l desenlace de uno de los conflictos bélicos más sangrientos, la Primera Guerra Mundial, fue decidido en el primer mes de combate, como lo explica la estupenda historiadora Barbara Tuchman en su clásico The Guns of August. Las cuatro grandes potencias de entonces: Alemania, Rusia, Francia y el Reino Unido, marchaban desde el principio del siglo XX inexorablemente hacia una guerra que soñaban y prohijaban.
El rasgo en común de sus estrategias políticas y militares partía de una idea simple. La guerra sería resuelta de manera fulminante a partir de una fuerza aplastantemente superior a la del contrincante.
El diseño de la guerra, por parte de los alemanes, para alcanzar una victoria rápida estaba basado en las lecciones de la guerra de Aníbal contra los romanos en Cannas, y consistían en envolver con un doble cerco a las tropas francesas desde Bélgica. La estrategia francesa en una rápida ofensiva, concentraba la mayor parte de sus fuerzas contra el centro del ejército alemán en la zona de Metz. Este diseño estaba animado por una lectura sesgada de la derrota francesa en Sedan por parte de los prusianos en 1870.
La derrota que las tropas francesas infringieron a los alemanes en Marne –sorprendente porque estaban prácticamente aniquiladas unas semanas antes como consecuencia de varias batallas en Bélgica y el norte de Francia–, determinó que la Primera Guerra Mundial durará cuatro años y no un mes, como se habían preparado física y mentalmente todas las fuerzas en conflicto.
El presidente Kennedy, durante la crisis de Bahía de Cochinos, se refiere brevemente a este libro de Barbara Tuchman, para ejemplificar cómo el pensamiento congelado en los inicios de la guerra fría de los militares estadunidenses, les impedía entender los cambios en la estrategia geopolítica y militar de la nueva dirigencia soviética encabezada por Nikita Khrushchev.
Desde una perspectiva teórica es conocido el argumento de Thomas Kuhn de que la ciencias pasan por largos periodos de normalidad aún en presencia de anomalías que tienden a refutar sus principios. Se encuentran acotadas por paradigmas que limitan la capacidad de imaginación y llevan a mantenerse en el marco de aquellas evidencias que refuerzan los paradigmas existentes en desmedro de las anomalías que se observan. pero que no se ponderan adecuadamente.
Por su parte es conocida la teoría desarrollada por Herbert Simon sobre una racionalidad acotada por las trayectorias previas de los actores, y la célebre dependencia del sendero que elaboró Douglass North para analizar las dificultades del cambio institucional.
Algo tienen en común estas distintas teorías y el estupendo análisis histórico de Barbara Tuchman con el momento actual en México. En las estrategias militares, científicas o políticas prevalece el peso del pasado en la forma en que se analizan los problemas, se imaginan las soluciones y, sobre todo, en la manera de minimizar nuevas expresiones que rompen con el conocimiento convencional.
Lo anterior es relevante para 2010 en México, porque la parálisis política y económica que padecemos está erigida a partir de una parálisis del pensamiento. Cierto que se trata del pensamiento casi único del neoliberalismo. Pero también está el viejo referente que aún aprisiona a segmentos de las izquierdas, el del nacionalismo revolucionario. Además, contribuye a esta parálisis el pensamiento sabor a Coca light de una imaginaria sociedad civil en clave mediática.
Romper la parálisis exige desmantelar estas inercias del pensamiento no sólo con otras ideas que las refuten, sino con una mirada y una actitud diferentes. Este esfuerzo no puede ser individual, sino producto de colectividades. No puede ser solamente discursivo, requiere la interacción entre narrativas y acciones ejemplares. Requiere audacia y más audacia.
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