Tedioso festejo de fin de año con cuatro toros de San Marcos y cuatro novillos de Carranco
Humberto Flores, cornada interna
Gustavo Campos y Christian Sánchez, aplaudidos en banderillas
Lunes 28 de diciembre de 2009, p. a30
El problema más grave que enfrentan los taurinos, aquellos que viven o malviven del negocio de los toros, sean de Barcelona, Quito, Bogotá o México, es el de llamarle fiesta brava a un concepto de espectáculo que prácticamente ha renunciado a ésta.
¿Por qué paga entonces el público si ya no es por las emociones que produce la lidia a partir de la bravura del toro? En el caso concreto de la Plaza México durante su temporada como grande, más bien paga por exigir orejas sin ton ni son o por protestar caricaturas de toros cuando de plano ya se hartó, digamos después de siete astados.
En la octava corrida de la temporada se lidiaron cuatro toros decorosamente presentados del hierro jalisciense de San Marcos, propiedad de Marcos Villaseñor Vivanco e Ignacio García Villaseñor, y cuatro reses anovilladas de la ganadería potosina de Carranco, de José Ramón de Villasante y Vicente. Salvo el toro de San Marcos lidiado en tercer lugar, el resto acusó sosería y mal estilo, a excepción de uno de Carranco que repitió con docilidad perruna.
¿Qué por qué se parchó la anunciada corrida de San Marcos? Dicen las malas lenguas que ante el trapío de las reses sanmarqueñas el ex consentido Pedro Gutiérrez Moya, otrora El Niño de la Capea y ahora ganadero y padre amoroso de su hijo metido a torero, volvió a meter su cuchara para que su vástago fuera lo más cómodo posible, igualito que cuando le confirmó la alternativa en la Plaza México, el 5 de diciembre de 2004, con chivos de Teófilo Gómez que provocaron un escándalo que llegó hasta España.
Pero afortunadamente en México no pasa nada y los contumaces Capeas volvieron a las andadas, gracias a la alcahuetería de la empresa, de las autoridades y de un público ocasional, navideño y aplaudidor, que primero exigió la oreja del anovillado Mi Viejo, de Carranco, para Capeíta, y enseguida le soltó una sonora silbatina, con la misma frivolidad con que Pedrito quiere hacerse figura.
¿Por qué la silbatina después del aldeano premio? Pues porque un quite de tres lances, una faena de anodinos derechazos a un sosito de entra y sal y una estocada trasera no merecen sino pitos, aquí y en Salamanca. Y mientras Pedrito llega a la cumbre del toreo que papi le siga escogiendo toros a modo, donde se lo permitan, claro.
Poco se puede decir de los afanes de Humberto Flores, salvo la meritoria faena derechista a su renuente primero, de Carranco, su brindis a Capea papá, ovacionado por los desmemoriados, su trasteo esforzado y por momentos inspirado en naturales a uno deslucido de San Marcos, y la cornada interna en la ingle al entrar a matar a ese toro.
Por su promocionada parte, Guillermo Martínez y el burgalés Morenito de Aranda, que confirmó, salieron en plan de figuras y mostraron sólo detalles, así como su impericia con el estoque, al grado de que Guillermo escuchó dos avisos en su primero y uno en su segundo, y el de Aranda del Duero, en el último recibió oles de chunga y gritos irónicos de ¡indulto!, por parte de un público no por ocasional menos cansado de que también en los toros le tomen el pelo.