a crisis mundial –que continuará algunos años más– golpeará con fuerza particular a los países caribeños. Las pocas materias primas que exportan rendirán menos divisas mientras que la factura por el combustible que casi todos importan seguirá siendo la misma. Los ingresos provenientes del turismo, en todos ellos, y los que se obtienen, en el caso cubano, con la ayuda técnica (médica y en la enseñanza), tenderán a estancarse o a disminuir. Al mismo tiempo, el cambio climático aumentará la fuerza devastadora de los huracanes y provocará sequías e inundaciones que tendrán efectos particularmente duros para los frágiles suelos tropicales y dificultarán el autoabstecimiento alimentario. Para algunos países, como República Dominicana o Haití, incluso la desgarradora solución
de la emigración será más difícil ante la crisis de los países que hasta ahora acogían como mano de obra barata, empleadas domésticas o prostitutas a los menos pobres de esas regiones caribeñas, que por lo menos podían pagarse la emigración. Para otros, como Cuba, las nuevas facilidades para las visitas de familiares residentes en Estados Unidos, que llegan cargados de regalos, aumentarán las diferencias sociales internas en la isla, constituirán una poderosa herramienta para la presión política, moral, cultural estadunidense en favor de un consumismo que la relativa igualdad y la austeridad del régimen cubano obstaculizan y serán un disolvente de los elementos –como la solidaridad, la defensa intransigente de la independencia, el orgullo nacional– que desde la Revolución dan la base para el consenso mayoritario que aún tiene el gobierno. Porque, aunque casi todos los cubanos, cotidianamente, viven protestando contra las enormes dificultades materiales y las trabas burocráticas que les afligen y no esperan ninguna solución mágica de parte de los responsables de tantos errores pasados, la inmensa mayoría de ellos rechaza resueltamente la transformación de Cuba en otro Haití u otro Puerto Rico, a la rastra del imperialismo en descomposición.
Pero ese consenso negativo
(no por las ventajas de hoy sino para evitar una situación peor) para no desaparecer en la ola de la decepción, la desmoralización y despolitización, la necesidad de arreglarse
como sea y la atracción de los consumos y despilfarros que Cuba no se puede permitir, necesita ser alimentado por el idealismo y la participación de la juventud, por un lado, y apoyarse, por otro, en el optimismo que derivará de una mejora en algunos aspectos esenciales de la vida económica cotidiana (abastecimiento, salarios) y de los derechos democráticos y de ciudadanía (libre discusión para encontrar y organizar soluciones, participación plena, reducción del peso asfixiante de la burocracia).
La crisis, además, está obligando al gobierno a eliminar o reducir fuertemente salarios indirectos (como la gratuidad de servicios) y elementos igualitarios (como la libreta para los alimentos racionados) vigentes durante decenios y considerados elementos necesarios para el socialismo. Ahora el mercado es el que dicta las reglas, incluso en el trabajo, donde se gana según la productividad cuando la gran batalla histórica del sindicalismo en los países capitalistas ha consistido en imponer la idea de a igual trabajo, igual salario
y de la reducción del abanico salarial, fijando además salarios básicos altos, para defender a los más débiles, viejos, menos preparados en la competencia por la productividad.
Lo peor es que esos retrocesos forzosos, impuestos por la crisis, son presentados a veces como una eliminación de despilfarros y errores, lo cual afecta el lazo entre los jóvenes y los trabajadores y el Estado e introduce un ulterior elemento de desigualdad social Las constricciones económicas podrían, sin embargo, ser toleradas, a condición de que todos vean que son para todos por igual, de que la lucha contra los despilfarros comienza por la eliminación de la corrupción en las capas burocráticas. Pero, sobre todo, a condición de que pueda desarrollarse sin trabas el impulso creador, la innovación, la capacidad política de masas para dar confianza en sí misma y un objetivo a una juventud, sobre todo urbana, que no vivió el pasado capitalista ni la mística revolucionaria de los primeros años y sólo recuerda la capa de plomo de la burocracia a la soviética y la larguísima crisis económica imperante desde hace 30 años.
El imperialismo intenta utilizar la crisis capitalista para hacer pie en la isla (en los sectores privilegiados, a los que corrompe, y en los más pobres, a los que también corrompe con sus ofertas de consumo). No es posible olvidar esa guerra permanente de Washington para reconquistar Cuba y, por supuesto, las medidas estatales de defensa son necesarias y legítimas. Pero el control policial y el contraespionaje no son las armas fundamentales para la defensa de Cuba: éstas son el consenso movilizado, la participación política libre y revolucionaria de la juventud, el patriotismo de todo el pueblo.
Por eso es necesario una prensa creíble, que informe, critique, forme. Por eso es indispensable la plena libertad de crítica y de propuestas de los intelectuales revolucionarios que, en un último manifiesto, hablan incluso de autogestión y de consejos para hacer avanzar la revolución. No se puede confundir a los que quieren hacer avanzar el proceso con los que, mirando hacia Washington, buscan que éste descarrile. No se puede pretender, sin asfixiar las fuerzas de la revolución que sólo pueden desarrollarse en democracia, que rija un pensamiento único, el de los aparatos estatales-partidarios, declarados infalibles a pesar de todos sus errores del pasado. ¡Libre paso al pensamiento crítico! Hay que acabar urgentemente con los restos en descomposición del estalinismo, importados y reforzados por la influencia soviética.