. Ya han pasado más de 150 años desde que apareció la fotografía; hace 100 que se tomó la primera imagen de la Revolución Mexicana y su valor como documento histórico sigue siendo subestimado, con un uso, en la mayoría de los casos, impreciso e ineficaz. La fotografía es, en potencia, un documento histórico que clama por ser escuchado; tiene una historia fantástica que contarnos, si tan sólo aprendemos un método para comprender el cuento visual que encierra.
Ésas, más la aparente ausencia de nuevas fotografías, eran algunas de las preocupaciones que tuve hace nueve años, cuando empecé la investigación de 1911, la batalla de Ciudad Juárez, ya que supe por boca de varios historiadores que no había muchas esperanzas de encontrar nuevas imágenes sobre la revolución maderista en Ciudad Juárez: semejante noticia realmente me dejó preocupado; sin embargo, no me podía hacer a la idea de limitarme a trabajar con los materiales conocidos, así que además de plantearme la lectura de los documentos tradicionales pensé que forzosamente debía dedicar una buena parte del proyecto a localizar nuevas colecciones. Analizar las mismas fotografías una y otra vez, desde diferentes puntos de vista, probablemente me podía llevar a conclusiones interesantes; sin embargo, ese ejercicio no me garantizaba que pudiera aportar mucho más sobre el tema. El solo hecho de pensar que no encontraría nuevas imágenes y nuevos fotógrafos me ponía en una posición como la del que conoce lo que hay en un cuarto únicamente por lo que ha visto siempre a través del agujero de una cerradura. Lo que yo necesitaba era abrir la puerta y ver más allá del espacio visual conocido. Jesús Muñoz, el productor de la investigación, estuvo de acuerdo conmigo en que buena parte de los recursos y el tiempo con que contábamos se usaran en la búsqueda de nuevas fuentes. Casi tres años después, en 2003, cuando terminamos la primera edición del libro, tuvimos la certeza de que una de las cosas más valiosas de la investigación fue precisamente la develación de nuevas colecciones fotográficas y otras colecciones documentales.
Investigar sobre el destino que tuvieron las fotografías que se tomaron en un determinado evento histórico es en sí una especialidad dentro de los procesos de recuperación de la memoria histórica. La ubicación de una colección fotográfica es un acontecimiento relacionado con metodología y constancia, muy pocas veces con la suerte; intentarlo una y otra vez es nuestra obligación, ya que siempre representa una posibilidad real de ampliar los marcos de referencia del universo estudiado.
Sucesos como la Revolución Mexicana, que dejaron una onda huella en la vida de la nación y cuyo universo fotográfico por mucho tiempo se creyó agotado, reviven a la luz de hallazgos recientes de investigadores en diferentes partes de la República, confirmando lo joven que es en nuestro país la investigación de la fotografía histórica.
Estas investigaciones y descubrimientos aportan a la historia de la Revolución el punto de vista de los fotógrafos, que rara vez ha sido utilizado y tomado en cuenta por los historiadores del tema. Esto es algo que hay que considerar seriamente, ya que muchas de las fotografías no tienen equivalencia con los documentos escritos, aun cuando hayan servido para ilustrarlos.
Por más que se diga que las búsquedas de los documentos que tratan sobre cierto periodo y región han sido agotadas, debemos hacer nuestras propias pesquisas. Basados en ciertos indicadores y tomando en cuenta las colecciones conocidas, los investigadores podemos determinar nuevos destinos y rangos de búsqueda.
Aquellos años de investigación no fueron infructuosos, ya que pudimos encontrar miles de fotografías, la mayoría de ellas inéditas. También pudimos averiguar que entre abril y mayo de 1911 llegaron a Ciudad Juárez más de 40 fotógrafos para documentar la revolución maderista, y digo llegaron porque ninguno ellos, hasta donde hemos podido investigar, era de la ciudad fronteriza. Este dato por sí solo nos obligó a preguntarnos por qué tantos fotógrafos se interesaron en el conflicto. Pongo el acento en este punto porque no hay precedente en la historia de México de que una cantidad tal de fotógrafos se hubieran desplazado a un lugar en un mismo periodo y con un mismo objetivo; nada igual se repitió después en toda la lucha armada. Lo más parecido sucedió durante la decena trágica, la cual ciertamente fue documentada por numerosos fotógrafos, pero la mayoría de ellos vivían en la ciudad de México. No por otra cosa, El Paso Morning Times publicó que, para finales de 1911, los mayoristas de postales estadunidenses ya habían vendido un millón de fotografías alusivas a la Revolución Mexicana, la mayoría de ellas de Ciudad Juárez.
La publicación de la primera edición de 1911, la batalla de Ciudad Juárez, de ninguna manera significó que yo dejara de buscar e investigar sobre las fotografías tomadas en esa frontera y en esa fecha a lo largo de los últimos años. Para mi sorpresa y regocijo he seguido encontrando en archivos, aquí y allá, numerosas fotografías sobre los mismos hechos que no pude ver en aquellos años: 50 de estas imágenes y algunas de las que utilicé en un primer tomo las incorporé a esta nueva edición, para contar de manera más contundente la batalla de Ciudad Juárez en imágenes.
Prólogo de 1911, la batalla de Ciudad Juárez en imágenes.
El texto y las fotografías se publican con autorización de editorial Océano