la llegada de los españoles a la cuenca de México, en 1519, gobernaba el poderoso tlatoani Moctezuma, de quien escribió Hernán Cortés. Era tan temido de todos, así presentes como ausentes, que nunca príncipe del mundo lo fue más
. Tras describirle al rey Carlos V, Tenochtitlán y su gemela Tlatelolco, que los habían deslumbrado con sus majestuosas construcciones, rodeadas de cinco lagos, cruzadas de canales por los que surcaban miles de canoas con mercancías nunca antes vistas, le habló del palacio del tlatoani: Tenía dentro de la ciudad sus casas de aposentamientos, tales y tan maravillosas que me parecería casi imposible poder decir la bondad y grandeza de ellas, y por tanto no me pondré en expresar cosa de ellas más que en España no hay su semejable
.
Además del conquistador, muchos otros describieron la ciudad, sus construcciones, costumbres, mercados, religión y la personalidad y modo de vida de Moctezuma, quien habría de tener un trágico fin cuyos pormenores aún se debaten. Personaje polémico, sin duda llevó al cenit del poderío militar y político a una ciudad que tenía sólo 196 años de haber sido fundada en islotes pantanosos, a donde sus creadores habían sido arrojados por señoríos que acabaron siendo sus vasallos.
Este gran poder se reflejó en muchos aspectos, desarrollando una rica cultura que tomó lo mejor de otras pasadas. Templos y palacios grandiosos, cerámica, escultura, plumería, libros, cantos, poesía hablan de su magnificencia, que tenía su lado oscuro en los sacrificios rituales. Todo esto estaba vivo y en plenitud a la llegada de los hispanos, lo que nos ha permitido conocerla a detalle y no obstante la terrible destrucción que significó la conquista, fue mucho lo que sobrevivió y que continúa saliendo a la luz, como el reciente hallazgo del gran monolito de Tlaltecuhtli, del que ya hemos hablado en estas páginas.
Del personaje que gobernaba este imperio, Moctezuma Xocoyotzin, el Museo Británico, uno de los más importantes del mundo, organizó una notable exposición con el gobierno de México y los afanosos empeños del ministro de Asuntos Culturales de la embajada de México en Inglaterra, Ignacio Durán, y de los arqueólogos Eduardo Matos, Felipe Solís, recientemente fallecido y Leonardo López Luján, autor con el inglés Colin McEwan, del maravilloso catálogo que ojalá llegue a nuestro país.
La muestra se ubica en el centro del inmenso vestíbulo del museo londinense, encima de la biblioteca. La museografía es excelente ya que nos lleva al mundo del poderoso tlatoani, mediante pinturas, joyería, cerámica, códices, escultura, máscaras, videos y nos permite apreciar la grandeza de la cultura mexica, también llamada azteca. Ha sido una de las exposiciones con mayor número de visitantes. La visita a la exposición con motivo de dar unas conferencias sobre la ciudad de México de esa época hasta nuestros días, nos hizo sentirnos muy ogullosos de tener en nuestras raíces esta rica herencia.
Eduardo Matos nos comentó que se va a traer la exposición al Museo del Templo Mayor, aunque no completa, pues la londinense se armó con piezas del propio Museo Británico y de otros museos de varios países y por nuestra legislación, si entran a México no pueden volver a salir.
Para enfrentar los fríos decembrinos tuvimos que realizar escalas técnicas
en varios pubs, equivalentes a nuestras cantinas. En general cálidos y con mucha vida, los asistentes toman principalmente cerveza. Hay algunos platillos típicos ingleses, como el kidney pie, que es un pay de riñones y los fish and chips, que es pescado con papas; no diremos que son gourmet, pero matan el hambre razonablemente.
El lujo es el roast beef, que aquí se puede degustar, igualito al de Londres, en el restaurante Sir Winston Churchill, que ocupa una enorme y bellísima mansión estilo inglés, con maderas, cortinajes y grandes chimeneas. Está situado en bulevar Manuel Ávila Camacho 67, en Polanco, no es económico, pero para un festejo especial vale la pena.
Por un error, en la colaboración pasada apareció el término DIX cuando el texto se refiere al siglo XIX, ofrecemos una disculpa a los lectores y a la autora.