tres días del fallido atentado contra un avión de pasajeros de la línea Northwest Airlines, que cubría el trayecto de Ámsterdam a Detroit, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo que ordenará una investigación para esclarecer por qué Umar Farouk Abdulmutallab –el nigeriano acusado de introducir explosivos en la aeronave– pudo abordar rumbo a territorio estadunidense pese a estar en la lista de los observados
por los servicios de inteligencia ante sus presumibles nexos con organizaciones terroristas. Asimismo, ordenó reforzar las medidas de seguridad en los aviones, y advirtió que su gobierno usará cada elemento de nuestro poder nacional
para combatir las amenazas contra Estados Unidos, sean de Afganistán o Pakistán, Yemen o Somalia, o cualquier lugar
.
Ayer mismo, una rama yemení de la organización terrorista Al Qaeda se atribuyó la autoría de la acción y señaló, en un comunicado, que era en represalia por la injusta agresión estadunidense contra la península arábiga
, en alusión a un reciente bombardeo contra las posiciones de esa red islámica en Yemen, en el que las autoridades de Saná contaron con ayuda estadunidense.
La fragilidad exhibida durante este episodio por los sistemas de seguridad estadunidenses –que pese a ser los más sofisticados del mundo fallaron de forma lamentable
, según reconoció la secretaria de Seguridad Interior del vecino país, Janet Napolitano– refuerza la percepción de que la cruzada bélica emprendida hace ocho años por la administración de George W. Bush, cuyo saldo en vidas humanas se cuenta ya en centenares de miles, no sólo no ha contribuido a reforzar la seguridad internacional, ni siquiera la de aquel país, sino ha propiciado el surgimiento y la extensión de expresiones de encono antiestadunidense en el mundo islámico, con el riesgo potencial de que éstas deriven en ataques terroristas como los que tuvieron lugar el 11 de septiembre de 2001.
Por lo demás, es inevitable vincular las advertencias lanzadas por Obama y por las milicias islámicas con las operaciones belicistas que Estados Unidos desarrolla actualmente en Yemen, el país más pobre de la península arábiga, cuyo gobierno enfrenta, además de las acciones de Al Qaeda, la rebelión de los chiítas huthi en el norte y el resurgimiento del movimiento secesionista del sur.
Desde hace un año, según reportes dados a conocer por The New York Times, Washington mantiene personal de elite de su Agencia Central de Inteligencia en Yemen, y ha emprendido operaciones para entrenar a las fuerzas locales y brindar, junto con Arabia Saudita –su más sólido aliado en la región–, apoyo militar al régimen de Saná. Este respaldo se ha visto reflejado en los recientes bombardeos en contra de posiciones de Al Qaeda en la península arábiga, en los que, además de combatientes talibanes, han muerto decenas de civiles.
En suma, la Casa Blanca y el Pentágono se muestran empeñados en abrir en Yemen un tercer frente de la guerra contra el terrorismo
lanzada a principios de esta década, y para ello planean un gasto militar de 70 millones de dólares en los próximos 18 meses, así como el envío de ayuda y equipamiento para reforzar a las fuerzas de seguridad locales. La participación de Estados Unidos en el panorama de confrontación bélica, que tiene lugar en la nación arábiga –denominada la guerra del mañana
por el legislador Joseph Lieberman–, podría infligir a la presidencia de Barack Obama una tercera herida, adicional a las que le han causado la continuidad de la presencia militar estadunidense en Irak y la profundización de la guerra en Afganistán.